ESMERALDAS

La nueva cara de la región esmeraldera de Colombia

Los habitantes de Muzo y Quípama están cambiando las prácticas laborales y ahora, en vez de depender de la fortuna buscando esmeraldas, emprenden con proyectos sostenibles que les aseguran una vida digna.

6 de agosto de 2018
Uno de los oficios que desempeñan hoy las mujeres es el de malacateras, que consiste en operar un ascensor que moviliza material pesado o personas. | Foto: Esteban Toro Martínez

Las mujeres estaban prohibidas en las minas de esmeraldas. Decían que si se acercaban, las gemas se escondían. Entonces terminaron relegadas a la cocina o a la guaquería. Al menos así ocurría en el occidente de Boyacá hasta la llegada de Minería Texas Colombia (MTC) al municipio de Muzo en 2009. Hoy, casi una década después es común lo inimaginable: geólogas charlando en la cafetería de la mina y muchachas con casco y uniforme operando maquinaria o supervisando la seguridad bajo tierra.

Este cambio demuestra que en el municipio y el sector esmeraldero se respira un ambiente renovado. “Muchas de estas mujeres, que eran mineras informales, decidieron apostarle a una estabilidad”, explica María Luisa Durrance, directora de la Fundación Muzo. Una transición que no fue fácil. Los habitantes, que han sido mineros toda su vida, se resistían a aceptarlas. “No es fácil adaptarse en poco tiempo a cambios tan duros”, sostiene Durrance.

“Duré desde los 15 hasta los 45 años guaqueando”, confiesa Luz María Pinilla, fundadora de la empresa de confecciones Mona Lisa. Durante esos 30 años no encontró una sola esmeralda y tuvo que sobrevivir lavando ropa. En 2011 creó Mona Lisa con dos máquinas de coser. Finalmente, en 2013, la empresa despegó cuando Pinilla llegó a un acuerdo con MTC para coser los uniformes y dotaciones de los trabajadores. Ahora son 16 máquinas, 15 empleados de planta y cuatro satélites, con los que puede llegar a confeccionar más de 60 camisas diarias.

Antes de 2009, cuando MTC se estableció en la mina Puerto Arturo, a los mineros se les pagaba con restos de la producción de esmeraldas de las minas. Sus ganancias seguían dependiendo del azar. “No devengaban un sueldo fijo. Ahora ya hay sueldito, entonces la gente quiere entrar a trabajar es por eso. Pa’ mantener su familia”, afirma William, un empleado de 27 años, quien lleva un uniforme rojo que identifica a los obreros de MTC.

Los guaqueros se animaron a dedicarse a oficios más seguros como la agricultura. Al principio, sostiene Diego Pedraza, gestor de empresas agropecuarias, la participación voluntaria y los tiempos de la cosecha del cacao no motivaban a nadie, “pero como poco a poco se han ido viendo los resultados, ahora tenemos el efecto contrario”. Para subsanar los tiempos largos del cacao, se han sembrado cultivos de guanábana, habichuela, pepino, tomate, ahuyama y pimentón, con el acompañamiento de Furatena Cacao, una empresa de las compañías Muzo, que presta asistencia técnica a los agricultores.

Si bien MTC emplea a más de 1.200 personas en la región, el espíritu de sus habitantes es reactivar la economía en otros frentes, pues saben que la minería no es para todos. “Lo que se busca con los proyectos es generar otro tipo de ingreso”, sostiene Pedraza, quien trabaja en un galpón de 250 gallinas con 20 voluntarios. La mina nunca fue una opción para él porque sufría de claustrofobia. Actualmente, el galpón deja un bono de 50.000 pesos cada dos meses a sus voluntarios, por eso el plan es ampliarlo para tener 1.000 aves y así poder beneficiar a más personas.

MTC ha impulsado otras microempresas como el salón de belleza Stilos Jissel, que funciona desde hace dos años y emplea a cinco personas. Una de ellas, Viviana Guasque, cambió la guaquería por este oficio: “Queremos darle trabajo a la gente y apoyar el progreso de la región. Que no haya que volver a guaquear. Ese es nuestro proyecto”.