TELEVISIÓN
Chernóbil: grandes errores, enormes sacrificios hechos alta televisión
#DelArchivo La miniserie de HBO cautiva con su recuento descarnado del mayor accidente nuclear de la historia. Más allá del drama humano, denuncia la arrogancia de la burocracia soviética, que trató de ocultar su fracaso y envió a centenares de soldados y bomberos a una muerte segura.
Un desastre nuclear sin precedentes tuvo lugar en la madrugada del 26 de abril de 1986, en Ucrania, entonces parte de la Unión Soviética. Las consecuencias de la nube radioactiva llegaron hasta Europa y Asia. Hoy, a miles de kilómetros de distancia del siniestro y más de 30 años después, las mediciones del isótopo radiactivo cesio-137 siguen preocupantemente altas.
Por eso, por encima de los 2.000 metros, en algunos lugares de los Alpes franceses, austriacos e italianos –y vaya a saberse cuántas otras zonas no monitoreadas– es inseguro andar. El accidente dejó inhabitable un área de 30 kilómetros cuadrados (llamada ‘zona de exclusión’), les costó directamente la vida a decenas de personas y animales, e impactó a miles, en una cifra difícil de estimar dados los diversos efectos de la radiación según el tiempo que estuvo expuesta la persona.
Si de Rusia dependiera, poco o nada se hubiera vuelto a hablar del desastre nuclear de Chernóbil, y mucho menos de las teorías sobre por qué estalló el reactor cuatro de esa planta nuclear. ¿Acaso por descuidos de procedimiento de sus directores? ¿Acaso –como insinúan aún las autoridades rusas– por la acción de un agente de la CIA infiltrado?
Por fortuna, la narrativa no depende de Rusia. Los productores de la serie se inspiraron en Voces de Chernóbil (2015), el libro periodístico que le representó el Premio Nobel de Literatura a la bielorrusa Svetlana Alexiévich. La autora recogió testimonios de quienes estuvieron ahí y padecieron los terribles efectos. Y transmitió sus duros recuentos sin adjetivos, dejando que los hechos escuetos hablaran por sí solos.
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El premio para la periodista le dio gran notoriedad al duro tema y abrió la puerta para Chernóbil, una miniserie de HBO, de cinco capítulos, que dejó al mundo sorprendido y deprimido. Más de 226.00 personas la han evaluado en el portal IMDB, y a la fecha de cierre ostenta una evaluación de 9,6 puntos sobre 10, que la hace, por ahora, la miniserie mejor calificada de la historia.
La coproducción de HBO y Sky (disponible en la plataforma HBO GO) desarrolla el libro, aunque sin darle crédito. Más allá de ese detalle, ilustra de manera impactante las historias de víctimas como el bombero Vasili Ignatenko, de los primeros en llegar al lugar de los hechos y en sufrir los efectos de la radiación en su organismo. Y la de su mujer, Liudmila, quien lo observa prácticamente desintegrarse, en medio de dolores inenarrables, en la cama del hospital en Moscú.
La serie se centra en Boris Legasov (Jared Harris); Boris Shcherbina (Stellan Skarsgård), viceprimer ministro a cargo de la tragedia; y Ulana Khomyuk (Emily Watson), un personaje ficticio que representa a quienes lucharon por la verdad.
En el centro de la historia aparecen el físico nuclear Valeri Legasov y el viceprimer ministro soviético Boris Shcherbina. Legasov encendió las alarmas ante la magnitud de la catástrofe, mientras Shcherbina intentaba controlar los daños y poner fin al drama.
A estos personajes reales, interpretados magistralmente por Jared Harris (Mad Men, The Crown) y Stellan Skarsgård (de larga trayectoria), se suma la física Ulana Khomyuk, interpretada por Emily Watson, quien investiga las causas del accidente. Este rol ficticio representa a los científicos, mujeres y hombres que lucharon por desentrañar la verdad, contra la voluntad de un régimen soviético preocupado por no quedar mal ante el mundo, justo cuando su decadencia era cada vez más evidente.
En efecto, el régimen soviético hace cualquier cosa por evitar que se sepa la verdad: el reactor, de tipo RBMK, tiene graves fallas de seguridad, y lo que es peor, para hacerlo más barato. Y la tragedia se produjo por la incompetencia de los operadores que tratan de hacer una prueba de seguridad, entorpecida por su ignorancia y las presiones burocráticas.
Polémicas y aplausos
El creador de la serie, Craig Mazin, ha manifestado en varias entrevistas no estar en contra de la energía nuclear, sino de los Gobiernos que intentan ocultar sus desastres. Por su parte, el sueco Johan Renck, director de los cinco capítulos, ya pedía pista. Traía una fama alimentada por comerciales de televisión y videos fuera de serie, como los que dirigió para David Bowie en su último trabajo antes de morir. Los videos de Blackstar y Lazarus son impresionantes, y lo que logra en Chernóbil es digno de aplauso. La factura audiovisual, sombría, se sirve de un diseño de producción excepcional, que ofrece el marco para una narración dura en una atmósfera que ahoga al televidente.
Pero va más allá de la atmósfera. La puesta visual no esconde ni sugiere. Solo muestra. Lo prueban las crudas escenas de los primeros expuestos a la radiación (como el bombero Ignatenko). La serie, después de todo, denuncia el desastre, pero también pone el foco en los miles de seres humanos que los burócratas mandaron a una muerte segura, como los bomberos y policías, y en los que se sacrificaron conscientemente, a sabiendas de que alguien debía hacerlo para evitar una catástrofe de proporciones mucho mayores.
Y todos los detalles le suman a esta sensación. La chelista y compositora islandesa Hildur Gudnadottir, que había contribuido ya a cintas como Arrival (2016), Sicario (2015) y The Revenant (2015), se luce con una banda sonora tan minimalista como contundente. Esta se suma al trabajo del diseñador y del editor de sonido, que partieron de material conseguido justamente en la planta nuclear.
La serie ha tenido repercusión mundial. HBO llega más o menos a 170 países, y en Rusia, donde la emitió otro operador, suscitó reacciones encontradas. Algunos medios independientes resaltan su calidad, la fidelidad de la reproducción de los tiempos y del ambiente. Y subrayan que antes que ser propaganda anticomunista, la historia revela cómo el sistema trataba de controlar los daños al cubrirlos con un manto de misterio.
Para la periodista Ksenia Larina, de la radio independiente Echo de Moscú, la serie expresa “respeto y simpatía por la gente, por nuestro pueblo soviético, y expresa desdén por las autoridades que despreciaron a sus ciudadanos”. La contracara viene por cuenta de medios como el diario popular Argumenty i Fakty que la califica de “mentira filmada de manera brillante”. El diario Komsomolskaïa Pravda plantea que el programa pretende mostrar que la industria nuclear rusa no es fiable y perturbar así las ventas de sus centrales en otros países.
Al cierre de esta edición, se supo que la cadena estatal rusa NTV prepara su propia versión de los hechos. Esta incluirá a un espía de la CIA y se ajusta a la narración soviética. Según su relato, el reactor no podía fallar sin un factor externo, como el sabotaje.
Al final de la serie, las cifras estadísticas ponen todo al descubierto. Mientras que las evidencias señalan que murieron varios miles de personas, las cifras oficiales de Moscú hablan de 31 víctimas. Entretanto, miembros del Partido Comunista de Rusia amenazan con denuncias penales contra los productores. Siguen empeñados en borrar, ya no los reportes periodísticos, sino la historia.