Arte y colonialismo
“Europa debe devolver absolutamente todo”: Susanne Leeb
Luego de su visita a Colombia, ARCADIA habló con Susanne Leeb, una de las teóricas del arte más importantes de Europa, sobre arte, poscolonialismo y el despojo de la identidad y la historia de las naciones colonizadas.
Desde el comienzo de su carrera, la teórica alemana Susanne Leeb se ha interesado por desentrañar esa difícil relación entre el arte y el colonialismo, por dilucidar las tensiones entre arte y artesanía, entre objeto etnográfico y obra de arte.
Leeb, graduada en Historia del Arte, Filosofía y Estudios Literarios de la Universidad de Colonia en Alemania, es una de las teóricas del arte más importantes de Europa y una de las mayores especialistas en el arte poscolonial en el mundo. Actualmente dirige el programa de Artes de la Universidad de Leuphana, donde también es docente de arte contemporáneo y moderno.
Hablamos con ella en su paso por Bogotá, donde participó como conferencista principal de la XX Cátedra Internacional de Arte de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Luego de su pasó por la capital viajó al Chocó, donde participó en una de las residencias de la plataforma artística Más Arte Más Acción y el Goethe-Institut.
En su trabajo usted ha tratado en varias ocasiones el concepto de “deshacer” enmarcado dentro del contexto de los museos. ¿A qué se refiere con esto?
Después de mucho reflexionar sobre qué es lo que hacen los artistas dentro del concepto del museo llegué a la respuesta de que son en realidad construcciones artificiales dentro de un campo tanto arqueológico como etnográfico. Un artista en 1967 presentó el concepto de “objeto sin patria”, es decir, un objeto sin lugar. A partir de este desprendió cincuenta conceptos más. La idea de “deshacer” se trata, en este sentido, de la originalidad artística dentro de lo que es en sí el valor, tanto arqueológico como etnográfico, de los objetos y cómo eso se va acumulando dentro de esos espacios, porque en los museos realmente lo que se produce es un cúmulo de objetos etnográficos y arqueológicos, sobre todo en Europa, con un pasado marcadamente colonial.
¿Cómo están presentes los objetos que son netamente arqueológicos (es decir, que no se conciben como una obra de arte) en el contexto de los museos contemporáneos?
Esto ha cambiado a través de la historia de la arqueología. La forma de investigación en la arqueología fue cambiando en el siglo XIX y el XX, cuando se concibió como una especie de empresa dentro del marco de la competencia entre los poderes imperiales y el apoderamiento de los objetos.
Hoy en día, el sentido y el valor de estos objetos arqueológicos, saliéndonos de ese contexto europeo dentro del mundo colonial, es la legitimación de un estado nacional respecto a ese pasado mítico y es ahí donde se anclan los reclamos de ciertas naciones sobre sus objetos arqueológicos: tener un derecho a la historia de su propio país.
En varios países han surgido esos movimientos y campañas para repatriar obras y objetos de las que ciertas naciones se han apoderado. Teniendo esto en cuenta, ¿cree que se le está robando la oportunidad de crear un Estado-nación a otro Estado apropiarse de su pasado mítico a través de sus objetos arqueológicos?
Es una pregunta compleja. Primero, hay que aclarar que, según el contexto, esta pregunta tiene respuestas diferentes. Esto es bastante problemático en sí porque hay muchas sociedades, sobre todo indígenas, a las cuales les fueron robados objetos que luego han sido expuestos en países europeos. Desde hace mucho tiempo algunos pueblos originarios ya no están conectados con esos primeros miembros a los cuales se les robó el pasado mítico: en muchos casos, los pueblos ya ni siquiera se encuentran en el territorio, hay una desconexión completa con esa historia. En ese sentido, “devolver” se vuelve una premisa complicada pues aparecen preguntas como: ¿A quién se le debe devolver? ¿A dónde se devuelven los objetos? ¿Hay todavía una relación que permita entender y recrear ese pasado mítico si ya los habitantes han reconfigurado su idea de Estado-nación?
