ERICK BEHAR VILLEGAS
Brexit: bonito discurso, innecesario capricho
El soberano es un tirano que no conoce las leyes sino su propio capricho, escribió Voltaire en su 'Diccionario Filosófico'. Y el capricho es algo que abunda en relaciones interpersonales, en procesos políticos y, en absurdos sucesos de nuestra humanidad.
El brexit –la salida del Reino Unido de la Unión Europea- es un campo experimental del capricho. Esconde realidades, tiene consecuencias complejas, y dice mucho de la obsesión del ser humano con los macrodiscursos.
Nos debería interesar más, no por el apocalipsis que resuena por ahí, sino por el reflejo de procesos caprichosos y sus lecciones en estas tierras lejanas. Especular sobre los efectos del brexit en economías latinoamericanas no debe quitarnos el sueño por ahora, pues la relación comercial es proporcionalmente pequeña. Si hay hard brexit o no-deal brexit, puede haber aumentos tímidos en la inversión hacia Colombia; quizá diversifiquemos exportaciones hacia el RU para bajar la preponderancia del carbón; quizá tengamos una pequeña migración de personas altamente calificada buscando mercados emergentes. Si hay turbulencias económicas mundiales derivadas del brexit, Colombia puede sufrir por la volatilidad cambiaria y posibles caídas de la inversión y la demanda. Sobre esto se ha dicho bastante, por ello quisiera enfocarme en el rol del capricho.
En 1975 decía el ‘mítico’ rey Arturo en Monty Python and the Holy Grail, “we’re here for a sacred quest!”, estamos aquí en una misión o búsqueda sagrada, amenazando de manera burlesca a los franceses que terminaron lanzándoles animales para espantarlos. Décadas después, el excéntrico Boris Johnson también está en una misión sagrada: engradecerse gracias al capricho que puede golpear fuertemente a los sectores menos favorecidos de la economía británica. Fue el mismo David Cameron el que lo trató de embajador del populismo antiexpertos.
Recientemente se filtró el Yellowhammer Contigency Plan, un documento que el gobierno guardaba celosamente (disponible aquí), escrito pocos días después de que Boris Johnson llegara al poder. La filtración sirvió para ver lo poco preparado que está el RU para el peor escenario. Escasez de medicinas y alimentos frescos, caos logístico en Dover y en el Canal, auge de mercados negros, conflictos potenciales entre barcos pesqueros, y más. Así algunos digan que es puro show mediático, el descontento se ha visto y ahora es caldo de cultivo para el posible ascenso de partidos como el Liberal Demócrata, que ya le arrebató un parlamentario a Johnson.
Los Brexiters pregonan la independencia, el control migratorio, acabar con la contribución al presupuesto de la UE, y en general, un tema de principios democráticos basados en la soberanía. En 2017, Alemania hizo una contribución neta (es decir que aporta más de lo que recibe) de 12.800 millones de euros, seguido por el RU, con 7.430 millones. A los Brexiters les molesta que la UE imponga gran parte de las reglas del juego, pero como lo dice Philip Allott, profesor emérito de Cambridge, el RU ya tiene bastantes privilegios: no está en el espacio Schengen ni en la eurozona, y mantiene su propia moneda. No hacer parte de los órganos de gobierno de la UE, sin embargo, puede traerle muchos obstáculos a ciudadanos y empresas del RU.
En la superficie del brexit hay caprichos y ambiciones personales, todo auspiciado por el peligroso macrodiscurso de la soberanía. Ese mismo es el que ha cobrado millones de vidas cuando se estira en demasía. La obsesión de personajes como Aníbal, Antíoco III, Stalin, el Sultán Mustafa I, Carlos VI de Francia, y más, con la soberanía y el poder, todo envuelto en discursos, terminan perjudicando al individuo que tiene que librar guerras y sufrirlas, así sean batallas personales contra la pobreza y el sufrimiento psicológico. No digo que el brexit lleve a consecuencias bélicas, pero el capítulo de la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte es más explosivo de lo que se piensa.
En 1998 se puso fin a un conflicto entre unionistas (protestantes mayoritariamente) y republicanos (católicos) con el acuerdo del Viernes Santo en Belfast. Los primeros querían unirse al RU, mientras que los católicos nacionalistas buscaban la unificación de las dos Irlandas, ya partida desde los años 20. The Troubles, como se le conoce a este periodo de violencia, cobró la vida de 3600 personas. Según el profesor Donnacha O’Bleacháin, el acuerdo no resolvió el problema de fondo, y la influencia de la UE ha sido fundamental para traer estabilidad y volver difusa la única frontera terrestre que quedaría entre la UE y el RU. “Todo empieza con un pequeño puesto de control”, dice el profesor. Recordemos los traumas del muro de Berlín y no olvidemos la forma en que Johnson rechaza el famoso backstop de Irlanda, es decir la garantía de no volver a una frontera clara y hermética si el Brexit se da. El aumento de la tensión en la frontera irlandesa puede despertar conflictos que se creían superados.
Detrás del brexit se esconde la intención thatcheriana de desregular el mercado, quitándose de encima las reglas que ha logrado hacer la UE en un modelo de economía social de mercado. Pero como lo sostienen W. Hutton y A. Adonis en The Guardian, los que quieren la salida del RU tienen razón identificando problemas, pero están equivocados en la solución. Se necesita más descentralización y reformas duras como la reducción del poder de la House of Lords, aquella cámara alta de muy honorables ‘Peers’ que no tienen que ser elegidos popularmente.
El capricho del brexit logró que empresas como Unilever, Barclays y Panasonic empezaran a anunciar la expansión de operaciones en Europa. No hay nada peor que la incertidumbre, y esto lo han vivido empresas como Nissan y sus trabajadores de la planta de Sunderland. La empresa importaba en 2018 el 85% de sus insumos desde el continente, y apenas guardaba stock para la producción de medio día. Esta incertidumbre, atada al mercado cambiario que vio una caída del 10% en la libra esterlina luego del triunfo de los Brexiters en 2016, golpea a la población, más de lo que golpeará a Johnson y a sus amigos.
Gracias a la última jugada de la oposición, antes de la suspensión del parlamento, que tuvo una buena dosis de gritería, Johnson está obligado a buscar una prórroga del brexit hasta enero de 2020, a menos que el parlamento apruebe un brexit con o sin acuerdo antes del 19 de octubre. Veremos qué resultará de la reunión que tiene Johnson con el presidente de la Comisión Europea en Luxemburgo. Por ahora, como nos pasa a los colombianos, se vivirá en la incertidumbre del capricho hecho discurso.