GEOPOLÍTICA
Atrapados sin salida
En Irak y Afganistán, nuevos estallidos de violencia muestran que Estados Unidos está lejos de sus objetivos. Por ahora la promesa de Barack Obama de repatriar sus soldados lo antes posible está en jaque.
A las tres y media de la madrugada del lunes pasado, Ramadí, una pequeña ciudad al oeste de Bagdad, se despertó sobresaltada. Una bomba acababa de explotar al paso de una patrulla de Policía. Fue el primer estallido de una espiral de violencia que Irak no conocía desde hacía varios años. Ese día, cada media hora, murió gente en mezquitas, iglesias, tiendas, casas y carreteras de todo el país. Atentados suicidas, carros bombas, trampas explosivas y asaltos a bala arrasaron con la sensación de que en Irak las cosas estaban mejorando. La jornada fue tan sangrienta y caótica que las autoridades estiman que los 42 ataques coordinados, atribuidos a Al Qaeda, dejaron entre 89 y 100 muertos. Lo único cierto es que fue el día más mortífero del año en Irak.
Una semana antes, en Afganistán, efectivos talibanes le dispararon un cohete a un helicóptero Chinook estadounidense. El aparato de transporte explotó con treinta soldados de las fuerzas especiales a bordo. “Apenas le dieron, se empezó a quemar, se partió en tres y se reventó en el piso”, dijo un campesino afgano a la Associated Press. Desde que Estados Unidos invadió el país en 2001, nunca había perdido tantos hombres en un solo día.
Los dos dramas contradicen contundentemente el discurso repetido mil veces de que Irak y Afganistán van por buen camino y de que el final de los operativos militares se acerca. En realidad, en ninguna de las dos guerras la victoria está próxima, es cada vez más claro que los gobiernos que apoya la Casa Blanca ni siquiera logran garantizar su propia seguridad y, además, para Barack Obama va a ser casi imposible cumplir con su promesa de retirar sus tropas de Irak y Afganistán. Un dolor de cabeza para el presidente de Estados Unidos, que ya empezó la campaña para su reelección en 2012.
En Irak, después de más de ocho años de presencia estadounidense, los últimos 45.000 soldados se preparan para abandonar el país a finales de diciembre de este año, para concluir así una operación que le costó a Estados Unidos un billón de dólares y casi 4.500 vidas. Pero la misión aún está lejos de cumplirse y los atentados de la semana pasada revelaron tres facetas muy preocupantes para los planes de Washington.
Por un lado, los atentados, sobre todo contra tiendas y mezquitas chiitas, muestran que la guerra civil entre la mayoría chiita, los sunitas y los cristianos sigue viva. El gobierno, encabezado por el chiita Nuri al-Maliki, no ha logrado aplacar las tensiones y hay descontento entre muchos sunitas, que bajo la dictadura de Sadam Hussein tenían las riendas del país. Como le explicó a SEMANA Theodore Karasik, director del Instituto para el Análisis Militar en Oriente Próximo y el Golfo Pérsico, “desde que Estados Unidos invadió a Irak, las divisiones sectarias son cada vez más fuertes. Y las instituciones democráticas impuestas por Washington solo han logrado intensificar estos conflictos”, pues las promesas de repartir el poder no se han cumplido.
Por otra parte, a pesar de la muerte en Irak del jefe de Al Qaeda Abu Musab al-Zarqawi en 2006 y el declive de ese movimiento terrorista en el mundo árabe, la arremetida sincronizada y masiva del lunes demuestra que las capacidades de la organización aún están intactas en el país. Raed Jarrar, un analista político norteamericano-iraquí, le explicó a SEMANA que “mientras las tropas de Estados Unidos estén en Irak, van a seguir legitimando a Al Qaeda, un movimiento atractivo para muchos jóvenes que odian la ocupación. Estados Unidos es, sin duda, parte del problema y mientras no se vayan, el país va a seguir así ”.
