Cine
La otra favorita del cine griego: Athina Rachel Tsangari
Con la atención que ha recibido ‘La favorita’, el nombre del director Yorgos Lanthimos se ha convertido en sinónimo del cine griego ante el mundo. La versátil directora de ‘Chevalier’ y ‘Attenberg’ hace parte de una generación eclipsada por su brillo.
Desde el lanzamiento de Canino en 2009, el cine griego ha vivido un nuevo despertar. La generación reunida bajo el rótulo de “La ola rara de cine griego” ha incursionado con fuerza en los principales festivales, ha despertado elogiosas impresiones de la crítica y ha llegado a figurar en los premios Óscar. Al hablar de esa generación no es posible pasar por alto el nombre de Athina Rachel Tsangari.
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Tsangari tuvo su primera incursión en el cine a los 25 años, poco tiempo después de terminar su pregrado en Literatura Comparada, Filosofía y Drama de la Universidad Aristóteles de Salónica. La incursión vino de un cruce incidental en Austin, Texas, con la producción de Slacker (1991), de un joven Richard Linklater, en la que tendría un pequeño rol interpretativo que presagiaba sus futuras colaboraciones con el director americano: Dazed and Confused (1993) y la Before Trilogy (1995, 2004, 2013).
Durante su estancia en Norteamérica, se ancló en la escena local de Austin y se conviritó en cofundadora y directora artística el Cinematexas International Short Film Festival que, entre 1997 y 2007, fue un importante espacio para dar a conocer los trabajos de vanguardia y corte experimental en las artes audiovisuales. Su reconocimiento se puede evidenciar en el hecho de que contó con la participación de Jim Jarmusch como curador invitado, presentaciones de Robert Altman e intervenciones de Werner Herzog. Así, Tsangari contribuiría a la formación de uno de los enclaves de cine alternativo más importantes en Estados Unidos.
Como tesis de su Maestría en Dirección de Cine en la Universidad de Texas en Austin, hizo su primer largometraje: The Slow Business of Going (2001), una historia de ciencia ficción filmada en nueve ciudades diferentes donde una “cyborg” se encarga de recolectar las memorias de personas alrededor del mundo para ser archivadas y vendidas como destinos turísticos. A nivel de producción, tomó cuatro años en terminarse y es evidente que se trata de una producción de bajo presupuesto. Esto no evitó que pasará a ser parte de la colección permanente de películas del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).
Con su regreso a Grecia en 2004 decidió fundar Haos Film, una compañía de producción en Atenas que no solo ha sido la encargada de las producciones de su fundadora y de tres largometrajes de Lanthimos —Kinetta (2005), Canino (2009) y Alps (2011)—, sino que también, bajo el tutelaje de Tsangari, ha sido una plataforma para varias de las voces que conforman la vanguardia del cine en este país. Ese mismo año, al igual que Lanthimos, hizo parte del equipo de dirección de video y proyección para los juegos Olímpicos de Grecia.
De las nueve películas que ha dirigido, las dos que más renombre internacional han alcanzado son Attenberg (2010) y Chevalier (2015). Estos dos largometrajes sintetizan los intereses en común que tiene su generación.
Attenberg (2010), cuyo nombre deriva del famoso divulgador naturalista inglés, David Attenborough, es algo así como una exploración pseudo-etnográfica de la vida contemporánea en una decadente ciudad industrial griega desde la historia de Marina, una joven de 23 años cuyo despertar sexual se ve atravesado por el cáncer terminal que padece su padre. Con actuaciones que se alternan entre referentes tan variados como Monty Python, y los documentales de naturaleza, Tsangari devela el sinsentido en el que se han enfrascado las generaciones más jóvenes con los efectos que desencadenaron la crisis del 2009.
Por su parte, Chevalier (2015), la entrada oficial de Grecia para participar en la categoría a mejor película extranjera en la edición 89 de los premios Óscar en 2017, se basa en una sencilla premisa: seis hombres se embarcan en un lujoso yate para competir en una serie de pruebas para determinar quién es “el mejor en todo”. Con un tono satírico, Chevalier se presenta como una crítica explícita a la cultura machista en lo que se podría considerar una película feminista sin una sola mujer entre los protagonistas.
