CINE

BERGMAN 100: Pedro Adrián Zuluaga comenta ‘El manantial de la doncella’

Para conmemorar los cien años de su nacimiento, iniciamos una serie de diálogos en torno a la obra de Ingmar Bergman con críticos y cineastas colombianos. Esta conversación con el crítico Pedro Adrián Zuluaga sobre ‘El manantial de la doncella’ (1960) inaugura la serie BERGMAN 100, un espacio para dimensionar cómo la obra del director sueco sigue resonando en la actualidad.

Óscar Garzón
6 de septiembre de 2018
'El manantial de la doncella' (1960), de Ingmar Bergman.

Hacia 1957, Ingmar Bergman estaba inmerso en la producción de Fresas salvajes. Solo hasta ese momento pudo imaginar la manera de llevar al cine una canción medieval sueca que lo había interesado desde su época de estudiante de literatura en la Universidad de Estocolmo, veinte años atrás.

La canción tradicional, titulada Töres döttrar i Wänge (Las hijas de Töre en Vänge), narra los hechos que llevan a la milagrosa fundación de una iglesia. La hija de Töre —o hijas, dependiendo de la versión— es violada y asesinada en su camino a la iglesia por un grupo de hombres errantes. Töre cobra venganza, asesina a los culpables y en el lugar donde yace su hija sucede un milagro: un manantial comienza a brotar. Allí, en ese lugar, Töre promete a Dios fundar una iglesia para expiar su pecado.

Inicialmente Bergman pretendía llevar esta historia tradicional al teatro, o incluso al ballet. Sin embargo, con la colaboración de la novelista Ulla Isaksson en el guion, Bergman estrena en 1960 El manantial de la doncella con resultados modestos en taquilla. Ganadora del Óscar a Mejor Película Extranjera —premio que, por demás, no solo nunca le interesó sino que rechazó activamente— El manantial de la doncella sería una decepción para el mismo Bergman, quien tiempo después la descartó como “una aberración. Es turística, una pálida imitación del cine de Kurosawa y del cine japonés que en su momento admiraba muchísimo”.

Le puede interesar: Fårö, la isla donde Bergman encontró su identidad

Para hablar sobre El manantial de la doncella, sus temas y su lugar en la obra de Bergman, ARCADIA habló con Pedro Adrián Zuluaga, crítico de cine de la revista, quien recientemente eligió esta película dentro de su canon fundamental de la historia del cine, junto a películas de Bresson, Wenders, Wiseman y Martel, entre otros.

Has elegido El manantial de la doncella como una película fundamental para ti. ¿Cuáles son las razones —biográficas, estéticas, temáticas— que te llevaron a elegirla?

Creo que Bergman es el más grande director de la historia del cine y uno de los mayores artistas del siglo XX. Su obra (cinematográfica, teatral, literaria) tiene esa rara virtud de definir una zona de la experiencia humana que antes de él no estaba nombrada o, si se quiere, de llevar a su máximo grado de expresión algo que estaba en el aire sin concretarse: lo que a partir de él podemos llamar bergmaniano.

Imaginemos que ese algo es el efecto del silencio de Dios. Bergman es el cineasta de la muerte de Dios, que desaparece de la escena del mundo dejando ese vacío de existencia que vemos en sus películas. Obviamente, Bergman es muchas cosas más, y en sus películas la gravedad de este silencio se llena muchas veces con un maravilloso sentido de la gracia y la levedad.

A lo largo de la vida, muchas películas de Bergman han resonado en mí como espectador. Su obra es tan inmensa y variada en sentido y expresividad que nunca será una única película: siempre son muchas o la suma de ellas, la visión única e intransferible del mundo que las habita.

Si en este momento es El manantial de la doncella es porque tal vez tengo la edad y la experiencia para entender su compleja geometría pasional, la poderosa corriente libidinal que la recorre. Deseo, miedo, esperanza, fe, frustración. Todo está ahí resuelto en una forma plástica y narrativa impecable. Además, porque es una suma de tradiciones: cuento popular, drama metafísico, película fantástica, en una proporción mágicamente perfecta.

Me interesa eso que llamas "compleja geometría pasional" y que, a mi juicio, se convierte en la estructura más compleja de una historia aparentemente sencilla. Lo primero que llama la atención es esa tensión constante entre lo pagano y lo cristiano, entre lo material —la tierra— y lo metafísico. Podríamos dibujarlo como un triángulo de tensiones entre Ingeri, la mujer que sirve a la familia; Töre, el padre de la familia, y Karin, la doncella, tremendamente inocente…

Con geometría pasional me refería a cómo circula lo libidinal en esta familia, digamos, arquetípica. Un deseo que va hacia lo metafísico y lo ideal, pero que no puede lidiar con lo sexual. El deseo imposible del padre por la hija (un tema bergmaniano por excelencia) que vuelve a aparecer por ejemplo en Sarabanda (2003). Esa libido necesita ser sacrificada, necesita un sacrificio para purificarse, y la víctima sacrificial no puede ser otra que la doncella, y de ahí no puede surgir sino un mundo purificado. Es de una exactitud psicológica y mítica tremendamente potente.

Nos queda por entender el papel de Ingeri y el del tuerto, cuyo nombre es "ninguno por estos días". También el deseo de Ingeri se cumple vicariamente en la doncella, al costo de su muerte. En el sacrificio de Ingeri confluyen todas las pasiones no resueltas de los demás personajes.

Fotograma de ‘El manantial de la doncella‘, de Bergman.

Mencionaste antes un tema fundamental en Bergman y es el del silencio de Dios. Si en otras de sus películas está la condena del silencio (o la ausencia) de Dios, aquí el manantial parece ser la manifestación ineludible de Dios. Pero es un Dios que, como bien señalas, se revela luego de varios sacrificios. Ha corrido sangre (la de la doncella y la de la venganza) para que este Dios se manifieste. ¿Cómo ves tú este tema, el del silencio de Dios, en la película?

El silencio de Dios en El manantial de la doncella no es tal, porque Dios habla en el manantial, se manifiesta, aunque a un alto costo. ¿Recuerdas el sacrificio de Abraham? Pues esta película me recuerda ese drama bíblico que también es sobre un padre y un inocente. Un dios que requiere sacrificios, un dios que habla en la zarza ardiente, un dios cuyo nombre no se puede decir.

La película parte de la estructura de una canción tradicional medieval y, en gran parte, la sencillez de su estructura narrativa proviene de allí. Bergman parece apoyarse en dicha sencillez para plantear una puesta en escena que se rehúsa a llamar la atención sobre sí misma. Esto no le impide tener secuencias memorables como la preparación de la venganza del padre (el fuego, el árbol, el ritual del baño) o el mismo final, el del milagro. ¿Cómo ves tu la marca de estilo de Bergman en la puesta en escena de esta película?

Sí, sin duda es un Bergman más transparente el de la puesta en escena de El manantial de la doncella. Pero no hay que olvidar que esa transparencia también es un efecto, que presupone un dominio de los medios, una maestría. Eso tal vez explica inconscientemente que la haya escogido como mi obra favorita de toda la historia del cine, o al menos de mi particular "por estos días", como si sobre toda la película planeara la mano de un Dios invisible pero eficaz.

Le puede interesar: Carlos Álvarez: el cine como arma contra el sistema