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"Bolsonaro es una extraña mezcla de conservadurismo y estupidez"
Así ve Bruno Lima Rocha, doctor en Ciencias Políticas, al presidente brasileño, que acaba de cumplir un año en el poder. Su mandato ha estado marcado por polémicas, tics autoritarios, una relación irregular con el Congreso y una economía que crece tímida pero constantemente. Su gestión hasta ahora deja un sabor agridulce.
Jair Bolsonaro, a quien se le ha endilgado una cercanía ideológica con su homólogo estadounidense, Donald Trump, ha irrumpido en el poder desde la clase militar. Pero, a diferencia del mandatario norteamericano, no es un outsider: Bolsonaro ya tenía un gran recorrido dentro de la clase política tradicional.
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Bruno Lima Rocha, doctor en Ciencias Políticas y profesor de la Universidad de Vale do Rio dos Sinos, perfila al mandatario de la siguiente manera: "Bolsonaro inaugura un nuevo tiempo de la política brasileña. Por momentos, la cosa parece broma, pero es muy seria", manifiesta con un tono de cierta preocupación.
Para graficar al Gobierno de Bolsonaro, Lima Rocha explica: "En lo macroeconómico estamos hablando de un gobierno pinochetista de los Chicago Boys [el ministro de Economía, Paulo Guedes], y en términos ideológicos, estamos hablando de una mezcla rara de ultraconservadurismo con estupidez".
Lima Rocha define al Gobierno actual de Brasil como "una mezcla muy rara". "El humor casi siempre en nuestras tierras era utilizado como un arma de la crítica política, y hoy por hoy, la broma, el ‘despelote‘ es utilizado por la peor derecha política que está en el Gobierno".
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El profesor insiste en que actualmente Brasil tiene el peor récord de su historia en deforestación, y lanza una denuncia: "Nunca el Estado permitió tantos asesinatos de indígenas. Vivimos en una guerra ideológica cibernética —ellos dicen ‘guerra cultural‘—, y Bolsonaro sigue teniendo alrededor del 30% de apoyo, algo que tiene mucho que ver con sus vínculos más ideológicos con la pobreza conservadora, con la intermediación de ‘empresas de exportación de la fe‘ que en Brasil que se autodenominan ‘iglesias evangélicas‘" y que "tienen un tamaño importante".
Guerra cultural
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Respecto a esa ‘guerra cultural‘ mencionada por el profesor, Bolsonaro se despachó a gusto en pleno diciembre. Anunció la finalización acuerdo de producción para la emisión de TV Escola, una cadena educativa que según el mandatario era "totalmente de izquierda" que promovía la "ideología de género". Para ser más específico, el presidente dijo que "los tipos están desde hace 30 años [en TV Escola], hay muchos formados con base en la filosofía de vida de Paulo Freire, ese energúmeno, ídolo de la izquierda".
El analista explica que al respecto hay un debate muy serio en Brasil. La interrogante planteada allí, según el profesor Lima Rocha, es si Bolsonaro y sus adeptos hacen esas declaraciones, o porque son tontos, o porque se lo creen, o porque obedece a una estrategia. "Yo cada vez más estoy convencido de que es una estrategia", asevera.
La TV Escola, explica el analista, "es una señal pública nacional que tiene una programación muy buena, hecha por consorcios, y tiene fines didácticos".
"Bolsonaro y su gurú, Olavo de Carvalho y sus demás agitadores ideológicos, […] se posicionan en contra de la propuesta pedagógica de Paulo Freire y ubican esta propuesta del oprimido en la misma huella de la Teología de la Liberación, ubican todo esto como si fuera parte de una guerra cultural".
Bruno Lima Rocha añade que en Brasil "hay un problema serio del mercado laboral: hoy hay más bolsonaristas en internet, que puestos de trabajo. Por lo tanto, tienen que poner a su gente, o a una parte de ella, siendo rentados del Estado a través de la usurpación de, por ejemplo, un canal de televisión pública, que va a estar al servicio de la ultraderecha alucinada de Brasil", concluye.
Un año agridulce
La popularidad del líder ultraderechista además se erosionó rápidamente en sus primeros meses de Gobierno, y actualmente, aunque son más los que consideran su gestión mala (36%) de los que la consideran buena (30%), su desaprobación ha parado de aumentar, según los datos de la encuesta del instituto de opinión Datafolha divulgada la semana pasada.
