RÍO MAGDALENA

El británico que se enamoró perdidamente del Magdalena

El reportero Paul Smith asegura que la naturaleza es la principal razón por la que los turistas extranjeros vienen al país y que son el agua y los ríos los que la sostienen. "Cuando llegué por primera vez, me sentía feliz de estar vivo", dice.

1 de septiembre de 2018
El río Magdalena y sus garzas que acompañan siempre a los pescadores. | Foto: Paul Smith

En 1994 conocí, por primera vez, el río Magdalena. Lo recorrí en una panga rumbo al sur de Bolívar. Recuerdo las orillas repletas de árboles, desde donde las garzas se levantaban, colgándose en el aire antes de alejarse del ruido de los motores del bote.

En contexto: La Colombia que se puede visitar gracias al turismo

El entorno me cautivaba. Estaba en medio de una pequeña aventura, sintiendo esa emoción de conocer un lugar por primera vez: nueva gente, paisajes, olores y sonidos. La panga brincaba y la bruma del río acariciaba mi piel. El sol que hasta ahora salía me calentaba y el aire fresco llenaba mis pulmones. Me sentía feliz de estar vivo.

Volví a la realidad abruptamente cuando un grupo de hombres de la Armada Nacional nos detuvo en pleno río. Nos requisaron en silencio. Documentos y equipaje fueron examinados con rigurosidad. Era normal en ese entonces. El Magdalena Medio fue escenario de una guerra de baja intensidad. El avance paramilitar desplazó a las poblaciones, destruyendo el tejido social y ocupando el territorio donde antes mandaba la guerrilla. Al lado del río solo quedaban pueblos fantasmas, en los que resonaban las noticias de muertes selectivas, desapariciones y el sometimiento diario de la población civil por parte de los grupos armados. Yo le decía, por culpa de un error ortográfico que me caló, ‘Magdalena Miedo’.

Recomendamos: Así es el caguán hoy, un pueblo donde vibra el turismo

Hoy todo es distinto. El Magdalena sigue atrayéndome, pero ahora los pueblos son más vibrantes. Las garzas siguen colgadas en el aire como marionetas; se respira el mismo calor humano y en gran parte, todavía, la misma naturaleza. Municipios asediados por el conflicto armado se pueden conocer sin miedo. Viajar a orillas del río, entre Bocas de Ceniza y el macizo, donde nacen cinco grandes afluentes del país, y todavía permanecen los grafitis de las Farc pintados en las rocas, como si fueran petroglifos de una civilización ya desaparecida.

Fueron el amor, el calor humano y también el resplandor de la naturaleza colombiana los que me sedujeron y me llevaron a vivir aquí desde 1999. Mi oficio como periodista siempre me ha brindado espacios para viajar a lugares complicados y gran parte del país lo conocí cubriendo temas relacionados con el conflicto.

Puede leer: Los 17 pueblos orgullo de los colombianos

La naturaleza es la principal razón por la que los turistas extranjeros vienen y son el agua y los ríos los que la sostienen. Con el posconflicto llegó también la posibilidad de impulsar la industria del turismo, que será el sustento de muchas comunidades. Pero existe un peligro: que el territorio nacional ahora quede expuesto a la minería y a megaproyectos que arrasan con todo, que no son sostenibles ni tampoco traerán beneficio a esas comunidades.

Preservando sus ríos y sus territorios, Colombia tendrá la oportunidad de compartir su riqueza natural con el mundo, beneficiando la economía de las poblaciones que se encargan de protegerla y reforzando los cimientos de la paz.

*Artículo escrito por Paul Smith, periodista y fotógrafo inglés.