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Los nuevos llaneros

Alejandro Santo Domingo, Luis Carlos Sarmiento y Harold Eder encabezan la lista de grupos económicos nacionales y extranjeros que les están apostando cientos de millones de dólares a los llanos orientales.

21 de febrero de 2011

“Mi gran sueño es que Colombia se convierta en un gran exportador de granos”. Alejandro Santo Domingo explica así su más reciente apuesta empresarial: sembrar soya y maíz en los Llanos Orientales. Son palabras mayores. Primero, porque hoy Colombia importa entre 6 y 7 millones de toneladas anuales de granos para su consumo interno, de los cuales la mitad son soya y maíz. Segundo, porque la región jamás ha servido para grandes cultivos de alimentos, pues la acidez de la tierra lo impide. Tercero, porque no hay infraestructura para mover ese tipo de carga.

A pesar de todo, Santo Domingo está invirtiendo en los Llanos desde hace nueve meses, en una apuesta personal que no vincula a Valorem, pero sí a Invernac (sociedad ciento por ciento de la familia Santo Domingo). El plan es producir granos, principalmente soya y maíz, primero para el mercado interno y, en el largo plazo, para el mercado global. Santo Domingo es el símbolo de un nuevo estilo de inversionista que está asumiendo posiciones en la altillanura colombiana en la actualidad. Contrató a la firma Impar, con el fin de transferir la tecnología brasileña de Embrapa, la Agencia Brasileña de Pesquisas Agropecuarias. Esta agencia es reconocida mundialmente por ser el eje de la milagrosa expansión de la productividad alcanzada por ese país en las últimas dos décadas. El modelo incluye una paciente transferencia de tecnología de los expertos brasileños a los pobladores de la región, quienes deben aprender toda una gama de prácticas para el manejo de los suelos.

Santo Domingo no es el único jugador en este frente, existen hoy varios proyectos que están empeñados en convertir al Llano y la Orinoquia colombiana en una despensa para el mundo. La oportunidad se abre ante el aumento de precios de los alimentos y la brecha entre la demanda y la oferta mundial en las próximas décadas.

Esta oportunidad no es solamente para los inversionistas privados, lo es también para el país. A Colombia le llegó la hora de convertir una región aislada en una de las potencias alimentarias del mundo. Para lograrlo, se necesita una visión moderna, un empresariado capaz de pensar en grande y un Estado que construya las condiciones necesarias en infraestructura, inversión en tecnología, seguridad y regulación. Brasil logró aumentar su producción agrícola en 365% entre 1996 y 2006. Colombia podría hacer lo mismo.

El mundo busca comida
La oportunidad se deriva de la crisis alimentaria, una de las grandes amenazas para la estabilidad global en este siglo. Los precios ya muestran este efecto. El índice global de precios de alimentos de la Organización para los Alimentos y la Agricultura, de Naciones Unidas (FAO), por ejemplo, está en los niveles más altos de su historia. El consumo de alimentos está aumentando velozmente debido al crecimiento de los ingresos en los países en desarrollo. A esto se suma el incremento de la demanda de granos para la fabricación de biocombustibles. El consumo anual de granos en el mundo se ha duplicado frente a los niveles que tenía hace diez años.

Por el lado de la oferta, las expectativas no son alentadoras. La FAO estima que la producción global de alimentos tendría que aumentar en 70% para el año 2050. Sin embargo, las tierras útiles están amenazadas. La erosión y el agotamiento de las fuentes de agua avanzan. La tecnología parece haber llegado a un tope y ningún país desarrollado ha logrado incrementos apreciables en productividad por hectárea en granos desde hace más de una década. Las oleadas de calor en las zonas templadas han implicado caídas en los niveles de producción, como el caso de los granos en Rusia donde cayó 40% en 2010. El mundo ha empezado a buscar desesperadamente áreas para cultivo, en particular para granos. Los Llanos Orientales colombianos aparecen como uno de los lugares privilegiados en el planeta, rico en agua, biodiverso e inexplotado. Si Colombia logra resolver problemas críticos como la acidez de la tierra y la carencia de infraestructura de transporte, y si tiene la capacidad para consolidar un sistema ambiental y socialmente sostenible, podría ser uno de los grandes proveedores de alimentos del planeta.