Con el reconocimiento que ha traído su participación en festivales internacionales como el de Venecia, Toronto y Cannes, Tsangari se ha establecido como una de las cabezas visibles de la nueva generación de cine griego denominada “La ola rara de cine griego”. Aunque la misma Tsangari ha cuestionado la denominación por su utilidad y veracidad, el rótulo ha terminado imponiéndose entre la prensa, la crítica y los festivales de cine para hablar de esta generación de cineastas que también incluye a Yorgos Lanthimos, Panos Koutras, Argyris Papadimitropoulos y Ektoras Lyzigos.
Al igual que sus compañeros de generación, su trabajo surge en medio de una coyuntura compleja, respondiendo en gran medida a la crisis financiera de 2009. Estas circunstancias adversas se ven reflejadas tanto en las densas atmósferas y las oscuras reacciones de sus personajes, como en la necesidad de ser creativos y colaborativos al momento de producir.
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Consecuencia de la cercanía a la hora de producir sus películas, se pueden apreciar varias similitudes en el trabajo de esta camada de directores, en especial entre Lanthimos y Tsangari. Ambos comparten la inclinación a poner en escena el absurdo casi cómico y la violencia espontánea, así como la tendencia a utilizar reducidos movimientos de cámara, tomas abiertas, composiciones y diálogos forzados que terminan por generar una sensación de incomodidad, ansiedad y extrañeza (proceso en el cual el libretista Efthymis Filippou y el cinematógrafo Thimios Bakatakis han tenido gran influencia, ya que han trabajado muy de cerca con ambos directores).
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Chevalier (2015) | Fotograma: Haos Film
A nivel conceptual y temático comparten preocupaciones que responden al contexto en el que se gestaron sus proyectos, un contexto evidentemente marcado por el resquebrajamiento de la confianza en las instituciones públicas durante la crisis económica de 2009, que terminó por permear cada aspecto del mundo privado de los griegos.
En un momento de carencia, identidad europea en jaque y agitación en las capas más vulnerables de la sociedad, las películas de estos directores optan por virar esa mirada crítica y mordaz a los valores sociales desde las clases privilegiadas, bien sea la realeza, la aristocracia o el destino de la clase alta ante una distopía desigual. El retrato descarnado, incómodo y decadente de la identidad griega problematiza el concepto de nacionalidad y los roles de género. Una exagerada puesta en escena, llevada al extremo de la sátira, confronta al espectador y cuestiona los límites del poder.
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Además de su faceta como directora de largometrajes, Tsangari ha tenido la oportunidad de ahondar en espacios más experimentales como el dOCUMENTA (13) en Kassel, Alemania. Allí, presentó The Capsule (2013), un proyecto realizado en conjunto con la artista polaca Aleksandra Waliszewska que fue comisionado por la coleccionista Dakis Joannou y la fundación DESTE. Rompiendo las barreras de los formatos tradicionales, The Capsule se planteó como una video/instalación de varias pantallas en simultáneo. En cada una, se superponen proyecciones del video con ilustraciones de Waliszewska para crear una kinetoscopio de rasgos caleidoscópicos.
En 2014 fue llamada por la Universidad de Harvard como profesora visitante en Visual and Environmental Studies. Un año más tarde, seguiría vinculada a la institución pero como Fellow del Instituto de Estudios avanzados Radcliffe. Durante este periodo, desarrolló los primeros esbozos de su próximo proyecto: Duncharon. Que como es usual en el cine de Tsangari, comienza con una premisa sencilla: un cosmonauta llega a un planeta desconocido. Bajo el lente de Tsangari se espera que esta historia tome giros inesperados y se convierta en una ingeniosa comedia negra.
Recientemente anunció una futura producción internacional, en inglés, llamada White Knuckles. Nuevos pasos en una trayectoria de dos décadas, paralelas a un momento clave para el cine griego contemporáneo. Una generación que, más allá de rótulos referentes a su extrañeza o de premios que confirman el aplauso desde afuera, debe mucho a la particular mirada de Athina Rachel Tsangari.
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