Y por último, el golpe de Al Qaeda muestra las limitadas capacidades de inteligencia y fuerza de reacción de las agencias de seguridad iraquíes, entrenadas por asesores estadounidenses. Por eso es claro que el gobierno de Nuri al-Maliki, respaldado por la Casa Blanca, no tiene ni el poder, ni la legitimidad, ni la capacidad para asegurar su propia supervivencia. Y muchos analistas dicen que solo es cuestión de semanas para que Bagdad le pida a Washington mantener su presencia más allá de 2011. Algo que la Casa Blanca contempla seriamente.
Pero si Irak es un dolor de cabeza para Estados Unidos, en Afganistán sus soldados tampoco respiran. Aunque en mayo lograron dar de baja a Osama bin Laden, uno de los objetivos por los que invadieron ese país en 2001, y en junio Obama anunció el retiro paulatino de 30.000 soldados de aquí a 2012, la situación es un desastre.
La presencia de los talibanes no disminuye y amenaza el débil gobierno de Hamid Karzai, también firmemente amparado por Washington. En mayo, asesinaron al general Mohammed Daud Daud, uno de los principales jefes de la Policía; en julio, cobraron la vida de Ahmed Wali Karzai, hermano del presidente; dos semanas después, atacaron el Hotel Intercontinental en pleno corazón de Kabul y, la semana pasada, asaltaron la residencia de Abdul Basir Salangi, gobernador de Parwan y aliado clave de Karzai.
Los combates entre las tropas de la Otan y los talibanes también se multiplican. Desde 2001, las pérdidas occidentales crecen cada vez más. En 2008 cayeron 295 soldados, en 2009 fueron 521 y en 2010, 711. Y ya van más de 390 muertos en lo que va del año. Varios oficiales gringos han explicado que con las retiradas de unidades militares es imposible mantener sus posiciones. Pocos días después de entregar sus bases al Ejército afgano, son retomadas por los talibanes.
Por eso, muchos analistas sostienen que Estados Unidos está perdiendo las guerras de Irak y Afganistán. Cuando el expresidente George W. Bush invadió Irak, prometió que el país iba a ser un faro de la democracia, la prosperidad y la seguridad. Jim Krane, analista de la Escuela de Gobierno de Dubái, le dijo a SEMANA que “la destrucción de Irak por ahora solo ha beneficiado a Al Qaeda, a Irán y a Arabia Saudita, que se quedaron con el poder en la región”. Algo que no estaba propiamente en los planes de Washington.
Y en Afganistán, en vez de acabar con los talibanes, Estados Unidos está ahora condenado a negociar con ellos una porción del poder para lograr algo parecido a la estabilidad. Las partes ya se reunieron en Alemania y en Qatar a principio de año, pero después de que se filtraran los encuentros a la prensa los talibanes abandonaron los diálogos.
Así, por donde se le mire, Obama está en una situación crítica en estos temas. Aunque los heredó de Bush, su apuesta a que la seguridad se consolidara en los dos países para replegarse paulatinamente le va a salir cara y ahora se arriesga a que en Estados Unidos lo ataquen políticamente por todos los frentes.
Si decide posponer la retirada de sus tropas, va a incumplir una de sus principales promesas electorales de 2008. Abandonar por completo las dos guerras le traería la oposición del Pentágono y de muchos estadounidenses, que pensarían que el sacrificio en vidas y dinero no sirvió de nada. Y mantener el statu quo tampoco es una solución, pues los conflictos, según cálculos de la Universidad de Brown, les han costado entre 3,7 y 4,4 billones de dólares a los contribuyentes de Estados Unidos que, con sus críticos problemas económicos, no se pueden dar el lujo de seguir gastando.
“Obama está maldito. Así decida retirarse de los dos países, o así no lo haga, en el contexto estratégico actual no tiene buenas opciones”, dijo Karasik. No por nada dicen que es más fácil empezar una guerra que terminarla.