La movida de Santo Domingo
La estrategia de Alejandro Santo Domingo se cifra en replicar el modelo brasileño en los Llanos Orientales. Los asesores de Impar –encargados de transferir la tecnología de Embrapa– estudiaron detenidamente cerca de 50.000 hectáreas que podrían ser aptas para la siembra de estos alimentos, en el Vichada. Una de las barreras es el costo de adecuación de la tierra. Las características del terreno son pésimas para el cultivo de granos, ya que los suelos son ácidos y tienen altas saturaciones de aluminio. Es necesario corregir estos factores a través del encalado (adición de cal a la tierra), con un costo de US$1.000 por hectárea.

No es casualidad que Santo Domingo se haya dirigido a Brasil. El cerrado brasileño, que hoy genera 70% de la producción agrícola de ese país, era considerado tierra no apta para cultivo en los años 70, por su acidez y escasez de nutrientes.
Embrapa desarrolló una combinación de tecnologías para enfrentar el problema. Una de ellas es el proceso de encalar –volcar grandes volúmenes de cal pulverizada sobre la tierra para reducir la acidez–. Para finales de los años 90, los brasileños vertían entre 14 y 16 millones de toneladas de cal anualmente en el cerrado y ese volumen llegó a 25 millones en 2004. Usaron bacterias que ayudan a fijar el nitrógeno en los terrenos y reducen la necesidad de fertilizantes, y crearon una variedad de pastos de alta fertilidad, para la expansión ganadera.

Al mismo tiempo, la transformación del cerrado implicó una amplia tarea de ingeniería social. Se desarrolló un sistema conocido como “cultivo mínimo”, según el cual la semilla se siembra a escasa profundidad y es cubierta con plantas y residuos. El sistema lleva a que la temperatura del suelo caiga, la humedad se conserve, la actividad biológica se fortalezca y la productividad de la tierra se incremente. La clave fue cambiar el comportamiento de millones de campesinos que debieron aprender y habituarse a una rutina nueva.

Hoy, varias familias de brasileros trabajan en los Llanos enseñando a campesinos de la región a manejar los tractores y operar la maquinaria. En el mes de septiembre deberá salir la primera cosecha de soya y maíz. En una primera etapa, esos granos se usarán como alimento de cerdos y animales. “No tiene sentido que teniendo Los Llanos a 480 kilómetros de Bogotá, nos toque importar granos de Argentina (a 10.700 kilómetros), Brasil (a 9.000 kilómetros) o Iowa en Estados Unidos (a 6.500 kilómetros)”, dice Alejandro Santo Domingo.

Aparte de la transferencia de tecnología de Brasil, el modelo de negocio de Santo Domingo incluye una alianza con el grupo Riopaila, que conduce Alfonso Ocampo. En esta alianza, Riopaila, que es la dueña de la tierra, le alquila a Santo Domingo unas 4.000 hectáreas. El arrendamiento se paga como un porcentaje del valor de la cosecha, de manera que comparten el riesgo. Este es, de todas formas, un porcentaje pequeño dentro de los costos (entre 2% y 3%), porque la inversión más voluminosa está en la adecuación de la tierra.Quizás el punto más difícil, como podría esperarse, es el tema del transporte. Santo Domingo confía en que el Gobierno mantendrá sus prioridades en el fortalecimiento de la infraestructura de la región.

El presidente Santos ha hablado de construir una carretera entre Puerto Gaitán y Puerto Carreño que abrirá el paso hacia otras siete millones de hectáreas aptas para la producción agroindustrial. Esto es necesario, pero es solo un eslabón. En el largo plazo es vital dar navegabilidad al Río Meta, que conecta con el Orinoco y con Puerto Ordaz en Venezuela. A Puerto Ordaz llegan barcos que hoy tienen capacidad para transportar 35.000 toneladas de acero a través del Caribe. También podrían cargar alimentos. “Mientras un camión mueve 35 toneladas, un remolcador de río puede mover 2.400 toneladas. Así se transportan los granos en Brasil, Estados Unidos y Europa Central”, dice Darío Castaño, ex presidente de Valorem y el hombre fuerte de Alejandro Santo Domingo detrás de este monumental proyecto. “Lo que está pasando en Túnez y Egipto es por hambre. Creo que la tercera guerra mundial será por hambre”, dice Luis Felipe Pérez, managing director de Quadrant Capital Investments, otro de los hombres que Alejandro ha escogido para que lo acompañen en Los Llanos.

