ECONOMÍA

China: del comunismo de Mao, a la apertura de Deng Xiaoping

Sus políticas pragmáticas y de internacionalización impulsaron el inigualable crecimiento chino. Sin embargo, ese desarrollo también propició la desigualdad económica en el país, y el deterioro ambiental.

Beethoven Herrera Valencia*
23 de octubre de 2018
La política del Gran Salto Adelante, impulsada por Mao Tse-tung, tenía el objetivo de transformar la economía agraria de China a través de la industrialización. | Foto: AFP

Durante la Revolución Cultural China impulsada por Mao Zedong, el líder Deng Xiaoping (1904-1997) había pasado a un segundo plano. Sin embargo, con la muerte del ‘Gran Timonel’ del comunismo, el hombre al que habían acusado de burgués recobra su protagonismo para orientar con éxito el cambio económico y político de su país. Deng llevó a su nación por el camino del pragmatismo, lejos de la excesiva lucha ideológica. Mantuvo la unidad en torno al partido para evitar la descomposición del sistema, que sí se vivió en la antigua Unión Soviética, donde la perestroika, o reforma económica, se intentó de manera simultánea con la apertura política –o glásnots– y provocó un colapso.

A diferencia de la tradición de las revoluciones occidentales que fusilaron a las fracciones derrotadas, Deng Xiaoping impulsó las transformaciones de manera gradual, aplicando el adagio chino de “cruzar el río tanteando las piedras paso a paso”.

La política del Gran Salto Adelante impulsada por Mao tuvo tales fallas que la sociedad china vivió severas dificultades y no dudó en aceptar la propuesta de liberalización económica. Por esta razón la primera reforma adoptada por Deng se dio en la agricultura. Se permitió que las granjas entregaran parte de su producción al Estado, sin que esto impidiese vender excedentes en el mercado y que los productores se quedaran con dichos ingresos.

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Este cambio permitió que para los años ochenta la producción agrícola se duplicara y se avanzara hacia la transformación económica desde el campo hacia la industria. Pero los reformadores eran conscientes de que, aun con el viraje hacia una economía industrial, se requería un vínculo con el comercio internacional que abriera sus fronteras a la inversión extranjera e incorporara tecnologías avanzadas a los procesos productivos.

Esa política de puertas abiertas condujo a la creación de las Zonas Económicas Especiales, estratégicamente localizadas en las costas de la nación, donde todavía se ofrecen facilidades para la inversión y la tecnología extranjera. Gracias a esta vía las exportaciones manufactureras crecieron 85 por ciento, el coeficiente total de productos exportados pasó del 6 por ciento al 21 por ciento en 17 años, y China se convirtió en la máxima receptora de inversión directa extranjera, al lograr un crecimiento económico que osciló entre 10,2 por ciento y 12,8 por ciento, entre 1980 y 1995.

Con el fin de avanzar en el proceso de unificación nacional y recuperar los territorios perdidos en el ‘Siglo de las Humillaciones’, Deng formuló su política de ‘Un país con dos sistemas’, con la que China le exigió a Portugal la devolución de Macao, y reclamó a Inglaterra la soberanía sobre Hong Kong, que había sido ocupada desde las guerras del opio.

Todas estas reformas, además de la política de doble vía, arrojaron resultados sorprendentes: 740 millones de personas salieron de la pobreza absoluta, hubo una transferencia campo-ciudad de 270 millones de personas y se fundaron grandes empresas que se convirtieron en multinacionales con capacidad de adquirir compañías en Estados Unidos y Europa.

No obstante, esta transformación ha tenido altos costos: la brecha cada vez es más grande entre las regiones costeras y el interior, la concentración del ingreso en algunos multimillonarios es severa y la contaminación ambiental se ha descontrolado. Según el Banco Mundial, el crecimiento del Ingreso Nacional Bruto per cápita (INBpc) para 2017 fue de 6,38 por ciento, una cifra con distintos números entre el país de la costa y del interior. En cuanto al medioambiente, la emisión de CO2 aumentó de 1.529 toneladas métricas per cápita en 1978, a 7.544 en 2014.

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Hoy, los conflictos con Estados Unidos y el aumento del ingreso interno están conduciendo a una reorientación económica que se enfatiza en el mercado local y estimula decididamente las importaciones, de hecho, se realiza una feria mundial para promoverlas. Esta iniciativa se debe a las previsiones de desaceleración en el crecimiento del país, estimada en 6,4 por ciento anual entre 2017 y 2021.

Una de las zonas grises de la situación económica china es su endeudamiento no financiero. Según las proyecciones del FMI, esta deuda fue de 242 por ciento del PIB en 2016 y será del 300 por ciento en 2022. De modo que, si se desea estabilizar su economía, será necesario frenar el crecimiento del crédito hacia este sector.

El actual presidente Xi Jinping ha replanteado el modelo de desarrollo. La idea es pasar de ser la gran fábrica del mundo, con precarias condiciones de la masa asalariada y gran contaminación ambiental, a un modelo basado en el desarrollo tecnológico y científico, que se preocupe por el bienestar de su población y sea sostenible. Ese enfoque inspira los programas ‘Made in China 2025’ y la Franja y la Ruta. *Con la colaboración de Daniel Lugo.

*Profesor emérito de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional.