Cali, Colombia

Biblioghetto, la prueba de que los libros les pueden ganar a las balas

Una iniciativa cultural que nació en un barrio marginal de Cali ha logrado transformar la vida de cientos de niños y jóvenes en riesgo. Hasta el escritor Mario Mendoza quiso venir a conocerla. Detrás de ella está Gustavo Gutiérrez, un convencido de que la lectura y la escritura sanan almas rotas

15 de febrero de 2019
Biblioghetto fomenta la lectura en niños y jóvenes de Cali | Foto: Semana

Mario Mendoza, el laureado escritor bogotano autor de libros como Satanás, La Melancolía de los feos y Las Revelaciones, tiene una frase que ha convertido en un mantra: “Escribir es resistir”. Su vida ha sido una batalla. Contra él mismo, contra los egos del escritor, contra la fama que arruina la creatividad, contra el individualismo hirsuto que sepulta valores como la solidaridad. Y en muchas de sus obras sus personajes están por fuera del sistema, aquellos que algunos llaman ‘outsider’, aislados, incomprendidos. Es una apuesta de Mendoza que prefiere estar del lado de los marginados, con aquellos que se la rebuscan día a día. En fin, con los que luchan, con aquellos que resisten.

Fue justamente por esa razón que Gustavo, un inquieto gestor cultural caleño, decidió escribirle a Mendoza para invitarlo a Cali a que conociera una iniciativa que lidera desde hace quince años en una de las zonas más complejas de la ciudad. Sin mayores expectativas simplemente le habló de cómo algunas de sus obras lo habían inspirado. De cómo su saga juvenil era un completo éxito en los espacios donde él esparcía la semilla de la lectura. No había transcurrido una semana y un exultante Mendoza le escribió prometiendo viaje a la capital del Valle porque el bicho de la curiosidad lo había picado. ¿Quién era este joven que le escribía y qué era Biblioghetto, esa extraña estrategia de lectura en un barrio marginado de Cali? Fue así como llegó Mario Mendoza a la capital del Valle, al barrio Petecuy, un sector del nororiente de la ciudad donde los jóvenes intentan construir sueños en medio de la muerte. A ese espacio al que llegan decenas de familias del Pacífico a hacinarse en casas construidas con cartón y pedazos de eternit, y donde la única actividad para los jóvenes es ‘parcharse’ en una esquina, arribó el reconocido escritor.
 

Promoción de la lectura en los barrios de Cali.   ©Especiales para Semana Rural


 

Mario no llegó solo. En su maleta venía una valiosa carga de 500 libros de la saga ‘El elegido de Agartha’, que le donó a Gustavo para ayudarle en su propósito cultural. Juntos recorrieron los recovecos de Petecuy, hablaron con los jóvenes de las esquinas, visitaron un colegio, fueron a una sede del Bienestar Familiar, compartieron en el polideportivo del barrio, discutieron de salsa, recordaron al ícono de la cultura urbana de Cali, Andrés Caicedo, y cómo no, hablaron de la resistencia a través de la lectura, de los libros, de la escritura. Para Gustavo esta experiencia con el escritor marcó un antes y un después en su proyecto. “La visita de Mario nos dio un nuevo aire, nos alimentó, nos llenó de vitalidad”, dice.

Y no fue esa la única sorpresa. Mario Mendoza alzó su voz y antes de marcharse dejó una sentencia que aún recuerda Gustavo: “Este trabajo solitario que hacés con Biblioghetto en Petecuy, fomentar la literatura en las calles, es lo que debería hacer Cali. Debería ser un proyecto de ciudad”.

¿La escritura puede sanar?

