OPINIÓN

En China, al embajador de Colombia le dio una particular ‘fiebre amarilla’

Él, Óscar Rueda García, la define como una enfermedad benigna que consiste en una atracción y un amor desmedidos por ese país, su cultura, su gente y sus tradiciones. Aquí nos lo cuenta en detalle.

Óscar Rueda García*
23 de octubre de 2018
Las tradiciones, el respeto por los mayores y la gastronomía chinas son algunas de las sorpresas que se llevan los viajeros. | Foto: iStock

China es una grata sorpresa a primera vista. Sucede que justo antes de ir a conocer un país, nos lo imaginamos por lo que hemos visto en internet o leído en las guías y puede resultar más o menos parecido. Pero en este caso, la realidad desborda la imaginación, supera a las fotografías y a cualquier texto de viajero erudito. Esta nación es mejor de lo que uno espera.

Al aterrizar, se empieza a superar el primer asombro. Las 13 horas de diferencia en el huso horario desequilibran. Uno tarda al menos una semana en adaptarse y cuando el cuerpo se acostumbra hay que enfrentar la realidad. Durante toda la jornada laboral en China, la cancillería en Colombia está durmiendo, de manera que no hay opción, es necesario trasnochar para poder comunicarse con nuestro país. Entonces se vuelve recurrente acostarse a la medianoche.

Una de mis tareas iniciales fue la de visitar Shanghái, donde tenemos consulado y es la capital económica (¡el primer puerto del mundo!). Pasé ahí mi primer domingo en China. En el parque del pueblo encontré el ‘mercado de los novios’, una gran feria donde los abuelos, expositores, ofrecen las hojas de vida de sus nietas o nietos casaderos; y los abuelos, visitantes, van de puesto en puesto buscando opciones para los suyos. Si consideran que una oferta puede ‘cuadrar’ acuerdan una cita –sin los potenciales novios– para conocer mayores detalles. Muchos de esos contactos terminan en matrimonio.

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Aquí se identifica un rasgo admirable del pueblo chino, que es el respeto por los padres y los abuelos. Por eso muchos jóvenes deciden acatar las decisiones que estos tomaron sobre sus posibles cónyuges. Así mismo, son frecuentes los permisos laborales para acompañar a los papás al médico y, si es necesario, piden que se les descuente de sus días de vacaciones.

Un festivo importante es el del Medio Otoño, mejor conocido como el de reunificación familiar (zhongqiujie), en septiembre. Este día toda la China se moviliza para visitar a sus padres y se reúnen a comer los ‘pasteles de luna’, generalmente rellenos de fríjol o té. Una segunda fiesta que demuestra ese respeto por los padres y abuelos es el día de limpieza de tumbas (qungming), una rigurosa movilización: tres días festivos para visitar los sepulcros de los antepasados.

Algo bien diferente es el día del año nuevo, el de Occidente, que quienes vivimos en China celebramos cuando en Colombia son las once de la mañana del 31 de diciembre. Nosotros estamos en 2018; los chinos van en el 4716. Y el primer día del año aquí varía porque se tiene en cuenta el calendario lunar. La pasada celebración fue el 16 de febrero; en 2019 será el 5. Pero vivir esa experiencia en estas tierras tiene sus ventajas, nosotros los extranjeros festejamos esa fecha especial por partida doble. Estamos en el año del perro. El entrante será el del cerdo. Aquí los signos del zodiaco son animales y anuales. De tal forma que los nacidos en septiembre de los años 54, 66, 78, 80 o 92, por ejemplo, seríamos caballo-virgo, si combináramos las dos culturas.

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Por otro lado, se aprende fácil a usar los palitos (kuazi) en lugar de nuestros cubiertos. Aunque al principio se pasan vergüenzas diplomáticas por el pedazo que, por mucho que se intente, no se deja coger y entonces los anfitriones se solidarizan y sacan el juego de cubiertos. Pero la peor prueba fue la de mi primer cumpleaños en China. No era una fiesta con ponqué, me sirvieron, a la usanza china, un tazón con fideos (changshoumian). Todos a mi alrededor esperaban que atacara con los kuazi, ¡misión imposible! Sin duda es una cocina muy rica, con platos de talla mundial como el pato pekín o los dumpling, mis favoritos, que acompaño con el ‘moutai’, aguardiente de 53 grados, de sorgo, arroz y trigo.

Un colega embajador comentaba que para él las dos principales diferencias entre los llamados occidentales y los chinos son: que estos se bañan antes de acostarse y nosotros al comenzar el día. Ya entrados en confianza, y hablando del tema, los amigos chinos me decían, “¿cómo pueden irse a dormir sin antes darse una ducha? ¡Con todo lo que han sudado durante el día y la contaminación de la calle!”. Y la segunda diferencia, la más profunda, es que para los chinos decir la verdad no es un valor tan relevante como para nosotros. Para ellos es más importante la armonía; no se trata de mentir, sino de no siempre decir lo que se piensa si ello rompe el equilibrio. Para pensarlo, ¿no?.

Las diferencias culturales son marcadas, pero adaptarse a este país no es difícil. Fueron dos meses de acomodación, pero luego vino lo que se llama la ‘fiebre amarilla’, cuyo síntoma es una atracción desmedida por lo chino, y el saber que se extrañará cuando, muy pronto, deba regresar a Colombia.

*Embajador de Colombia en China.

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