A pesar de todo esto, yo estoy convencida de que Europa debe devolver absolutamente todo. Es absurdo pensar que el 90% de la herencia artística de África no esté en África sino en países europeos. En Berlín, por ejemplo, existen 280 tejidos que son como cinturones largos en los cuales se cuenta toda la historia de un pueblo, de un total de 800 que hay en el mundo.
Esto nos lleva a que los objetos deban ser negociados entre los países y los distintos museos para saber exactamente a quién le pertenecen, con el agravante de que al devolverlos puede que estas comunidades ya no cuenten con ese pasado mítico y tengan otra herencia cultural.
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¿Es posible comprender la historia y el significado de una obra o un objeto de un país aun desligado de ese contexto original para el cual fue concebido (por ejemplo, en espacios como el Museo de Pérgamo en Berlín donde se exponen las Puertas de Ishtar, provenientes de Iraq)?
Voy a hacer un repaso por los puntos positivos de este encuentro de una comunidad o un individuo frente a un objeto que no pertenece a su cultura. Primero, es una historia contada de manera idealizada. Esto no está mal, muchas veces conlleva a que se tengan más conocimientos de esas otredades que, dentro del contexto de esa destrucción o desarraigo, entendida dentro del concepto neoliberal, haga que todos estos conocimientos y reconocimientos sean muy valiosos para desarrollar el pensamiento.
Por otra parte, muchas veces ese conocimiento no se convierte en algo productivo: ese concepto arqueológico del pasado, dependiendo de cómo se muestre en Europa, puede silenciarse culturalmente, no mostrarse como es. En Oriente existían muchas posibilidades de tener una relación entre las personas y los objetos que permitiera que eso no se quedara en el pasado, sino que tuviera una oportunidad de seguirse relacionando con el presente a través de transformaciones. Sin embargo, esto no fue permitido en la mayoría de los casos porque otra vez los conceptos de “Nación” y “Poder” se preservaron para representar su propia legitimidad. Así, la enorme admiración por el pasado dejó de entenderse como algo que pudiese ser mostrado de forma relacional con el presente de una comunidad. Esto también tiene que ver con la forma como se llevaron a cabo las excavaciones que, en muchas ocasiones, fueron muy violentas.
¿Cree que hoy los países con un pasado colonial son más conscientes de este?
Es un proceso largo al cual se está llegado. En Alemania solo hasta ahora se está comenzado a discutir al respecto, porque después de la Segunda Guerra Mundial los ciudadanos y el gobierno se concentraron más en elaborar un pasado del nacionalsocialismo, que muchas veces hizo que no se reconociera del todo que Alemania también tenía su pasado colonial. Hace unos veinte años empezaron las primeras críticas a los museos etnográficos que no estaban contando su propio pasado y a los objetos y cuál había sido su historia.
Hace un año el presidente de Francia elaboró un decreto que contiene toda la solicitud para devolver los objetos que han sido robados y que no le pertenecen a Francia. Al ser un decreto, en Alemania y Europa se comenzó a debatir al respecto del pasado colonial y la posibilidad de devolver los objetos.
Devolver un objeto es lo ideal, pero ¿usted cree que los países receptores tienen la infraestructura y la capacidad de recibir los millones de objetos que se encuentran por fuera de sus territorios?
Esa siempre ha sido la gran excusa para no devolver los objetos: que los países no tienen cómo conservarlos, o cómo recogerlos ni cómo mantenerlos. Obviamente esta es una forma de pensar muy chauvinista porque este ya no es problema del país que envía sino del que recibe. Por otro lado, el hecho del decreto de Macron está moviendo muchos museos tanto de Europa como de todo el mundo para hacer algo al respecto; por ejemplo, existe entre Alemania y Namibia un tratado para construir un museo conjunto para devolver los objetos. La paradoja está en que los objetos “devueltos” realmente irán como un préstamo.
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