ASESINA SILENCIOSA
Calificada como uno de los males del siglo, la hipertensión aqueja a dos millones y medio de colombianos.
8 a. m. Un joven ejecutivo de 35 años sale de su casa. Recién afeitado, al mando del timón de su automóvil, sintonizada la radio en un programa de noticias, inicia su aventura diaria en medio del caótico tráfico de la ciudad. Enciende un cigarrillo mientras buses y busetas lo cierran, y presurosos peatones intentan locamente atravesar las calles. Después de 45 minutos de quites, pitos y frenazos, logra coronar la meta: su oficina.
No bien alcanza a acomodarse en su sillón frente a un escritorio atestado de papeles, cuando comienza el incesante titilar de luces de un teléfono y los "rinrineos" estridentes de otros dos. Se debate a dos orejas, pide apresuradamente un tinto, enciende otro cigarrillo, cumple una cita en su despacho... Así va pasando la mañana. A la hora del almuerzo atiende a un cliente en un lujoso restaurante: aperitivos, comida con abundante sal y cremosas salsas, varias copas de vino tinto, cogñac y de vuelta a la oficina. Más llamadas, más tintos, más cigarrillos, más angustia. El stress lo amenaza y junto con él otros dos azotes de la vida moderna: la hipertensión y una seria posibilidad de infarto.
POR DEBAJO DE CUERDA
"Asesina silenciosa", como se la ha calificado, la hipertensión arterial siempre es noticia y para muchos, infortunadamente, una mala noticia. Aunque tradicionalmente se la asocia con edad y obesidad, estudios recientes han demostrado que cada vez es más estrecha la relación entre esta enfermedad y el stress.
Cerca de dos millones y medio de colombianos la padecen y un gran número de ellos no lo sabe. Son aquellos que no han medido su presión arterial y que aún no han experimentado algunos de sus síntomas: dolor de cabeza, mareos y súbitos acaloramientos en la cara.
Pero... ¿qué es la presión arterial y cómo se mide? Para describir la presión arterial podría compararse el sistema circulatorio con una serie de mangueras conectadas a un grifo que, en forma intermitente, suelta chorros de agua a una presión determinada.
Al cesar el fluio por un instante, las paredes de las mangueras, dilatadas a su paso, tienden a contraerse. Una operación similar se efectúa constantemente en el corazón. Cuando se toma la tensión, lo que se mide es la presión de la corriente de sangre y la reacción de los vasos sanguíneos a su paso. La presión del flujo enviado por el corazón se llama "sistólica" o máxima y la reacción de los vasos, "diastólica" o mínima. Toda la red de arterias y venas tiene la propiedad de expandirse o contraerse de acuerdo con las necesidades de los distintos órganos y un complejo sistema de señales bioquímicas se encarga de ajustar la presión de la sangre. Una falla en este sistema puede causar hipo o hipertensión. Esta sólo puede calcularse mediante mediciones regulares de la presión arterial.
Si el nivel de las medidas se establece por encima de 13080 mm de mercurio, lectura correspondiente a las presiones sistólica y diastólica respectivamente, hay problemas.
Estudios adelantados hace unos años por el Ministerio de Salud demuestran que el conjunto de enfermedades cardio y cerebrovasculares son las causantes de más del 7% de las muertes en Colombia.
Aunque la mayoría de las víctimas es avanzada edad, la hipertensión comienza a atacar de manera insidiosa desde mucho tiempo antes. Investigaciones realizadas revelan una cifra que hace poner los pelos de punta: el 9.6% de la población mayor de 15 años tiene problemas de hipertensión y la mayor mortalidad se produce, por esa causa, entre los 35 y los 40 años. Esta enfermedad no sólo está a la cabeza de los males modernos, sino que figura como una de las primeras causas de mortalidad en Colombia y la primera en el mundo. Una hipertensión maligna no tratada mata al 90% de los afectados en el plazo de un año. El 70% de los pacientes con una presión minima de 120 no sobrevive cinco años y la esperanza de vida de aquellos cuya presión mínima está en la cota de los 100 mm de mercurio es de 16 años menos que la de aquéllos cuya presión es normal.
STRESS, EL PEOR ENEMIGO
Las enfermedades del corazón y del sistema circulatorio pueden dividirse en aquellas que tienen origen en problemas fisiológicos tales como un mal funcionamiento del riñón y las que surgen por causas externas. Son las más comunes y constituyen lo que técnicamente se denomina "hipertensión esencial".
El mal aqueja a tantas personas en el mundo que son muchos los investigadores dedicados a indagar sus causas. Se han determinado cuatro factores que pueden estar en las raíces de la hipertensión y de algunas enfermedades cardiovasculares: excesivo consumo de grasas, que eleva el nivel del colesterol--que endurece las arterias--, y recarga todo el sistema cardiovascular; excesiva ingestión de sal, que conduce a un mal funcionamiento renal y afecta el delicado equilibrio de la tensión arterial; tabaquismo, que endurece las arterias y lleva elementos extraños a la corriente sanguínea; y el stress, de origen emocional, el nuevo factor que figura ahora como uno de los causantes más serios del mal.
