Memoria

Nuestra herencia africana

Un viaje al encuentro de mujeres que protegen el legado de la africanía presente en la cultura colombiana y una conmemoración en cuarentena para el Día Nacional de la Afrocolombianidad.

Jenny De la Torre Córdoba*
21 de mayo de 2020
Es necesario terminar con la “cuarentena histórica” que aún se percibe, en nuestro Estado/ Nación, para incorporar de manera efectiva, las huellas de Africanía como una de las raíces de nuestra cultura. Foto: Lisa Palomino G.

“Detesto el racismo, porque lo veo como algo barbárico, venga de un hombre negro o un hombre blanco”. Nelson Mandela

En mayo, Colombia conmemora uno de sus actos democráticos más justos del siglo XIX: el fin de la esclavización de personas africanas y de descendencia africana, una decisión que estuvo precedida de un largo debate que se cerró el 21 de mayo de 1851, bajo el gobierno de José Hilario López. 

Mediante los procesos de reivindicación liderados en el pasado siglo, por los movimientos sociales de las comunidades negras de Colombia, el Gobierno reconoció a través  de diversas medidas legislativas la africanía como una de las raíces de la cultura nacional. Así, mediante la Ley 725 del año 2001, el Congreso de Colombia estableció el 21 de mayo como el Día Nacional de la Afrocolombianidad y el Ministerio de Cultura, en 2011, mediante la Resolución 0740, declaró al mes de mayo como el mes de la herencia africana en Colombia.

Esta conmemoración debería ser el punto de partida para terminar con la “cuarentena histórica” que aún se percibe, en nuestro Estado/ Nación, para incorporar de manera efectiva, las huellas de africanía como una de las raíces de nuestra cultura nacional.

Para profundizar en estas huellas, decido viajar a tres territorios que conservan viva esa memoria ancestral y luchan por su preservación: Cartagena de Indias, El Pacífico Norte (Nuquí/Chocó) y Pacífico Sur (Guapi/ Cauca).

Para este viaje, que debe ser en compañía, invito a Carmen Inés Vásquez Camacho, una mujer afrodescendiente con raíces del Pacífico norte y sur en su ADN. Con su lema “Cultura, la esencia de un país que se transforma desde los territorios”, la Ministra de Cultura lucha con tesón para que las raíces que conforman nuestra nacionalidad se conviertan en estrategias de resiliencia ante los grandes cambios que viven el país y el mundo en estos momentos.

En Getsemaní, bastión de pertenencia y arraigo negro, barrio en que se dio el grito de Independencia de Cartagena de Indias (1811), nos recibe Nilda Meléndez, la reina vitalicia del “Cabildo” (1, ver notas al pie) quien salvaguarda las huellas de esa africanía, que habitan en cada callejón de ese “palenque desde el que se continúa el cimarronaje cultural a la espera de las mejores condiciones de desarrollo de las personas y la cultura negras”. (2)

En el centro, Nilda Meléndez. Foto: Archivo particular

LA RESISTENCIA, según Nilda Meléndez, “eso es lo que custodia una reina africano descendiente, sentada en una orilla de este fantástico Caribe, el más grande de los escenarios en nuestro continente, que acuna en su vientre la diáspora africana, que quedó grabada en sus olas y en su sol ardiente .” 

Es esa africanía la que aún parece asustar a quienes insisten en no incluir sus rostros en las cartillas escolares; que silencian la participación de hombres y mujeres Negras en las Independencias de Colombia; que olvidan sus nombres en las grandes obras literarias que han sido publicadas en el país.

Ser getsemanicense”, afirma Nilda Meléndez, no es un gentilicio, "es llevar este arrabal (3), con huellas de africanía, como un territorio extendido, cualquiera que sea el lugar del planeta en donde vivas".

Aura González. Foto: Min Cultura.

Con el salobre viento caribeño aún meciéndonos, llegamos al Pacífico Sur, y Guapí nos abre sus puertas; nos reunimos con Aura González, cuidadora de las raíces que se derivan de las huellas de africanía presentes en todo este territorio. Ella es un ejemplo vivo de cómo el río se convierte para las personas africano descendientes que lo habitan en un “eslabón identitario” más que en un camino fluvial, como ella lo señala. Aura encabeza un proceso a través del cual más de 180 mujeres lideresas negras, radicadas en tres ríos afluentes al río Guapi, han resistido a los problemas de orden público que las aquejan, convirtiendo sus saberes ancestrales en medicina, emprendimientos, seguridad alimentaria y resiliencia.

