CON EL SOL A LA ESPALDA

A los dos años de gobierno son pocos los colombianos que han logrado descifrar a su Presidente.

29 de agosto de 1988

El sol está comenzando a calentarle las espaldas a Virgilio Barco. La frase, utilizada para simbolizar que un gobierno ha llegado a su segunda mitad, será aplicable a esta administración a partir del próximo domingo 7 de agosto, cuando se cumplen dos años de Barco en el poder. La ocasión tradicionalmente ha sido motivo para hacer balances, cortes de cuentas y proyecciones. Igualmente, a estas alturas en la mayoría de los gobiernos, ya se tiene clara una imagen del Presidente y ya hay definido un estilo presidencial.
¿Qué piensan hoy los colombianos de su Presidente, de ese enigmático e introvertido ingeniero que sorprendió sacando la mayor votación de toda la historia? Para comenzar, los dos años no lo han dejado ni menos enigmático, ni menos introvertido. El misterio sigue igual de grande, aunque ha habido algunos cambios en la percepción de su trayectoria. Originalmente se vendió la teoría de que Barco podía ser un mal candidato, pero un excelente Presidente. La primera parte quedó totalmente desvirtuada ante los 4 millones 200 mil votos que le dieron el triunfo en las elecciones. Barco no sólo no había sido un mal candidato, sino que al final de la campaña se había convertido en un candidato fenómeno. De ahí pasó a decirse que los colombianos más que un buen Presidente lo que necesitaban era un buen gerente para ese momento histórico. Menos carreta tipo belisarista, y más mangas remangadas y más acción.
El gerente rápidamente desilusionó. La luna de miel de Barco fue la más breve en la historia de Colombia y la verticalidad de su caída hace honor al refrán que dice: "El que sube como palma...". Hoy el sentimiento general es el de que Barco más que un gerente es un buen ciudadano, inclusive un excelente ciudadano, a quien se le reconocen más sus virtudes personales que de hombre público.
¿Y COMO ES EL?
No deja de sorprender que en el caso de Barco, a pesar de haber transcurrido dos años de contacto permanente con la opinión pública, pocas veces ha habido tantos malentendidos y tan poca claridad sobre un presidente. Sin embargo, hay algunos pocos rasgos de su personalidad que se pueden definir con claridad. SEMANA consultó funcionarios y ex funcionarios que han trabajado al lado del Presidente y pudo constatar que coinciden en algunos aspectos. Para empezar, todos sin excepción consideran que su principal característica es que es un hombre de obsesiones. Le obsesiona la independencia. Pero no la de Bolívar y Santander, sino la suya. Se esfuerza por no depender de nadie y por demostrar que todas sus decisiones son autónomas y que no se deja influenciar por nadie. Ni por los ex presidentes, ni por la gran prensa, ni por los gremios, poderes que, según él, han tenido en las últimas décadas, más juego que el que les corresponde. En esto lo original no es tanto la actitud como la obsesión, pues todos los presidentes anteriores han mantenido la misma independencia sin considerarlo una hazaña. Inclusive Belisario Betancur se esforzaba más bien por aparentar lo contrario, ya que aunque las decisiones eran enteramente suyas, a través de un juego de relaciones públicas trataba de disfrazarlas de colectivas.
Su segunda obsesión es la de nunca improvisar. Para él, todo tiene que ser meditado, sopesado, desmenuzado y digerido. Un solo punto de vista nunca es suficiente a la hora de tomar una decisión. Hay que compararlo con otros para tratar de obtener el mejor promedio. Las decisiones apresuradas no caben en su vida. Persona que le diga que hay que tomar una decisión urgentemente, cae en desgracia. Para él nada es más urgente que tomar las cosas con calma y los ejemplos más dicientes han sido su negativa, en algunos casos hasta de dos años, de llenar embajadas como Londres, París y Washington, desafiando presiones de todos los orígenes.