Corrientemente, la hipertensión se trataba no solamente con drogas que disminuyen la presión, y aun con la ingestión de ciertos productos naturales, sino también mediante la eliminación o disminución del consumo de grasas, sal y la suspensión del cigarrillo. Millones de personas en todo el mundo, agobiadas por el fantasma de los 100 mm de mercurio, tratan de disminuir su presión arterial mediante dietas, acupuntura, yoga o ejercicios, e intentan dejar el cigarrillo. Pero, aunque es posible eliminar el tabaquismo, reducir los niveles de colesterol y disminuir el consumo de grasas y sal, el factor más amenazante, y el más dificilmente tratable, es el del stress. Suprimirlo en un medio donde la violencia ambiental, el alza del costo de la vida, la indisciplina ciudadana y las "culebras" están a la orden del día es poco probable. Tal vez no se lograria ni siquiera en una paradisiaca isla del Pacífico, lejos del mundanal ruido.
Aunque la palabra stress es difícilmente definible en términos concretos y su tratamiento conduce al "diván de Freud", por lo general engloba pro blemas de tipo emocional, tensión, angustia, ansiedad que, de una u otra forma, determinan desajustes no sólo mentales sino somáticos. Hasta el punto de que actualmente se encuentran en proceso de prueba una teoría según la cual la hipertensión no sólo es producida por factores tratables médicamente con drogas, sino por estados psicológicos o fenómenos sociales. Esto ha desatado una fuerte polémica entre cardiólogos "clásicos" y quienes trabajan interdisciplinariamente con psicólogos y otros profesionales. Según la teoría en cuestión, se puede demostrar que los factores psicosociales rondan siempre cerca de los infartos. Personas autorizadas sostienen que las diferentes manifestaciones patológicas de la hipertensión van precedidas por agudas depresiones, periodos de tensión, ansiedad, ira, angustia...
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud afirma también que algunos cambios sociales, tales como las migraciones del campo a la ciudad y la alteración de valores que eso implica, lo mismo que la competencia, la excesiva responsabilidad y el exceso de trabajo, aparecen siempre en los comienzos de las enfermedades cardiovasculares.
Los estudios, limitados a la forma de vida occidental, parecen señalar una culpable: la "civilización", que se traduce realmente en los fenómenos de urbanización y adaptación a las condiciones de vida de la ciudad.
Según las investigaciones sobre los factores psicosociales causantes de problemas circulatorios y cardiovasculares, habría dos tipos de personas: el tipo A, compuesto por aquellas personas impulsivas, competitivas, impacientes, nerviosas, tensionadas, obsesivas, reprimidas; y el tipo B, conformado por personas serenas, capaces de exteriorizar sus emociones, no agresivas. Las primeras, no sobra decirlo, son aquellas que "tragan entero", están más predispuestas a la hipertensión y, claro está, al infarto.
Las tensiones y los estados cargados de emotividad tienen, en general, efectos en el cuerpo humano; afectan el llamado sistema nervioso autónomo, aquel que regula automáticamente las funciones del corazón, las digestivas, etc. Todo fenómeno que signifique peligro o agresión para un sujeto pone en tensión todo su organismo. El sistema nervioso autónomo, alertado por las señales de peligro, comienza a producir cambios glandulares. Si la tensión no tiene la correspondiente descarga, se producen desequilibrios metabólicos que, a la larga, pueden desembocar en una úlcera. O en una hipertensión.
¿Y LA SAL?
Primero fueron las grasas y el colesterol. Luego, el asesino fue llamado azúcar. Ahora se invita a evitar el más común de los condimentos: la sal. Tras recibir negativas portadas en las principales revistas norteamericanas, la Academia Nacional de Ciencias y la Administración de Drogas y Alimentos de los Estados Unidos sugirió cortar "drásticamente" el consumo de sal para prevenir la hipertensión. Se han publicado, incluso, libros con el título "Sal asesina", se ha rebajado el uso de sal en los productos alimenticios industriales y se realizan investigaciones para producir un polvo sintético llamado "nosal". Sin embargo, se cree en medios médicos que esta ofensiva es exagerada. Cientificos de la Universidad de Cornell, que preparan el contra ataque, aceptan que buena parte de los afectados por la hipertensión deben reducir al mínimo la sal en sus dietas. Pero manifiestan que no existen datos como para afirmar que un consumo normal de sal sea causa directa de hipertensión en aquellos que no la sufren. La sal, además de ser irreemplazable gastronómicamente, es indispensable para mantener en forma la calidad de la sangre, el intercambio de agua entre las células y la transmisión de los impulsos nerviosos. Ayuda a mantener el nivel de acidez del organismo y ciertas enzimas actúan sólo en presencia de la familiar sal de mesa. Incluso el metabolismo de carbohidratos y proteínas necesita cierto nivel de sal para, balancearse correctamente. El consumo de sal, por tanto, debe regularse en conjunto con los demás factores de hipertensión. No suprimirse por completo.