FILBO 2019
“La literatura pone en suspenso las ideas, te obliga a pensarlo todo de nuevo”: Alejandro Zambra
Alejandro Zambra, uno de los autores chilenos más interesantes y leídos de la región, visitará la FILBo 2019. ARCADIA lo entrevistó para hablar de su más reciente libro, el humor en su obra y ese interés tan recurrente de tratar "lo chileno".
Desde hace más de diez años, la crítica literaria lo ha dicho claro y contundente: el chileno Alejandro Zambra (1975) es un huracán literario. Y sí: tanto los libros de ese entonces como los de ahora confirman esa literatura que habla a los ojos, que mezcla géneros, que tuerce la autobiografía, que se pregunta por lo chileno (y lo latinoamericano) mientras lo problematiza.
Alejandro Zambra es uno de los autores invitados a esta versión de la Filbo 2019 y anticipadamente se puede afirmar que llenará cada uno de los pabellones o auditorios donde hablará. ¿La razón? En Bogotá difícilmente se encuentran a la venta su primera novela, Bonsái (2004), La vida secreta de los árboles (2007) o Formas de volver a casa (2011), todos publicados por Anagrama. Los lectores de la ciudad han perseguido y devorado sus libros, en ellos han encontrado un estilo identificable desde la primera página.
¿O quién más escribe así, como en este fragmento de Yo fumaba muy bien?: “Pero respondí, con seguridad, que el problema de la literatura chilena era la costumbre de escribir cigarrillo en lugar de cigarro. En Chile nadie dice cigarrillo, decimos cigarro, argumenté, como golpeando una mesa imaginaria, pero los escritores chilenos escriben cigarrillo, y al final agregué esta frase absolutamente demagógica: Yo soy de los que escriben cigarro”.
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En Bogotá hablará sobre el juego y la escritura. El tema casa perfectamente pues, en efecto, se nota que Zambra juega con la creación. Libros de relatos como Mis documentos (2014) están repletos de personajes torpes que tienden al equívoco o Tema libre (2019) que juguetea con la ruptura de géneros para ofrecer un popurrí literario de 11 piezas en las que se encuentran crónicas, ensayos o conferencias.
Zambra, nacido en Santiago de Chile y radicado actualmente en Ciudad de México, hablará de ese y otros temas de su obra el 1 de mayo, en el Gran Salón de Ecopetrol, sala B, a las 5:00 p.m. Antes de esa cita, habló con ARCADIA sobre por qué no quisiera hablar como sus personajes y por qué se considera un “arquero” dentro de la literatura.
Su participación en la Feria del Libro de Bogotá está antecedida por el lanzamiento de su más reciente libro, Tema libre (Anagrama, 2019). Dicho libro está compuesto por 11 textos, todos ellos breves pero de géneros variados. ¿Cree que, a diferencia de su libro, la industria editorial sigue privilegiando la separación y catalogación de la literatura en géneros?
Ah, eso siempre. Tema libre y también Facsímil van en contra de esa tendencia, aunque simplemente porque salieron así. El medio editorial sigue pidiéndote novelas todo el rato. Hay gente que antes de saludarte te pregunta si ya terminaste tu novela... Y por supuesto la mayoría de los editores quieren que publiques más o menos la misma novela todos los años, ojalá bien gorda. A mí no me resultaría, me cuestan los deadlines.
La separación entre textos que escribes con fecha de entrega y cantidad de palabras en mente (como las colaboraciones en prensa recopiladas en No leer) y los textos que escribes porque sí, al ritmo de tus propias incertidumbres y obsesiones, me resulta mucho más siginificativa que la separación tajante entre ficción y no ficción.
Efectivamente he estado estos años escribiendo novelas, pero Tema libre se metió por los palos y les anticipó. Tema libre es uno de esos libros que se escriben casi solos. Es un inventario de contingencias que descubrí que rimaban o que desentonaban de una manera que me pareció significativa. Quería escribir esos dos ensayos sobre traducción que cierran el libro y, mientras lo hacía, recordé esos otros textos que habían quedado solitarios en un cajón. También es un libro-con-editor, igual que No leer: siento que buena parte de la autoría es de Andrés Braithwaite, que me ayudó a ver, a entender, a querer ese libro.
En Mis documentos, casi todos los protagonistas son chilenos: algunos están en su país, otros en México o Europa. En Gracias, uno de los cuentos, se lee en una parte que la historia sería mucho mejor si “no hubiera chilenos” en ella. ¿Por qué en casi todos sus textos hay una problematización del tema de ser chileno? ¿El tema aparece en su proceso creativo de manera espontánea, inevitable?