Esta mentalidad de que improvisar es malo tiene como complemento una concepción según la cual, el resultado depende siempre de la cantidad de trabajo invertido. A mayor trabajo, mejores resultados. El Presidente desconfía de las ideas geniales y se impresiona más bien con los hombres "camelladores". Según varias fuentes, su admiración es grande por personas como el secretario general, Germán Montoya; el ministro de Relaciones, Julio Londoño, e inclusive por Alba, su secretaria privada. Aunque en esferas totalmente diferentes, cada uno de ellos, paciente y discretamente, resuelve múltiples problemas. Una fuente palaciega afirmó a SEMANA que "uno de los mayores orgullos del Presidente es el haber creado un nuevo estilo de gobierno con una ética de trabajo orientada más hacia los resultados que hacia el protagonismo. En una palabra, le gustan más las hormigas que las vedettes".
Y si algo se le puede reconocer al primer mandatario es que, en su propio caso, es consistente con sus convicciones: él es más una hormiga que una vedette. Mientras la mayoría de los presidentes de Colombia tienden a estudiar y tomar decisiones sobre múltiples problemas al mismo tiempo, Barco prefiere dejar todo a un lado y especializarse en un solo tema.
Tres, cuatro, cinco y hasta seis horas de un solo día se le pueden ir en un solo tema como la calificación de tierras para la reforma agraria. El trabajo es generalmente de petit comité, es decir tres o cuatro personas en total botando corriente. El Presidente no habla mucho y deja más bien que los demás se enfrenten, para enriquecer la discusión. Durante esas sesiones de trabajo ninguna llamada puede entrar y el teléfono sólo funciona cuando el Presidente, en medio de la discusión, decide llamar a alguien para buscar un punto de vista adicional.
Pero sus obsesiones no se limitan a grandes principios como la independencia y la ética del trabajo, sino que se extienden a temas concretos que para las circunstancias algunas veces podrían parecer irrelevantes. Pocos colombianos saben que su Presidente no deja de pensar en el bienestar de los indígenas. Este hombre con cara de yanqui, que se ve más ridículo que cualquiera con los penachos de los jefes de tribu, puede ser el mandatario que más auténticamente se haya preocupado por estas minorías en la historia del país. Esta obsesión lo ha llevado a crear al sur del país, una de las reservas indígenas más grandes del Tercer Mundo.
Otro motivo de su desvelo son los niños. Detrás de la apariencia del cascarrabias peliblanco hay un gran abuelito. Guardería, bienestarina, vacunación son elementos que ocupan lugar privilegiado dentro de sus objetivos de gobernante. La niñez como símbolo del futuro del país, es una preocupación real y no una figura retórica ni demagógica.
UN RADICAL
Barco, aunque no es un animal político en el sentido tradicional de la palabra, tiene, sin embargo, claras obsesiones políticas. Podría ser descrito como un radical liberal como los de la época de la Constitución de Rionegro. Esto es particularmente cierto en lo que tiene que ver con su empecinamiento en restablecer el esquema gobierno-oposición. Sin esta última, para él no puede haber democracia. También como los de Rionegro es un furibundo anticlerical. De ahí su obsesión por reformar el Concordato, establecer el divorcio, la libertad de enseñanza, etc., y su rotunda negativa a que la iglesia juegue papel de mediador en el problema guerrillero. A pesar de sus buenas relaciones con los militares, no es militarista y en más de una ocasión, como cuando el robo de la narco-avioneta de la base de Catam, reunió al alto mando, montó en cólera y cayeron cabezas. Su liberalismo es tan intenso que se extiende de lo ideológico a lo partidista, con las inevitables secuelas de sectarismo.