Ella afirma: “Nuestro proceso lo hemos denominado RÍOS UNIDOS (4), como una forma de resistencia y resiliencia para conservar la identidad que derivamos de la negritud y que a veces parece desesperanzadora, por los numerosos problemas que debemos desafiar. No necesariamente los económicos son los que nos desaniman, sino el peligro de que desaparezcan nuestros saberes propios por la permanente amenaza que se cierne, sobre nosotros, por los intereses externos en  las riquezas naturales de este territorio. Mi legado es ser el eslabón que reafirma, que acompaña para que lo que duele en el ombligo se contenga: el miedo a perder nuestra cultura ancestral, como pueblo negro”. 

Josefina Klinger. Foto: Patricia Castellanos

Para concluir nuestro viaje virtual, nos trasladamos al mar Pacífico (Norte), donde entre ballenas viajeras y delfines encontramos a otra cuidadora de la memoria ancestral contenida en la selva y en un mar. Ella silba y llora por proteger lo escondido en las trenzas de sus negras mujeres y en las manos fuertes de sus hombres, que conservan las formas y saberes propios de sus ancestros Afrodescendientes,  del  “turismo” indiscriminado. 

Esta mujer se llama Josefina Klinger. Cuando le preguntamos por qué se quedó en este rincón de Colombia, siendo una mujer negra trashumante, con alas de mariposa, que podría nutrir cualquier otro lugar, ella manifiesta.

“Yo cuido un legado, un legado en el que nos comprometimos, tal vez en esa cercana África. Hace miles de años, es posible que nuestros espíritus hayan acordado ser guardianes de este sitio de luz. Este Pacífico Norte es un sitio de sanación. No en vano la “madre ballena” trae siempre su rebaño, desde tierras lejanas... este año más temprano que nunca, pues llegaron en marzo y siempre lo hacían en junio. Vuelven a casa a sanarla y también al mundo en estos tiempos de pandemia…

Soy guardiana de este sitio para la humanidad. Estoy convencida de que África es la madre de toda la humanidad y de que lo que yo cuido aquí, desde la vibración del agua, como una marimba y desde el sonido del viento como un tambor, es el BIEN Común; el legado de pensar en el otro para dar no de lo que sobra, sino de lo que tenemos para compartir como aprendimos de nuestros ancestros africanos LA COMUN-UNIDAD”.

Una crónica solo es un abrebocas para recrear historias de resistencias y resiliencias culturales, de “territorios” que luchan para cuidar no solo sus huellas de africanía, ellos cuidan la riqueza de esta nación colombiana, pluriétnica, multicultural y diversa, que está en mora de sentir verdaderamente como propia, su herencia e identidad.

*P.H.D Sociología (Perspectiva de Género en las Ciencias Sociales). Escritora, poeta e investigadora Social.

Notas al pie

(1)

Los cabildos de nación existieron en Cartagena de Indias desde el siglo XVII y fueron incluidos particularmente en las fiestas de la Virgen de La Candelaria. Son reveladores al respecto los testimonios de Francisco Joseph, de casta arará, con sus referencias a los entierros, los signos fragmentarios del tambor y de las danzas, los lloros y otras compañías (Arrázola, 1970: 129). Nina de Friedemann (1993: 91), por su parte, se refiere a ellos con la siguiente observación: “la información histórica muestra cómo los cabildos de negros, que en un primer momento fueron enfermerías en Cartagena de Indias, se convirtieron en ámbitos de resistencia a la sociedad dominante y en refugios de africanía”. Carmen Borrego Plá documenta que en 1693 existían los cabildos de Arará y Mina, mientras que en el padrón de 1777 se registraron cabildos de negros en el barrio de Santo Toribio (hoy San Diego): negros carabalíes (en la calle del Cabo y de los Siete Infantes), negros luangos (en la calle Quero), negros araráes y jojóes (en la calle San Pedro Mártir), negros minas (en la calle del Santísimo) y negros lucumíes y chaláes (en la calle de los Siete Infantes).

(2)

Burdel, palenque y prisión. El barrio-isla de Getsemaní en Poemas de Calle Lomba de Pedro Blas Julio
Por Kevin Sedeño Guillén*

(3)

El arrabal, bellísima palabra, usada por los getsemanicenses, para designar la antesala del inframundo, llorar lo irremediablemente perdido, recomponer tus huesos, sacar tus piedras sagradas tus pataquis, implorar a tus gritos y convocar a tus orishsas y de la mano de la cotidianidad fuerte y definitivo en el tiempo y más allá del  recrear nuevos imaginarios, se construyó un status nuevo  (Nilda Meléndez).

(4)

Ganadoras del premio de derechos humanos de la CRUZ ROJA, 2019.