A la altura de ese libro, me resultaba muy natural escribir sobre chilenos y creo que entonces pensaba que siempre hablaría más o menos sobre los mismos barrios. Ahora ya no sé, porque llevo dos años viviendo en Ciudad de México y todo parece indicar que aquí me voy a quedar. Tema libre habla un poco de eso, hacia el final. Me da risa y algo de pánico imaginar mi habla futura, mis referencias futuras. Es un vértigo delicioso, en todo caso. En mis relatos no hay una sola palabra que yo no diría en una conversación. Pero ahora hablo ligeramente distinto. Es un problema que me encanta tener. ¿Voy a imitar penosamente, en el futuro, a mis personajes? Espero que no, no lo creo.
Por otra parte, para acercarme más al espíritu de tu pregunta, me parece que la problematización de lo nacional es inevitable y proporciona gozo y dolor. Me importa y me interesa el misterio de lo nacional. Hasta qué punto describes un paisaje extraño en relación al paisaje propio; incluso si quieres hablar exclusivamente sobre lo que ves queda el fantasma de percepciones anteriores. Ese famoso verso de Kavafis, "la ciudad te seguirá", es una verdad inmensa. Creo que toda literatura es personal y nacional, incluso si esas dimensiones no son evidentes. Quizás sobre todo si esas dimensiones no son evidentes.
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En la mayoría de los relatos hay mucho humor que, sobre todo, surge de equívocos: los personajes parecen leer mal la realidad y por eso toman decisiones impulsivas (El hombre más chileno del mundo) o se ven inmersos en relaciones laborales absurdas (Larga distancia). ¿La literatura es un espacio ideal para explorar a fondo los equívocos que todos padecemos?
Quizás sí. Visto desde cerca, un relato es siempre la excepción a una regla, pero no por eso confirma esa regla, sino que problematiza. O la confirma y la desmiente al mismo tiempo. Y la literatura pone en suspenso las reglas o la idea misma de regla. La literatura pone en suspenso las ideas, te obliga a pensarlo todo de nuevo. Y el humor es lo mismo que el aliento. Si la ausencia de humor es cero y el sarcasmo diez, pienso que siempre hay que estar al menos en uno o en dos para poder sacar la voz, incluso si hablas sobre cosas horribles y aparentemente incompatibles con el humor.
Una última pregunta sobre Mis documentos. La mayoría de personajes (como en otros de sus libros) tienen alguna relación con la literatura: la estudiaron o la escriben. Pero las referencias a autores o libros no se hacen de forma erudita, sino como elementos cotidianos de la vida de esos personajes. ¿Considera que la literatura es mundana?
Absolutamente. Creo que se exagera la solemnidad en torno a la literatura. Sobre todo cuando se la enseña. No sé, por ejemplo, un chiste es una estructura complejísima, que ha costado dominar, pero con frecuencia cuando toca hablar de la estructura de un relato, tan parecida a la de un chiste, prevalece la impresión de que estás hablando de algo muy específico, ajeno, serio y sesudo.
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Uno de los temas sobre los que hablará en la Filbo es la escritura y el juego. En una entrevista con Daniel Alarcón, usted dice que, en cierto punto de su carrera, escribía prosa de manera más juguetona que como lo hacía con la poesía, pues a la poesía la respetaba más. ¿Cómo ve la cuestión del juego en su literatura hoy en día?
Sí, respetaba demasiado la poesía, por eso escribía mala poesía. Esto suena medio esotérico o demagógico, pero para mí el placer de escribir se relaciona específicamente con el momento en que los planes se van a la mierda y te ves frente a la pantalla avanzando con frases que ni siquiera sabías que estaban en tu cabeza. Y eso es jugar, aunque no siempre lo parezca.
Con respecto a la poesía, es muy diciente que en las distintas versiones de la Filbo las conversaciones con autores se centren en obras o trayectorias más cercanas a la prosa que a la poesía. ¿En otros eventos o ferias literarias en las que usted ha participado también es así? ¿Hay alguna excepción?
Hay algunas excepciones, sobre todo en Chile, donde la poesía es mucho más importante que la prosa, y también en México hay eventos exclusivamente de poesía. Pero por lo general la poesía está desplazada. A veces invitan a expoetas como yo, que traicionamos el evangelio de la poesía. Preferiría tener doble militancia, pero aunque sigo escribiendo poemas y a veces pienso en publicarlos, sé que no son buenos. Soy como un arquero que siempre quiso ser centrodelantero y en los entrenamientos a veces lo dejan jugar de nueve y mete algún gol pero luego vuelve a su lugar bajo los tres palos, a mirar el partido desde lejos, con sombría paciencia. Igual, yo sigo leyendo más poesía y ensayo que novelas, y muchos de mis mejores amigos son poetas a los que sigo y seguiré leyendo, así que me siento cerca de la poesía.
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Después de haber estado tanto tiempo con Anagrama, ¿se ha creado una relación de confianza con su editor o editora?
Claro que sí, es una relación divertida y estrecha, tanto con Jorge Herralde y Lali Gubern como con Silvia Sesé. Siempre nos carteamos y mandamos recados, sobre todo ahora último que Herralde descubrió el iPad.