AROPIACIÓN SOCIAL DEL CONOCIMIENTO

El cultivo de papas que preserva el ecosistema de páramo

Llevar a cabo actividades productivas en este tipo de ecosistema es posible mediante el balance de conocimientos tradicionales y ciencia. Así lo lograron en Subachoque.

15 de diciembre de 2019
Juan Camilo Hernández, uno de los miembros de Asoarce. | Foto: Diego Cuevas.

Elena y José recuerdan la vez que el viento se llevó el nebulón completo. Era noviembre pero parecía agosto. No estaba la neblina, el sol punzaba esfumando el frío y el viento doblaba todas las espigas en el Pantano de Arce. También doblaba los árboles jóvenes, las matas de papa y quinua, y tronaba contra los telones negros del nebulón, levantados para atrapar el agua de la neblina.

Los páramos existen solo en cinco países: Ecuador, Venezuela, Bolivia, Costa Rica y, con más de la mitad de ellos, Colombia. Su función –que el nebulón imita– es retener el agua de la niebla y dar nacimiento a las quebradas; son un ecosistema frágil, escaso, y en Subachoque es uno de los que más sufre por la siembra de la papa, uno de los alimentos más demandados del mundo.

El agua limpia, sin agroquímicos, es el principio con el que una comunidad de campesinos lucha por sembrar especies ancestrales de papa y, a la vez, restituir el ecosistema de páramo del Pantano de Arce.

Esto ocurre en El Recuerdo, una finca (y laboratorio) ubicada en el límite inferior del subpáramo, en medio de fincas que son retazos de monocultivos paperos y praderas para ganado, donde “debería haber bosque de niebla”, cuenta Elena. “Por eso, uno de nuestros objetivos es devolver el bosque”, replica José.

José Hernández es ingeniero agrónomo y trabajó con flores toda su vida, “pero uno sabe cuándo llega el momento de retirarse”, explica. Con su familia, en Subachoque, se dedicó a la siembra agroecológica. Conoció a Elena Pulido, una de las líderesas de la comunidad y, con otras familias campesinas constituyeron la Asociación de Productores Agropecuarios del Pantano de Arce (Asoarce). Hoy trabajan uniendo saberes –el de la ingeniería y los tradicionales– para restituir el frágil ecosistema.

Según Jairo Olaya, ingeniero forestal y dendrólogo –y quien ha apoyado a la comunidad en el reconocimiento y protección de árboles nativos–: “La gente no solo deforesta para dar espacio a la siembra de papa. También contamina el agua con los agroquímicos”.

Con su experiencia en el cultivo de papas nativas, Asoarce participó en A Ciencia Cierta, programa de Colciencias que en alianza con el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial premió a la asociación con 60 millones de pesos y el apoyo de padrinos tecnológicos, para que fortalecieran su saber a partir de un proceso de apropiación social de ciencia, tecnología e innovación. De esta forma Asoarce se puso de acuerdo en construir el nebulón, sembrar árboles nativos para recuperar el bosque y montaron 11 parcelas de papa nativa en las que examinan el avance de una batalla “biorracional” contra el gusano de la papa: “Ese es nuestro gran enemigo”, cuenta Cenaida Pulido, la hermana de Elena, mientras se quita los guantes con los que aporcaba la tierra.

Más allá de la parcela de quinua, al lado de las flores, la remolacha, la lechuga y la coliflor, arriba de las espigas donde corre Yogui (el caballo) y de las hortalizas y aromáticas, Juan Camilo, hijo de José, aplica el tratamiento a las parcelas de papa: un concentrado de ajo y ají. “Cada parcela tiene tres tipos de papa nativa”, cuenta José: la paola, una especie de papa criolla mejorada para resistir la gota; la estrella de los Andes, que al partirla por la mitad muestra su corazón púrpura; y la perla negra que tiene la piel tan negra como la tierra que la engendra.

No solo es el concentrado de ajo y ají lo que combate al gusano: cada parcela está custodiada por dos barreras. La primera es común a todas: un plástico enterrado a 30 centímetros bajo tierra, para bloquear el paso. La segunda es un cerco natural, hecho de siembras de ajo, caléndula, cubio, hinojo o haba, “que en nuestro saber, ahuyenta al gusano”. Una única parcela se queda sin tratamiento alguno, para contrastar los resultados de las demás.

A través de este tipo de iniciativas que buscan generar espacios en donde la comunidad no científica y científica tiene la oportunidad de trabajar conjuntamente, se generan diálogos de saberes que promueven procesos de apropiación social del conocimiento bidireccionales, en donde se reconoce que el conocimiento proviene desde muchos sectores sociales y su valoración nos permite generar transformaciones importantes en la sociedad.