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A eso ha ayudado la percepción de que la situación económica está encarrilada: Brasil aún tiene un desempleo del 11,6%, pero en las últimas semanas los indicadores muestran una tímida recuperación: en octubre se crearon 71.000 puestos de trabajo y sectores como la industria o el comercio empiezan a crecer.
El Banco Central ha elevado levemente las previsiones de crecimiento; un 1,1% este año y un 2,2% en 2020, y la agencia de calificación de riesgo S&P mejoró esta semana la nota de crédito de Brasil (BB — a largo plazo y B a corto plazo) citando la agenda de reformas.
La aprobación de reformas económicas de corte neoliberal impulsadas por el ministro de Economía, Paulo Guedes, en especial la del sistema de pensiones, fueron el principal caballo de batalla del Gobierno en sus primeros meses, aunque en algunos casos han sido "descafeinadas" por el Congreso, con quien Bolsonaro no acaba de tener línea directa, dado que no cuenta con una base aliada estable.
En otros casos, como la reforma de la administración pública, se ha optado por el compás de espera por miedo a que generen protestas como las que viven países vecinos.
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Ese miedo al contagio de la convulsión social desveló algunos de los tics autoritarios del Gobierno, con Guedes y el hijo del presidente, Eduardo Bolsonaro, defendiendo la hipotética necesidad de implantar una nueva dictadura militar y con el mandatario preparando el respaldo legal para que las Fuerzas Armadas tengan inmunidad cuando actúen en operaciones especiales, como represión a manifestaciones.
De momento, no obstante, Brasil no vivió grandes marchas contra el Gobierno (a excepción de las protestas contra los recortes universitarios en mayo) y, aunque los analistas coinciden en que el tono de Bolsonaro es peligroso, piden prudencia: "La imagen internacional es que Brasil está gobernado por un Orbán de los trópicos, pero lo cierto es que Brasil no es Hungría, al menos de momento", dijo Nicolau.
El experto aludía al primer ministro húngaro, Viktor Orbán, acusado por otros líderes y organizaciones internacionales de impulsar reformas antidemocráticas, limitar a la prensa y al Poder Judicial, además de xenofobia y nepotismo.
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Una de las grandes banderas del nuevo Gobierno de Brasil era la lucha contra la corrupción y la violencia. En el primer semestre, el índice de homicidios cayó 22% y Bolsonaro se esfuerza en rentabilizar ese descenso, a pesar de que las políticas de seguridad pública están transferidas a los estados.
La lucha contra la corrupción se vio empañada por las presuntas irregularidades financieras de uno de los hijos del presidente, el senador Flávio Bolsonaro, por el papel discreto del ministro de Justicia, el exjuez Sérgio Moro, y por las interferencias de Bolsonaro en la Policía Federal para proteger a su familia.
El medio ambiente ha sido uno de los asuntos que ha acaparado más atención en los últimos meses: el desmantelamiento de las políticas de preservación ambiental y en favor de los indígenas, junto a la crisis de los incendios de la Amazonía y el aumento de la deforestación ayudaron a perjudicar aún más la imagen del país en el exterior.
Esa crisis también reveló las dificultades de Bolsonaro para dialogar con los principales líderes mundiales (elevó el tono contra el francés Emmanuel Macron y la alemana Angela Merkel), y puso en evidencia el papel de Itamaraty, la Cancillería, que con el ministro Ernesto Araújo, uno de los más ideológicos del Gobierno, dejó de lado el pragmatismo diplomático.
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Con EEUU e Israel como socios preferentes (Bolsonaro no acaba de descartar el traslado de la Embajada de Brasil a Jerusalén), el Gobierno tuvo que corregir sus propios errores y deshacer el malestar causado en China y los países árabes.
En el terreno regional, los primeros meses del año estuvieron marcados por la crisis política de Venezuela; Brasil se alineó claramente con EE. UU. pero descartando una intervención militar, en buena parte gracias a la presión del ala militar dentro del Gobierno.
Más recientemente, la tensión se trasladó a Argentina: Bolsonaro advirtió que si la izquierda ganaba Argentina sería una "nueva Venezuela" y miles de argentinos emigrarían a los estados del sur de Brasil; después de las elecciones se negó a felicitar al peronista Alberto Fernández por su victoria y no acudió a su toma de posesión, aunque después lanzó algunos mensajes conciliadores.
*Con información de Sputnik...