Todo lo anterior contiene los ingredientes para la semblanza de una personalidad no perfecta, pero interesante. Un radical fanático, un hombre de obsesiones, odios y amores, un metódico con preocupaciones de largo plazo. Todo esto son los ingredientes para la semblanza de una personalidad interesante. Curiosamente "interesante" no es el adjetivo que la mayoría de sus compatriotas utilizaría para describir a su Presidente, quien es percibido más bien como un hombre bien intencionado, poco brillante, que hace lo mejor que puede en circunstancias de adversidad. Y esta podría ser la más favorable de las interpretaciones, ya que otros consideran tan enormes sus limitaciones de hombre público, que las atribuyen a problemas de salud. Estos últimos son parte de la fantasía en que desemboca la oposición, cuando el sol comienza a calentar las espaldas. Barco en reuniones privadas e informales, invariablemente deja la impresión de un hombre responsable, informado, en control de la situación e inclusive locuaz.
¿A qué obedece este desfase entre la realidad y la percepción? Sin duda, a un problema de comunicación sin antecedentes. Barco, simple y llanamente, puede fácilmente ser el peor comunicador entre los jefes de Estado contemporáneos. Esta deficiencia no es marginal. Probablemente la principal función de un gobernante es transmitir que se está a cargo de la situación. Las obras concretas corresponden a los ministros, el liderazgo solamente al Presidente. Reagan, a quien se le reconoce muy poca competencia, ha logrado entrar a los libros de historia como un gran Presidente, solamente por su capacidad de comunicar. La comunicación en política es una necesidad, no una opción. Ser político y asustarse ante un micrófono es como ser cirujano y asustarse ante la sangre. Y es la incapacidad o inclusive la torpeza de Barco para expresarse, lo que ha producido el mito del Presidente incompetente y la realidad de la ausencia de liderazgo.

EL BALANCE
Pero independientemente de la personalidad del Presidente, ¿qué tan malo o bueno ha sido su gobierno al llegar a mitad de camino? En Colombia, en estos tiempos, sólo dos ejes son fundamentales en este análisis: el orden público y la economía. En términos generales, buenos o malos, los resultados no son total responsabilidad de este gobierno. Se podría decir que Barco tiene razón cuando alega en su defensa en materia de orden público, que se trata de una situación heredada del gobierno anterior. Pero se podría decir también que los buenos resultados de los indicadores económicos -aunque Barco es poco dado a reconocerlo- obedecen en buena parte al gobierno anterior.
Sin embargo, hay aspectos de estos dos problemas en los que sí se puede juzgar al gobierno. Así como ni la guerrilla ni el narcotráfico son fenómenos de los cuales se puede responsabilizar a esta administración. Por el contrario, Barco ha mostrado una mano dura frente a los dos fenómenos que si bien no se ha traducido aún en resultados concretos, si demuestra un cambio radical frente a la actitud asumida por Belisario Betancur, por lo menos en lo que se refiere a la guerrilla. Su manejo, a través de César Gaviria, del secuestro de Alvaro Gómez y de la subsecuente cumbre, ha sido un modelo de seriedad y coherencia, aunque haya tenido posiciones de principio altamente riesgosas e impopulares. Desde el principio, el gobierno ha sostenido que sólo dialogará con la guerrilla, cuando ésta acepte que el diálogo debe conducir a la desmovilización. Como ningún grupo ha aceptado esto hasta la fecha, el gobierno se ha negado a dialogar, sobre algo que no parta de esta base y menos bajo presión. Pero si bien ha sido coherente en lo de la desmovilización, ha tenido que cambiar con los hechos una de las piedras angulares de su programa de gobierno: el manejo civil del orden público. En los discursos de campaña y en el de posesión, Barco insistió en que los civiles tomarían las decisiones y los militares las ejecutarían. Pero, por lo menos en los casos del Caquetá y Urabá, ha tenido que cederle a los militares los dos terrenos.
En cuanto al narcotráfico es fácil decir que Escobar, Ochoa y "El mejicano" están libres. Pero capturarlos es, en la práctica, igual o más difícil que capturar a Pizarro, el cura Pérez y compañía. En todo caso, el gobierno no ha sido débil frente a este problema y el Presidente ha apoyado permanentemente a quienes, como el general Ruíz Barrera, han emprendido una lucha sin cuartel.