Hoy, a sus 30 años, Gustavo desanda sus recuerdos y regresa quince años atrás. Ahora se mira ‘parchado’ en una de las esquinas de su Petecuy del alma, el barrio que lleva el nombre del Cacique que dominó el gran valle de los Lilíes y que se enfrentó a los conquistadores españoles. Era un grupo grande, adolescente, ninguno tenía más de 20 años. A diferencia de muchos de sus pares no hacían parte de ninguna pandilla reconocida del sector como la de 'El Hueco', 'El Humo' o 'los Buenaventureños'. En ese momento no lo sabían, pero son privilegiados. Las tres bandas desaparecieron por la captura de sus integrantes o porque fueron asesinados. Gustavo recuerda que, como se dice en el Valle del Cauca, ‘botaban corriente’ en la esquina, pero eran un parche de pelados sanos. Por eso, el presidente de la Junta de Acción Comunal se acercó a ellos y conociendo el liderazgo que desde niño tenía Gustavo les propuso que conformaran el comité cultural del barrio.

A partir de ese momento comenzó un nuevo camino. Organizaron torneos relámpago de fútbol, coparon el polideportivo que estaba tomado por los drogadictos y se metieron a Cinta Larga, una peligrosa invasión a orillas del río Cauca para ofrecerles recreación a los más pequeños. Pidió prestados libros de gran formato en la Biblioteca Departamental, alquiló zancos, llevó payasos, se vistió de mimo y sin saberlo comenzó a transformar vidas. La iniciativa gustó tanto que una semana después los mismos niños de la invasión fueron a buscar a Gustavo y sus amigos en la esquina que se ‘parchaban’ en Petecuy para que volvieran a llenar su vida de imaginación por unas horas.
 

Gustavo y Mario en sus talleres con niños de Cali©Especial para Semana Rural


 

Sin mayor preparación que el bachillerato, Gustavo entendió que tenía que estudiar por su cuenta. Fue dejando poco a poco su trabajo como vendedor de chance para ir conociendo las obras de Andrés Caicedo y a Mario Mendoza, sus héroes literarios. De la mano de sus lecturas entendió que dentro de las grandes urbes siempre respira otra ciudad más espesa. Territorios sin dios ni ley donde la violencia es una sombra que va extendiendo su amenazante oscuridad a los parques, las esquinas, los polideportivos. “Estando en esa búsqueda aprendí mucho de literatura urbana y empecé a investigar sobre las estrategias de formación de lectura en espacios no convencionales”. En una de sus obras descubrió que Mendoza hablaba sobre ese biblioburro que llegaba a las montañas llevando entretenimiento a los niños en medio de los combates entre paras y guerrillos. Pero también supo de la bibliocarreta y del bibliocirco como expresiones para llevar entretenimiento a territorios lejanos. Dice que tuvo entonces una epifanía y “entendí que si eso transformaba, yo también podía hacerlo. Que había gente que venciendo los miedos llegaba donde había conflicto y lograba abrir una puerta”.

Eran los tiempos de los raperos metidos en las barriadas caleñas. Las letras le cantaban a la violencia cotidiana que se llevaba la vida de los más jóvenes. Entonces comprendió que su barrio era un ghetto y que si aquí no había una estrategia de lectura para los chicos, él y su grupo de amigos tendrían que construirla. La promoción de lectura comenzó en las esquinas, en los asentamientos donde los invitaban, en los lugares donde alguien reclamaba cultura, allí llegaban. Y sucedió lo inesperado. Las esquinas que antes eran propiedad de las pandillas comenzaron a ser utilizadas por los niños y sus padres que llegaban a leer, a preguntar, a escuchar, a aprender a escribir. Fue tanto el impacto de esta estrategia que hasta algunos chicos involucrados en las bandas le ofrecieron a Gustavo ayuda para repartir los libros o los refrigerios que se conseguían.
 

De todas, tal vez la historia que más sorprende es la de ‘Chinga Harry’, un temible pandillero acusado de asesinar a más de 50 personas en Cali y que hacía de las suyas en esta zona de la ciudad. Gustavo lo conoció porque estudiaron en el mismo colegio. Era el ‘Juanito alimaña’ del barrio, lo vieron disparando y robando. Sabían que era un ‘gatillero’ de pulso firme, sin escrúpulos.

