CICLISMO
Giro de Italia 2021 | Jaime, la estrella del “otro Giro” que no se ve por televisión
Un colombiano que vive en España desde que tenía cinco años, es una de las estrellas del actual Giro de Italia. Se llama Jaime González y es amigo de decenas de ciclistas. Muchos de ellos han ido a su casa, en Puigcerdá, entre ellos Egan, Dani Martínez, Iván Sosa, Nairo Quintana y Santiago Botero. Acá su historia.
La gente se asombra cuando lo ve pasearse por la villa o por los corredores VIP de la Corsa Rosa, y él va como si nada, como si estuviera en su barrio de Puigcerdá, acompañando a los ciclistas como lo ha hecho desde siempre, desde que tenía ocho años y su padre, Rodrigo, lo llevaba en andas hasta las etapas de montaña del Tour, el Giro y la Vuelta.
“Yo era un niño y, la verdad, no me hacía mucha ilusión ir a esos viajes tan largos, hasta de siete u ocho horas, para después esperar hasta cuatro o cinco horas al borde de una carretera para ver pasar los ciclistas unos cuantos segundos o si acaso uno o dos minutos”, cuenta Jaime González, el amigo de los ciclistas.
Nació en Neiva, Huila, pero vive en España desde que tenía cinco años. Su familia se fue hasta Puigcerdá, en el año 2000, en busca de nuevos horizontes, y Jaime, desde entonces, no ha visto más mundo que la península, y las bicicletas. Quiere a Colombia, muchísimo, pero es tan español como la paella.
“Mi padre encontró un trabajo en una panadería, aunque no le gustaba, y nos establecimos en Puigcerdá, un pueblo que es capital de Baja Cerdeña, en la provincia de Gerona, en la comunidad autónoma de Cataluña. Hace mucho frío en invierno, pero los veranos no superan los 21 grados centígrados. El lugar está al pie de Andorra, de los Pirineos, y limita con Francia”, explica Jaime.
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Esa ubicación privilegiada de Puigcerdá ha hecho que la familia González se haya relacionado estrechamente con el ciclismo. Allí van, cada año, cientos de pedalistas profesionales y aficionados a hacer recorridos montañosos, o de fondo y contrarreloj en los amplios llanos que rodean el río Serge.
“El primer ciclista que conocimos fue Santiago Botero, cuando fue a correr una Vuelta a Cataluña. Mi padre se le presentó y le regaló un bocadillo veleño. Desde entonces se hablan y, una vez, cuando Botero fue a la Vuelta a España, llamó a mi padre y lo invitó a la carrera. Recuerdo que nos subimos al bus y todo. Botero es muy noble, amable”, narra.
El amor por el ciclismo, sin embargo, comenzó en un Tour de Francia a comienzos del siglo 20. Estaba con su hermano, Dani, y con sus padres: Sonia y Rodrigo, viendo una etapa de alta montaña. Se había formado la grupeta de velocistas y en ella iba Juan Antonio Flecha, argentino nacionalizado español que vivía cerca de Puigcerdá, y conocía a Rodrigo.
Cuando Flecha pasó por el lugar donde estaban apostados Jaime y su familia, tomó a Dani en los brazos y lo subió pedaleando hasta un alto. Allí se detuvo, lo bajó y le regaló unos guantes. Dani tenía tres o cuatro años, y fue fotografiado por decenas de aficionados que, asombrados, no entendían el porqué del gesto del hábil velocista del Fassa Bortolo y del Rabobank, entre otros equipos.
“Esa anécdota fue maravillosa, me impactó. Ese día me enamoré del ciclismo”, dice Jaime, que apenas tenía diez u once años de edad.
Han ido a todas partes, como familia, para ver ciclismo. Rodrigo dejó el trabajo en la panadería y se pasó a la empresa de combustibles y energía Repsol. Jaime siempre ha mostrado más entusiasmo por el ciclismo que Dani, quien nunca se enganchó con el mundo de la bici, aunque quiere y apoya a los ciclistas que van a su casa cada año, para pasar temporadas de entrenamiento.
Rodrigo a todos los trata como si fueran de la familia. Les hace siempre un sancocho, sobre todo a los colombianos. Ese plato le queda tan rico, que todos los ciclistas dicen que “es de leyenda”, por lo que ese es su apodo desde hace años, “leyenda”.
Por eso, cuando Jaime, que apenas tiene 30 años de edad, se pasea por las salidas y llegadas del Giro, muchos de esos héroes de la bici le gritan: “¿Qué tal, capo, cómo está la leyenda?”, refiriéndose a su padre.
Jaime es amable, muy amigable y servicial. Es un apasionado por el ciclismo, aunque de niño, cerca estuvo de ser futbolista, con el Atlético de Madrid, pero Rodrigo, desde que lo vio caminar, le regaló una bicicleta y lo metió al pelotón de los gomosos de los pedalazos.
Actualmente, podría decirse que sus mejores amigos son Dani Martínez y Brandon Rivera, dos colombianos del Ineos que la “rompen” en cada competencia. Pero también es muy cercano a Iván Sosa, a Egan Bernal e incluso a internacionales como Hugh Carthy, Sepp Kuss y los hermanos Yates.
Pero la verdad es que los saluda a todos, alemanes, británicos, belgas, españoles o colombianos. Y todos le responden, porque lo conocen y lo aprecian. Los aficionados y organizadores del Giro se quedan sin palabras cuando ven que Egan, el mismísimo “patrón” de la Corsa Rosa, para en su bicicleta para saludarlo, para dedicarle algunas palabras, o para entregarle paquetes, regalos.
Jaime González es toda una estrella en el actual Giro, una estrella tras bambalinas a la que todos buscan, desde los periodistas hasta los familiares de los ciclistas. Se la lleva bien con Hárold Tejada, con Dani Martínez y con todos los demás competidores. A veces consigue transporte para sus novias o compañeras sentimentales, tiquetes aéreos u hoteles. Siempre está al servicio de quien lo necesite, y sin esperar nada a cambio. Lo hace por su pasión, por el ciclismo, y porque considera, como muchos, que los ciclistas son unos valientes.
A Sonia, su madre, le dio covid hace poco, enfermedad de la que se ha estado recuperando satisfactoriamente. Jaime sufrió los peores momentos, pero sin dejar de sonreírles a los demás, sin callarse, sin aislarse. Es una persona alegre que sabe soportar las dudas sacudidas de la vida.
Está a punto de terminar otro Giro, como invitado especial e, incluso, como periodista, porque ha grabado videos que se han hecho virales en varios medios. El domingo, en Milán, uno de sus amigos podría celebrar el título de la carrera, y él, que nunca pide nada, seguro estará en la fiesta de celebración, besando el ‘Senza Fine’ y poniéndose la maglia rosa, la de los 100 años.
Es español, como el río Manzanares, pero en su corazón todavía palpita algo del colombiano que hace tanto dejó atrás, por los deseos de su padre, “la leyenda”, de encontrar una vida mejor y más digna para toda la familia.