ESTRENO
Los detectives criollos
Al igual que el clásico La gente de la Universal, la ópera prima del bogotano Salomón Simhon, Detective Marañón, es una película sobre una agencia de detectives en el centro de la capital. Pero donde triunfa la primera, falla la segunda.
Esa coincidencia, la de la atractiva aspirante y la del caso del político, ponen en marcha la historia: la joven detective demuestra grandes habilidades y recursos para resolver la situación del senador. A medida que siguen pistas y se adentran en los submundos de la noche, tanto el político como quienes lo rodean revelan su doble moral. En paralelo, también hay una insinuación, o muchas, de una posible historia de amor entre Marañón y la recién llegada.
La película es un proyecto de Dynamo, la productora de cintas como Satanás (2007), La cara oculta (2011) y Roa (2013), del director Andy Baiz. Andrés Calderón, CEO de la empresa, es uno de los productores de Detective Marañón, cuyo guión fue elaborado dentro de la productora y entregado a Salomón Simhón para que asumiera la dirección. Calderón dice que una de las razones que dio origen a la película es el hecho de que “en Colombia no se ha tocado mucho este tema en lo audiovisual y nos pareció muy interesante por el universo en el que se mueven los detectives. Además se hace mucho más interesante en una ciudad como Bogotá, que tiene una cantidad de esquinas y sitios remotos muy fotogénicos…”.
Es aquí donde irrumpen los paralelos con La gente de la Universal (1993), la ópera prima de Felipe Aljure. El argumento de esta película imprescindible de la historia del cine nacional, se puede resumir como la de una agencia de detectives ubicada en el corazón de Bogotá, cuya trama comienza cuando la relación entre los “detectives” y los implicados en el caso comienza a cruzarse. Y que, según Aljure, era una excusa para hablar de la idiosincrasia colombiana: “un intento por hacer algo que respondiera al país urbano que éramos (y somos) y que en las pantallas nunca se había presentado cabalmente con su humor y picardía, con su caos y desesperanza”.
Ambos directores, Simhon y Aljure, hablan de sus películas como la necesidad de hacer un cine diferente, que represente la selva urbana que es Bogotá y los personajes que la habitan. En el caso de Detective Marañon, el director dice en un comunicado de prensa: “No quería hacer un largometraje serio sino más bien una sátira a los problemas que vivimos en Colombia, como la extorsión. Por eso tiene muchos elementos de la idiosincrasia colombiana, que se reflejan en los personajes y en el lenguaje de la película”.
Pensar cómo se cruzan y se separan ambas películas puede ser un ejercicio interesante para observar la construcción que hace cada una de esos detectives criollos y su retrato de la sociedad colombiana.
Los paralelos
La película de Simhon comienza presentando al protagonista. Un detective de formas ascéticas y psicorrígidas que hace ejercicio e interactúa con su mascota, un pez. En su trabajo se desenvuelve al mismo tiempo de forma infantil –juega incansablemente videojuegos en la oficina– y brillante: tiene tan buen olfato que le da una oportunidad a la joven que finalmente conseguirá los grandes avances del caso.
El largometraje de Aljure abre con una escena de sexo. Una escena que no solo muestra un elemento clave de la historia –los intercambios sexuales que atraviesan y cruzan a todos los personajes–, sino que presenta una forma de narrar. Aljure despliega todo tipo de planos, mueve la cámara por el espacio, recorta y fragmenta. Hay una búsqueda estética incesante por el absurdo, lo ácido. Pero por encima de todo, la cámara está al servicio de la historia, de la actuación, de la tensión.
En Detective Marañón la estética, excesivamente “cuidada” desde la dirección de arte, remite más a una lógica publicitaria. Los espacios están acondicionados para la escena, pero los objetos que decoran no aportan nada en términos dramáticos. Quizás porque la cámara no se detiene en ellos. Pensar –o no pensar– dónde se detiene la cámara y por qué también afecta la actuación. El actor de cine está subyugado a la cámara. En La gente de la Universal hasta los personajes más secundarios son retratados. Y en una única aparición en primer plano, los funcionarios públicos del banco se convierten en personajes memorables. Por la misma razón, la frase “por eso le digo” se hizo memorable.
La idea de “la moral” entra en juego en ambas películas. En la de Aljure todos son buenos y al mismo tiempo tremendamente amorales. Son víctimas de una sociedad y la encarnan. “El ejemplo” que se dan unos a otros, en una cultura en la que cada uno busca el propio provecho a costa de lo que sea, demuestra como esa corrupción llega desde arriba y sabe adoptar mejores nombres como “malicia indígena” o “viveza criolla” para ahuyentar las culpas.
En Detective Marañón la extorsión y la doble moral del senador se resuelve con tanta facilidad que queda como un remedo, donde había espacio para una gran crítica. El problema no son los temas, sino la forma de abordarlos. Se asoman muchas intrigas pero ninguna se explora a fondo: Un político homofóbico y corrupto, un intento de violación, una mujer inescrupulosa que envuelve a su novio en juegos homoeróticos para chantajear a los poderosos, entre otras.
La subtrama de la película de Simhon es la historia romántica entre Marañón y la detective: un coqueteo histérico que no se consuma. El sexo es solo una sugerencia, incluso desde el tráiler, y su ausencia no termina significando nada. ¿Falta de libido contemporánea? ¿Frigidez emocional de nuestros tiempos? No. Queda como un testamento de la pereza de los guionistas por desarrollar o llevar a fondo el tema, que en últimas es lo más parecido a banalizar la sexualidad.
En La gente de la Universal hay sexo desde el principio hasta el final. Sexo descarnado, apasionado, violento y letal. Cada cópula está ahí porque habla de algo: como un elemento dramático, como un desafío para los actores, como un rasgo que connota. El sexo lo atraviesa todo, para bien o para mal.
Detective Marañón cuenta con grandes actores. Sarmiento es un actor formado en el teatro con una larga trayectoria. Santamaría emana una genuina y carismática frescura. Silvia de Dios y Alberto Bejarano hacen lo que siempre hicieron muy bien, ahora en pantalla grande. Ella Becerra, quizás la participación más impactante, es un animal de la actuación que cuando por fin es soltado en todo su caudal, la película termina.
Las fallas tienen que ver quizá, con un guión que nace de una productora que posiblemente atiende a temas de producción antes que a cuestiones estéticas. Los proyectos personales que Salomon Simhón está desarrollando parecen ser historias más necesarias, más genuinas.
Una agencia de detectives en el centro de Bogotá que retrata la idiosincrasia colombiana, ya se hizo con enorme frescura, hace más de 20 años.