CULTURA

Leer jugando, así se aprende en las bibliotecas comunales de Bello

Hay diez de ellas en el municipio. Ahí se dan cita niños y adultos; locales y extranjeros; y siempre necesitarán más libros, así que si usted quiere donar algunos, hágalo.

Diego Aristizábal*
16 de julio de 2018
Estos espacios están tan vivos que incluso quienes pasaron su niñez en la bliblioteca, preguntan de qué manera pueden contribuir. | Foto: Sebastián Morillo

Entre los barrios de Bello (al norte de Medellín), un caminante desprevenido puede encontrarse con alguna de las diez bibliotecas comunales que empezaron a tener vida hace 35 años. Gracias al esfuerzo de las juntas de acción comunal y de la Alcaldía, inició el sueño de fomentar el hábito de la lectura y la promoción del libro como medio de difusión de la cultura.

“Este proyecto ha sido exitoso porque nació de una petición de los habitantes del municipio”, dice Carolina Rendón, directora de la Red de Bibliotecas Comunitarias de Bello. Y tiene razón, el mérito de esta iniciativa es enorme, porque cuando los mismos ciudadanos piden libros y un espacio para ellos, muchas cosas buenas pueden pasar en el entorno.

Sin embargo, aquí no solo hay libros, hay sueños y dinámicas que varían entre biblioteca y biblioteca. A pesar de que todas tienen como objetivo la animación a la lectura, cada una funciona según el territorio donde se encuentra. Por ejemplo, la biblioteca La Esmeralda trabaja con niños, líderes sociales y brinda ayuda para que los habitantes puedan encontrar empleo. La Unicaf enfoca sus esfuerzos en la tercera edad; Santa Rita ofrece servicios básicos de formación, asesoría e internet. El Carmelo brinda información local y así podríamos decir algo muy puntual de San Félix, Hermosa Provincia, Acevedo o Estación Primavera. En El Cairo, por ejemplo, creen profundamente en el poder del juego, del canto y en la invención, por eso los niños que asisten son felices entonando rondas o simplemente poniendo al límite la imaginación.

Ahí, Claudia Molina, bibliotecaria desde hace nueve años, puede decirles a los chicos que asisten a la casa de los libros: “Supongamos que la historia empieza con Caperucita…”. Cada uno se puede involucrar con ese cuento de una manera diferente, quizá para algunos Caperucita sea morada o azul, y tal vez se encuentre a un conejo en vez de a un lobo. De esta forma se construyen las historias con juegos alrededor de la cuerda o la golosa. También hay películas, manualidades, espacios para hablar del medioambiente y actividades con los computadores o las tabletas, porque cuando se trata de atraer a los niños y a los jóvenes a la lectura, todo se vale.

“Para mí las bibliotecas comunales son ludotecas y espacios culturales. Son el lugar donde se encuentran los niños, adquieren valores, crecen como personas y comparten un conjunto de aprendizajes”, dice Claudia, quien agrega que es muy importante que todos sepan que estos espacios están vivos. Tan vivos que incluso jóvenes y adultos, que alguna vez pasaron por las bibliotecas en su niñez y ya trabajan, se acercan y preguntan de qué manera pueden contribuir para que las bibliotecas sigan abiertas. Los padres de los niños también ayudan a que estas sean un espacio especial para sus hijos, y para ellos, porque muchas veces las bibliotecarias cumplen el papel de psicólogas cuando algún adulto se acerca a conversar y expone sus problemas; al ver que alguien los escucha, decide volver e irse con algún libro recomendado.

Estas bibliotecas, que cuentan con entre 800 y 1.000 visitantes al mes, lastimosamente no cuentan con presupuesto para comprar libros. Los que llegan ahí son donaciones de los vecinos o el resultado de la gestión que pueda llevar a cabo Rendón. Uno de esos logros recientes es haber conseguido que las bibliotecas comunitarias hicieran parte de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, lo que permite que durante el año reciban dos o tres entregas de libros.

A pesar de que las bibliotecarias no son profesionales, asisten permanentemente a cursos de capacitación y están dispuestas a aprender todo lo que sea necesario para aportar a sus comunidades y conseguir así que los espacios que cuidan cada día sigan siendo lugares vivos para todos los visitantes. Como Melanie Contreras, quien a sus 14 años llegó a vivir a Bello con su familia, debido a la crisis de Venezuela, y al darse cuenta de que en su barrio estaba la biblioteca El Carmelo se sintió feliz porque, como ella dijo, “quien encuentra una biblioteca jamás se vuelve a sentir solo y triste”.

Una biblioteca debe aprovechar el entusiasmo de los niños y que la visiten felices para ir a jugar. De eso se trata, a los libros se llega de todas las formas posibles, por eso las bibliotecas comunitarias deben ser más respaldadas y seguir abiertas para hacer más grande a una comunidad.

*Director de la Fiesta del Libro de Medellín.