Los pioneros
Santo Domingo no es el único empresario empeñado en abrir el Llano para la producción masiva de alimentos. El gran pionero es el Grupo Empresarial Aliar, compuesto por el industrial santandereano Jaime Liévano y la empresa paisa Contegral, que ha hecho inversiones por US$100 millones y hoy cuenta con 13.000 hectáreas sembradas de maíz y soya. La Fazenda, como se conoce este proyecto, es uno de los grandes. El modelo de Aliar se basa en la configuración de una cadena de alimentos para el sector avícola de Santander.

Liévano se empeñó, a partir de 2001, en cambiar el paradigma y demostrar que Colombia sí puede ser competitiva en la producción de alimentos a gran escala, aunque no tenga las extensiones de la pampa argentina ni las 16 horas diarias de sol del cinturón de cereales en Estados Unidos. “El futuro es espectacular, no solo desde el punto de vista de rentabilidad sino también de visión de país”, dice Liévano. “Podríamos tener comida barata, como en Brasil. Hoy, un colombiano come en promedio 45 kilos de proteína al año, pero en algunos estratos no pasa de 20 a 25 kilos al año. Se podría llevar el consumo de proteína animal a unos 80 kilos por año”.

Liévano encontró que la altillanura ofrecía una buena oportunidad, aunque sería necesario invertir fuertemente en mejorar la calidad de los suelos. Promovió la creación de un grupo que hiciera las millonarias inversiones necesarias con otros empresarios del sector avícola. El modelo buscaba integrar la siembra de maíz y soya, base de los concentrados, con el fin de producir pollos y cerdos con precios competitivos que permitieran aumentar el consumo interno de proteína y vender al exterior parte de la producción. El proyecto comprende en realidad toda la cadena productiva, desde la siembra de las materias primas y la producción del alimento, hasta el engorde, sacrificio y venta al consumidor.

En 2004, Liévano logró que el empresario antioqueño Fabio Andrés Saldarriaga, de Contegral, se interesara en su proyecto. A partir de allí inició un proceso de crecimiento sostenido, tanto en número de socios como en desarrollo de nuevas tierras. Actualmente el grupo está integrado en un 50% por empresarios santandereanos –Marval, Rayco, McPollo, Comertex– y el otro 50% por antioqueños –Contegral, Premex, Finca y Frico–.

La Fazenda tiene 13.000 hectáreas sembradas de maíz y soya, que en su mayoría son arrendadas. Cada contrato de arrendamiento se realiza por un período mínimo de diez años, con un pago garantizado a los propietarios de $250.000 por hectárea. Para Liévano, este modelo de producción solo es posible a gran escala, en extensiones que superen las 5.000 hectáreas, pues de lo contrario las inversiones no logran los retornos necesarios. Son proyectos a largo plazo. “Durante los tres primeros años se generan pérdidas, en el cuarto y quinto año alcanzan el punto de equilibrio y solo en el sexto año comienza a dar rentabilidad”, afirma.

Diez años después de iniciar, tienen avances importantes en productividad en maíz y sorgo, debido a las inversiones que han hecho en genética, contratada, entre otras entidades, con Embraep de Brasil. La siembra se realiza con tecnología de punta, que incluye 16 máquinas controladas por computador, las cuales plantan 940 hectáreas diarias, y cosechadoras que recogen en dos semanas la producción de 6.000 hectáreas. Actualmente la producción de maíz alcanza seis toneladas por hectárea, un nivel competitivo para vender en Colombia, pero no para exportar. La investigación genética del grupo ha encontrado semillas que permiten un potencial de 12 toneladas por hectárea, las cuales comenzarán a sembrarse a partir de 2012.

Los precios de la tierra
Aunque los modelos empresariales de Santo Domingo y Liévano muestran el potencial, debemos prepararnos para hacer grandes inversiones y abandonar paradigmas del pasado. El Gobierno juega un papel fundamental. Es necesario superar la limitación que impone el concepto de las UAF (Unidades Agrícolas Familiares), una figura jurídica que opera desde hace varias décadas y restringe las inversiones a 900 hectáreas. Esta limitante ha llevado a varios inversionistas nacionales e internacionales a postergar o abandonar proyectos en Los Llanos. El Gobierno es consciente de la necesidad del cambio. El ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, afirma que está impulsando un plan integral para el desarrollo inteligente de la altillanura a través del fomento de la producción agroindustrial con economías de escala, investigación tecnológica y nueva infraestructura.

