La gata sobre el tejado de zinc es, ante todo, una obra sobre la soledad. A partir del silencio y la mentira, cada uno de los personajes en escena ha construido una sólida muralla a su alrededor que les impide soltar con las amarras del pasado. En esta versión teatral que nos trae Cine Colombia con las maravillosas actuaciones de Sienna Miller y Jack O’Connell, la frialdad familiar está representada en una bolsa de hielo a la que el protagonista acude cada vez que empina su vaso de whisky, que no son pocas.

Brick Pollitt es el nombre de este personaje: un héroe deportivo en decadencia que utiliza la frialdad como herramienta para evitar que su verdad no se asome por los resquicios de sus gestos o su carácter. El asco por las mentiras del que tanto se queja no es más que odio hacía sí mismo: odio y miedo de ser quién es. Brick tiene una pierna enyesada que lo obliga a desplazarse con muleta. Esa muleta, al tiempo, simboliza el hecho de que es ser tan débil que no puede, emocionalmente, valerse por sí mismo.

El conflicto de Brick es el eje central de esta, una de las mejores y más famosas obras de Tennessee Williams, autor también, entre muchas otras, de Un tranvía llamado deseo y El zoológico de cristal. En su biografía se lee que “sus trabajos se basan en la oposición entre el individuo y la sociedad, recurriendo a personajes casi arquetípicos: la aristócrata en decadencia, la joven débil y víctima del macho dominante, el joven sensible y con aspiraciones artísticas, el hombre emprendedor y agresivo”.

Con La gata sobre el tejado de zinc, Williams ganó el Pulitzer de Drama en 1955, éxito que le siguió a la película de 1958, con Paul Newman y Elizabeth Taylor. Se convirtió en uno de los “clásicos obligados de Hollywood” desde una época en que los temas que aborda debían sortear con malabares la censura. Sin embargo, a pesar del paso del tiempo la cuestión de fondo de la obra no ha envejecido: el conflicto de una pareja desesperada por amar y ser amada, pero no por amarse.

Desde las primeras líneas Maggie, la protagonista, se desborda en deseo porque su marido la lleve a la cama luego de mucho tiempo sin tener relaciones. A medida que la obra transcurre, el espectador comienza a sospechar que más allá de tanta fogosidad, por la que la comparan como una gata ardiente caminando sobre el tejado, lo que la mueve realmente es el interés de quedar embarazada para que su marido herede los 12.000 acres sembrados de algodón más la fortuna en metálico de 90 millones de dólares de herencia de un padre con la calavera a cuestas.

Sienna Miller y Jack O‘Connell en La gata sobre el tejado de zinc. Foto: Johan Persson.

En esta pieza teatral, Sienna Miller mejora con creces la actuación de la Taylor en la película: sexy, de andar erótico, con parlamentos inteligentes y el argumento de un pasado de pobreza que por momentos evoca a Scarlett en Lo que el viento se llevó. La sensualidad de Jack O’Connell no se queda atrás. Lo vemos desnudo desde el primer hasta el último segundo. Sin embargo, en lugar de erotismo, desprende un aura de fragilidad que hace creer que en cualquier momento se puede derrumbar. Su cuerpo macizo y musculoso es un templo de inseguridades y del dolor y la culpa por no haberse enfrentado a su propio espejo cuando el amor se lo exigió.

La gata sobre el tejado de zinc es también una obra sobre los silencios familiares. Todas esas rabias, recuerdos, miedos y fracasos que están ahí pero de los que nadie se atreve a hablar por el temor a la vulnerabilidad, olvidando que entre más miedo tenemos de eso que creemos que nos hace vulnerables, más frágiles nos hacemos. Con una mirada intimista llena de matices psicológicos, la obra aborda magistralmente temas como el ejercicio del poder en la familia, el dilema de asumir la falsedad para sobrevivir, el dolor del autoengaño, la identidad, la pertenencia familiar y social, la discriminación (y, más aún, la autodiscriminación), la orientación sexual y, en especial, el vacío y la soledad.

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