Mad Max: Fury Road

Ganadora de 6 Óscar

Mad Max: Fury Road

Juan Carlos Lemus reseña desde Cannes la primera parte de la nueva trilogía que vuelve al apocalíptico mundo creado por George Miller en los años ochenta.

Juan Carlos Lemus
19 de mayo de 2015

En 1986, las piernas de Tina Turner y los paisajes desérticos que veía en la carátula de Mad Max: Beyond Thunderdome, del Video Pioneer –en la esquina de la casa– hicieron que convenciera a mi papá de que nos alquilara la trilogía completa para estrenar el Betamax. En noviembre del año pasado vi un cartel que anunciaba esta entrega. La emoción por saber que habría una nueva película de la saga hizo que me repitiera las anteriores. Desde que me enteré de su estreno en Cannes sentí miedo. Ya había pasado con Star Wars en donde se evidencia que más experiencia y dinero en el cine no significan mejores resultados.

Desde que salieron, no me pude aguantar ver los tráilers. Y el plazo se cumplió hoy. La ansiedad hizo que llegara 70 minutos antes de su proyección en el a Grand Théâtre Lumière a las 7:20 a.m. La película arranca con el más largo parlamento de este guerrero solitario, Max –Tom Hardy–. Un minuto antes de comenzar con el viaje.

No sabemos acá quien está más loco. Max logra que nos identifiquemos con él por sus flashbacks que lo humanizan, por su comunicación a base de pujar y señalar más que por su uso de palabras. Un reflejo de su vida ermitaña. En lo que apenas es un abrebocas, lo vemos sucumbir en la persecución que una tribu de motorizados. La adrenalina no baja a pesar de su captura y el sigue corriendo a pie. Vuelve y cae. Esta forma de iniciar hace que el Lumière aplauda.

 

Conocemos a Inmortan Joe –Hugh Keays-Byrne– que nos presenta a Imperator Furiosa –Charlize Theron, calva, sin brazo y maquillada con grasa igual consigue arrebatar–. Esta pequeña pausa dura muy poco y los hombres se preparan para la guerra. Nux –Nicholas Hoult– es un fanático de Inmortan Joe que está dispuesto a morir por su líder. Los guerreros toman sus manubrios y empezamos con la primera delirante búsqueda de Imperator Furiosa que se ha llevado el tesoro más grande para Inmortan Joe. Comienza la guerra. El Lumière vuelve a aplaudir.

 

En los avatares de la misma Max y Furiosa terminan siendo aliados contra tres tribus que les quieren recapturar. Una guerra que se define solo hasta el último momento, en donde vemos, en una imagen con casi evidente carga metafórica, a Imperator Furiosa ascender con su séquito femenino por encima de los hombres.

Mad Max: Fury Road es como haber participado de una toma de yagé. Un viaje lleno de simbologías que relacionan a la mujer con lo natural. Los fluidos: el agua, la leche materna y la sangre, los que nos hacen ser, los que nos dan la vida, como ellas, pero que son infravalorados por el patriarcado, que las domina, y su sed de gasolina y su preferencia por el tener. Lo verde contra lo desértico. La esperanza contra el cinismo. Además, cuenta con una magnífica ambientación, una música y una paleta de colores que hacen que los asistentes se retuerzan, se sacudan, por su vivacidad y potencia. En un mundo donde los hombres son  banda de guerra. Como en el medioevo, acá las hordas de bárbaros en sus vehículos perseguidores van aupadas por tambores y guitarras eléctricas.

Seguro, esto no es una crítica, es una oda en tanto que el filme de Miller me resultó bestial. Es una película de acción superlativa que deja en el aire la pregunta de qué hacer de ahora en adelante en este género.