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Zhao Tao, al esposa del director, interpreta a la protagonista.

Reseña

Carros, cachorros y celulares, o los dilemas del sueño occidental chino

Un triángulo amoroso en el remoto campo del gigante asiático no tarda en convertirse en una meditación sobre el aislamiento y los retos culturales y espirituales que afronta la diáspora china. ‘Más allá de las montañas’, la nueva película de Jia Zhangke, se estrena en el país el 8 de septiembre.

Christopher Tibble
8 de septiembre de 2016

Durante sus primeros 45 minutos, Más allá de las montañas, la más reciente película del cineasta Jia Zhangke, se parece a muchas otras cintas producidas por fuera de la esfera de influencia de Hollywood: cuenta una historia sin afán, rural, una especie de mirada antropológica al campo, al campesino, a quien se encuentra por fuera del río de la modernidad. La cámara panea con lentitud y prima, en las escenas, la cotidianidad y un sentimiento de anonimato dentro de la inmensa masa china.

El año es 1999 y el pueblo, Fenyang, en la provincia de Shanxi, donde Tao (interpretada por la magistral Zhao Tao), una mujer en sus veintes, debe elegir entre dos pretendientes: su mejor amigo, pobre y deslustrado, que trabaja en una mina de carbón; y el nuevo dueño de la mina, un señor arrogante y narcisista, quien le promete el sueño de Occidente: carros, cachorros y celulares. De hecho, en un momento le asegura que la va a llevar a Estados Unidos en su nuevo vehículo, desconociendo que primero hay que cruzar un océano para llegar allá.

Hasta ahí, todo bien. Pareciera que la historia, con buenos diálogos y personajes, se va desarrollar sin mayores sorpresas, limitándose a la pugna romántica, si bien aparece una advertencia extraordinaria: en un momento, mientras camina por el campo, Tao observa indiferente como una avioneta, tras salir del aeropuerto, se estrella a pocos metros de ella. A pesar del estallido, no se inmuta, ni reacciona: una especie de preludio a lo que viene. Pues, después de casarse con el dueño de la mina frente a una foto de la Casa de la Ópera de Sídney, la película parece acabarse. Se oscurece la pantalla y, solo después de volver a mostrar el título, inicia la segunda parte.

Corre, ahora, 2014. Han pasado 15 años y los tres protagonistas tienen vidas muy distintas. Tao, caracterizada en la primera parte por su constante alegría, está divorciada. La historia la encuentra justo antes del entierro de su padre, quien muere no sin cierta estética en un terminal de trenes rodeado por monjes. A su luto se le suma la visita de su hijo, un niño educado en Shanghái, culturalmente ajeno a las tradiciones de su provincia. Inicia, así, una segunda historia que tiene como telón de fondo preguntas sobre lo que significa ser chino en el siglo XXI. Sobre un país cuyo proyecto de identidad nacional, bastante reciente, se vio de repente inundado por los caudales de la globalización.

Jia Zhangke entonces recurre a un nuevo salto temporal: de 2014 pasa a 2025, al futuro. Allí, en Melbourne, Australia, el hijo de Tao atraviesa una crisis de identidad. En medio de nuevas tecnologías, que le restan cierta naturalidad a la película, el muchacho de veintitantos años decide confrontar a su padre: quiere saber sobre su madre, sobre sus orígenes. Quiere entender, en otras palabras, quién es. La película, de esa manera, enfatiza con aún mayor insistencia los dilemas culturales y espirituales que afronta China y, en particular, su diáspora. En un tríptico al tiempo sencillo y extraño, el cineasta asiático visibiliza los estragos de una época en la que la velocidad de los sucesos supera la capacidad de las personas para adaptarse a ellos. Y muestra, en el segmento futurista, las posibles consecuencias del implacable progreso digital.

No sorprende entonces que, con una saludable dosis de ironía, sea la misma canción la que abra y cierra Más allá de las montañas: Go West, de The Pet Shop Boys.