Para cuando se retiró, catorce años más tarde, tenía en su haber 6 Grand Slams, una medalla de oro olímpica, 49 títulos y una fortuna de casi US$40 millones, sin contar una cifra similar por acuerdos con patrocinadores.
Muchos se preguntan por qué, en vez de retirarse y llevar una vida cómoda y relajada, Becker dedicó tiempo y energía a construir su propia marca.
"Durante un par de años no estuve haciendo nada. Estaba pasando un momento difícil en mi vida privada. Me divorcié y tuve que restablecerme y empezar de nuevo", recuerda.
"Pero, obviamente, después de no hacer nada -además de jugar golf y tomar demasiadas vacaciones- uno se empieza a aburrir rápidamente y sentí que, con 35 años, tenía mucho más por hacer a nivel profesional", dice el deportista.
Así empezó a pensar qué otras cosas sabía hacer y en quiénes quería tener a su alrededor.
"Una cosa llevó a la otra y casi sin darte cuenta al rato tienes una oficina, quizás dos y estás ocupado con un montón de cosas".
Ojo inmobiliario
Becker recuerda que su padre le dijo que él no iba a ser jugador de tenis toda la vida y que tenía que invertir su dinero de forma inteligente.
"Me enseñó que el tenis siempre podría acabarse al día siguiente: te puedes romper una pierna, un brazo, puedes perder la motivación, pero tu familia va a seguir ahí y tienes que poder sostenerla", dice.
"Mi padre era arquitecto de profesión por eso mi primer amor fue el negocio de las propiedades".
"Como de niño pasé mucho tiempo en obras en construcción, desarrollé el instinto para darme cuenta del potencial de un departamento, o una buena casa, o un buen sitio. Creo que eso fue clave", apunta.
A los veintitantos años Becker comenzó a adquirir propiedades: "No diría que transformé mi hobby en una profesión", se ríe, "pero si me gusta algo, lo compro".
Becker también abrió tres sucursales de venta de autos Mercedes-Benz y ahora es embajador de la marca.
Fracasos
El tenista probó suerte en diferentes áreas, pero no todo lo que hizo resultó una empresa exitosa.
"Un negocio o dos fracasaron".
En 2002 fue condenado en Alemania a dos años de libertad condicional por evasión de impuestos y su propiedad en Mallorca fue el centro de una disputa en torno a una serie de cuentas impagas.
Sin embargo, su fracaso más rotundo en sus aventuras inmobiliarias fue la Torre Becker de Dubai, un proyecto del cual está particularmente arrepentido.
"Les di mi nombre, que es lo único que tengo, pero no fui el responsable de financiar el edificio. Cuando explotó la burbuja inmobiliaria de Dubai, se cayó el negocio de la torre. Yo no diría que fui responsable, pero el negocio no funcionó y eso no fue bueno", señala.
Él explica que no se involucró en la construcción del edificio, pero enfatiza que sí prueba cada una de las raquetas que llevan su nombre.
Es más, participa también en su mercadeo.
"Sé de qué se trata el marketing y la marca en el área de deportes, por eso siento que puedo aportar un par de cosas que un inversor común y corriente desconoce", afirma.
Tras el fiasco de la torre, Becker se tornó más cauteloso, y, por esta razón, no invierte en la bolsa.
"No entiendo demasiado y no quiero que un chico de 25 años me explique algo de lo que ni siquiera él está seguro al día siguiente".
"Lo último que quiero hacer es invertir mi dinero en algo riesgoso. Prefiero los bienes raíces, que tienen un crecimiento lento, a largo plazo, y que traen satisfacciones en 10 o 15 años", aclara.
A sus 45 y con la mayoría de sus proyectos viento en popa, se siente cómodo con su segunda carrera, y retirarse está muy lejos de sus planes.
"¿Retirarme? Me encanta lo que hago. No me despierto por la mañana diciendo que odio mi trabajo o que no quiero ir a la oficina", dice.
"Soy feliz, estoy en buen momento y no me veo sin trabajar".