Con respecto a la economía, se reconoce que es el área de la gestión del gobierno en la cual se han alcanzado los mayores éxitos. Los indicadores muestran que el sector productivo se encuentra en etapa de expansión, el desempleo ha caído en casi 4 puntos y en cuanto al sector externo, hay un auge de las exportaciones no tradicionales que ha reducido la dependencia de Colombia de la economía cafetera en cuanto al ingreso de divisas. Durante tres años consecutivos, las cifras del gobierno han mostrado un crecimiento de la economía superior al 5%. Sectorialmente, en el primer semestre de este año, la industria creció a un ritmo cercano al 7%, las ventas del comercio al lO% y la agricultura al 4%. El gobierno calcula que se han creado 320 mil nuevos empleos en las cuatro grandes ciudades, que han permitido que la tasa de desempleo pase de un 15% a un 11.7%. Las cifras de las exportaciones no tradicionales también son alentadoras. Mientras en el 86 las exportaciones distintas al café representanban un 48% del total exportado, en el presente año las proyecciones indican que pueden llegar al 73%. Sin embargo, cuando se compara el crecimiento de las exportaciones con el de las importaciones, se puede vislumbrar un problema de balanza de cambios si las tendencias no cambian. El aumento en los registros de importación en la actualidad es del 25%, mientras que el aumento en el registro de las exportaciones es solamente del 8%. Esto está creando un hueco en divisas de alrededor de 60 millones de dólares mensuales, que afectan el alto volumen de reservas después de mucho esfuerzo.
Pero, sin duda alguna, el lunar más grande en materia económica es el crecimiento de la inflación. El gobierno no sólo se ha quedado corto en sus proyecciones, y algunos temen un regreso a tasas del 30% que se consideraban cosa del pasado. Para muchos más grave que esto, son las apresuradas medidas que el gobierno ha tomado para contraer la masa monetaria para frenar la inflación. El sector financiero e industrial como el de la construcción se han visto afectados en particular en el último semestre, por estas medidas, sin que la inflación haya cedido.
METIDA DE PATA
Hasta aquí, el gobierno parece no rajarse. Sin embargo, dos hechos totalmente olvidados, han evidenciado una falta de criterio y mal manejo sorprendentes. En primer lugar, el humillante episodio del retiro de la fragata "Caldas" del golfo de Venezuela. La discusión sobre si hubiera sido más conveniente o no dejar hundir la fragata, no cambia en nada el hecho de que nunca el gobierno debió haberse dejado arrinconar en una coyuntura de esa naturaleza. No se sabrá nunca qué fue más equivocado: si haberla metido o haberla sacado. Pero lo que es seguro es que Colombia perdió terreno, capacidad negociadora y prestigio en el episodio. La defensa del gobierno de que se trataba de una jugada maestra para "internacionalizar el conflicto" y poner de relieve la validez de nuestra posición jurídica, no fue más que un sofisma para tratar de ocultar la magnitud de las consecuencias.
En el plano interno, otro "cañazo" le salió mal al gobierno: el plebiscito. En este punto, lo mismo que con la fragata, el gobierno incursionó en aguas peligrosas y terminó saliendo con el rabo entre las piernas. Más que un fracaso fue el incumplimiento ostensible de planteamientos presidenciales en el discurso de posesión del 7 de agosto del 86. Proponer la reforma de la Constitución por un plebiscito era exactamente lo contrario de lo que dijo entonces, en el sentido de que la Constitución "debe ser objeto (...) antes que de apresuradas modificaciones, de una interpretación ajustada a las transformaciones sociales". Y el reversazo que significó el Acuerdo de la Casa Nariño fue la otra cara de la moneda de algo que también prometió no hacer: "No haré transacciones (...) ni celebraré pactos de dirigentes basados en un supuesto consenso".
El balance no es, pues, espectacular, pero tampoco catastrófico como pretenden algunos. En cierta forma, el Presidente parece peor de lo que es en realidad su gobierno. Por esta razón pueden perder quienes están apostando a que Barco no llega al 7 de Agosto de 1990.