Hace tres años, Biblioghetto ganó el Concurso Estímulos que realiza la Alcaldía con un proyecto que se llamó Guardianes de la Esperanza. La idea era tan poética como dramática. Se trataba de que 500 niños de barrios vulnerables de la ciudad les escribieran cartas a igual número de presos que purgaban sus penas en la cárcel de Villanueva. El propósito era que los reclusos leyeran las cartas, reflexionaran, dejaran un mensaje de aliento a los más pequeños y los invitaran a evadir esa vida licenciosa.

En ese proceso se encontró con el antiguo hombre duro del barrio, quien entre lágrimas lo reconoció y le confesó que la cárcel era un “maldito infierno”. Gustavo abrazó al sombrío sicario que sollozaba como niño y lo invitó a que escribiera un mensaje a sus hijas pequeñas que aún vivían en el barrio. El llanto entonces se hizo incontrolable y ‘Chinga Harry’ le dijo que sí, pero le pidió un último favor, que Gustavo le ayudara a redactar las cartas porque él nunca había aprendido a leer ni escribir. En ese momento entendió que la lectura y la escritura puede sanar y que aún en los peores escenarios los seres humanos necesitan comunicarse.

 


 

Cambiando realidades

En su memoria están los resultados de varios años de esfuerzos, la mayoría solitarios y otros acompañados de empresas que se han solidarizado, particulares que donan libros, pequeñas organizaciones que valoran la transformación a través de la cultura. “Ha sido un trabajo muy en solitario, no hay un solo apoyo directo sostenido. A futuro lo que quisiéramos es que nos vieran como una organización fuerte en temas de lectura y trabajo comunitario”.

Desde que empezaron con Biblioghetto han realizado 658 talleres de lectura y dos eventos de ciudad relacionados con esta temática. Se logró impactar al 90% de la población infantil y juvenil de Petecuy, es decir, cerca de cuatro mil chicos. Justamente uno de los grandes momentos de Gustavo sucedió hace apenas una semana. Caminando por el Centro Comercial Río Cauca, en el populoso Distrito de Aguablanca. Un quinceañero lo alcanzó intempestivamente y lo tomó del brazo. Alcanzó a asustarse, pero el chico rápidamente lo tranquilizó y le dijo: “Vos sos Gustavo, sí o qué, sabés algo, vos me enseñaste a leer. Gracias”, y se marchó.


 

'Barrios en Voz Alta'.©Especial para Semana Rural


 

Un libro, con un título conmovedor, ‘Cambiando balas por libros’, resume la historia de esta década. Las experiencias de lectura en el ghetto quedan reflejadas en sus páginas. “Con las uñas, un grupo de amigos decidió que no podía dejar a su comunidad sin el derecho a leer y escribir. Increíble. Nadie les dijo, nadie los adoctrinó, nadie les explicó la importancia de la lectura y la escritura en el desarrollo de la conciencia crítica, de la democracia participativa. Ellos solo se fueron encontrando alrededor de un puñado de libros, de unas cuantas páginas, de unos autores que les movieron el piso, que los cuestionaron, que les mostraron nuevos caminos”, recuerda Mario Mendoza en el prólogo que tituló ‘Una fuerza civil’.

Jorge Enrique Rojas, uno de los primeros periodistas caleños que visibilizó la historia de este librero urbano, cree que en Petecuy la realidad para algunos niños ha sido distinta. Algunos conocieron primero a un escritor que a un sicario, a un capo o a un pandillero. Para otros el cuento ha sido al revés. Primero le han estrechado las manos a un asesino en vez de tener la oportunidad que alguien coloque sobre sus pequeñas manos el lomo de un libro. 