De hecho, dentro del Plan de Desarrollo el Gobierno propone remover la restricción que imponen las UAF. “Para hacer una agricultura moderna, las organizaciones requieren de economías de escala que solo se logran con extensiones mayores a 10.000, 15.000 o 20.000 hectáreas, además de inversiones en infraestructura, ciencia y tecnología”, dice Restrepo. Para evitar la concentración de tierras, el Gobierno promoverá las asociaciones de pequeños y medianos productores para que trabajen junto a los grandes proyectos.

La cartera de Agricultura trabaja en un marco de políticas que no solo permitan un mejor aprovechamiento de la tierra, sino que además garanticen la equidad social y el cuidado ambiental. Los proyectos pasarán por un proceso de valoración del Ministerio, buscando que en la zona se establezcan grandes áreas solo si se trata de empresarios comprometidos con la generación de empleos, la apropiación de tecnologías y las exportaciones. “No permitiremos que algún señor compre 40.000 hectáreas para dejarlas improductivas y esperando que engorden”, dice Restrepo. Adicionalmente, se proyectan inversiones estatales en investigación agronómica y en infraestructura. El Ministerio creará en Carimagua, con asocio del Ciat, el centro de investigaciones agronómicas más importante de la región, para el cual ha destinado recursos iniciales por $6.000 millones. Este contribuirá a identificar nuevas variedades de cultivos y tratamiento para los suelos. “Este será nuestro Embrapa”, sentencia el Ministro.

En cuanto a transporte, la carretera Puerto Gaitán-Puerto Carreño, con una estructura de espina de pescado, permitirá movilizar rápidamente la carga hacia otras regiones del país. El Gobierno estima que esta obra tendrá un costo de $1,2 billones.El alza de los precios de la tierra es un problema adicional. Cerca a Villavicencio, una hectárea que hace cinco años valía $2 millones hoy puede llegar en algunos casos a $12 millones. “En muchos casos se está volviendo un negocio inmobiliario. A $10 millones la hectárea, la rentabilidad es muy baja y muchos proyectos podrían quedar engavetados”, dice una fuente de una empresa de la zona.

El tema ambiental tiene también una importancia crítica. Si el crecimiento se desarrolla en forma desordenada, lo que podría ser la gran oportunidad se convertiría en un desastre ecológico. El ministro Restrepo afirma que el plan contempla reglas ambientales para proteger humedales, resumideros y lagunas que forman los ríos que fluyen hacia el Orinoco. “Esas zonas deben ser intocables, preservadas y delimitadas y no pueden ser desecadas, pues estaríamos sembrando la semilla de los desórdenes hidráulicos que ha visto el país en el interior”, dice. Por su parte, la Corporación Autónoma de Orinoquia (Corporinoquia) contrató la asesoría de la Universidad de los Andes en el tema ambiental, con el concurso de expertos como Juan Mayr y Manuel Becerra. A partir de ese estudio, ha ajustado sus planes para la región.

“Con unas reglas claras, hemos conseguido un diálogo constructivo con Manuelita y Riopaila, dos de los más grandes inversionistas”, dice Héctor Orlando Piraguata, director de la corporación. Para él, las exigencias no buscan perturbar la marcha de los proyectos, sino protegerlos. “Sería injusto que el esfuerzo empresarial fuera malogrado por no tener una visión de su desarrollo sostenible”, sostiene Piraguata. Eso exige conocer las particularidades del ciclo del agua, definir el área de reserva biológica, prevenir el aumento desbordado del nivel freático de las tierras y construir una relación estable con las comunidades de la región. La explotación de alimentos en Los Llanos con miras al mercado global le plantea al país retos extraordinarios. El acondicionamiento de los suelos, el avance tecnológico, el desarrollo de la infraestructura, la provisión de capitales de inversión, el manejo ambiental, la planeación de los cambios poblacionales, el aumento de los precios de la tierra y los retos ambientales son solamente algunos ítems en la lista de asuntos urgentes que es necesario atender.

Todos ellos exigirán soluciones novedosas, en un marco de colaboración entre lo público y lo privado. Se necesitan empresarios y gobernantes visionarios y capaces de ponerse a la altura del desafío. La explotación sostenible del Llano es una oportunidad única para Colombia, que tendría un impacto extraordinario sobre los ingresos y el bienestar de la población. No se puede pensar en pequeño ni actuar con individualismo. Es un reto de país.