«Peor aún, sus conciencias puras han sido manchadas primero por historias de violencia que cuentan sangre y plomo, en vez de haber sido alimentadas con lecturas de El Principito o La Odisea. Esa realidad es la que está cambiando Biblioghetto, llevando libros y lecturas a barrios habitados por un miedo ambiente, extendiendo la palabra escrita a parques, esquinas, invasiones, ollas, sectores donde la palabra Biblioteca o Lector son desconocidas, enseñando el poder de las páginas, la literatura y la imaginación a una infancia que no tiene esto como derechos constitucionales»

Jorge Enrique Rojas, periodista


 

©Especial para Semana Rural

Para la cronista Lucy Libreros, quien participó de talleres en Petecuy, Gustavo sobre todo es un luchador a quien la literatura, la palabra, lo redimen y justifican. “Alguna vez me invitó a darles una charla a una veintena de muchachos del oriente caleño para contarles cómo narrar historias, porque Gustavo estaba seguro no solo de que los chicos tenían historias valiosas para narrar sino que además al hacerlo resignificaban su territorio, con todas sus luchas, sus violencias y sus bondades”. También habla de esa terquedad, que ha sido su sello, porque de ella nació también 'Cambiando balas por libros', obra con la que se presentó a una convocatoria en el Ministerio de Cultura convencido de que valía la pena documentar cómo ha transformado con la palabra a un barrio al que no hace mucho llamaban ´Petebala’, como él mismo lo recuerda.

 


 

Los padres de familia también se han sumado a esa iniciativa y junto a sus hijos aprender a leer y a escribir. ©Especial para Semana Rural


 

Hoy Gustavo sigue empeñado en redimir a través de la lectura y la escritura. Ha sumado escuderos a su cruzada fantástica. Cinco promotores de lectura, incluida su esposa, y un pequeño grupo de profesionales en recreación, grafiteros y muralistas se han unido a esta causa sin ningún otro propósito que donar su tiempo para abrir campos de esperanza entre los más desfavorecidos. Todos ellos conforman una tropilla que cada sábado se moviliza para desplegar sus jornadas culturales en Las esquinas de lectura infantil. Ya no solo están en Petecuy, también llegaron al Poblado, Los Lagos, El Retiro, Samanes del Cauca, Quintas del Sol. Barrios que tienen denominadores comunes: pobreza, deficiencias en salud, multitud de jóvenes sin recreación, problemas de drogas y fronteras visibles.

Hasta esas esquinas llegan para reunir a más de cien chicos con sus padres que también aprenden a leerles a sus hijos, a construir cuentos, a leer poesía. Los sueños de Gustavo comienzan a crecer como Biblioghetto. Ya no quiere solo hacer actividades barriales sino de ciudad. Está convencido de que este proyecto transforma las vidas de los niños. No tienen que contárselo, él lo ha visto. Esa tenacidad y resistencia que todos le reconocen lo llevó ahora también a estudiar Periodismo, pues quiere que su barrio sea contado no a través de los homicidios o robos sino de las historias de vida.

Recuerda las palabras de un alto directivo del Grupo Éxito a quien escuchó diciendo que para cambiar la realidad de un pequeño se necesitan 20 años, Gustavo hace cuentas y recuerda que ellos llevan una década y que ya hay resultados. Por eso quisiera que esta propuesta no se quedara solo en Cali sino que se multiplicara en el resto del país. “No hay una experiencia más gratificante que motivar y enseñar a leer. Que los chicos entiendan que ellos también tienen historias, que pueden convertirse en escritores. Muchos de ellos cargan con situaciones difíciles de vida y la escritura se vuelve una catarsis que pueden transformar en testimonios, novela negra, cuentos”.
 

Gustavo se queda pensando por unos segundos y vuelve al principio. Sí, esa misma carga transformadora y liberadora que él vivió durante su encuentro con Mario Mendoza. “Eso es simplemente lo que uno quisiera para estos chicos…”

 


POR: Gerardo Quintero | Editor nacional
@Gerardoquinte