Gonzalo Mallarino, escritor. | Foto: Esteban Vega

OPINIÓN

La casa, un espacio que se redescubre durante el confinamiento

Así le sucedió al escritor Gonzalo Mallarino, quien volvió a conectarse con el lugar donde ha vivido 37 años. Su esposa Carmen lo mantiene a salvo del paso del tiempo.

Gonzalo Mallarino*
26 de abril de 2020

He vuelto a mirar la casa. Hemos vivido aquí, Carmen y yo, durante 37 años. No hemos vivido en otra parte. Aquí nacieron los hijos, tengo el recuerdo claro del día en que llegaron, de la mañana en que llegaron y de los mechones rubios que crecían entre las sábanas mientras ellos dormían y soñaban su infancia.

Ahora, estas semanas en que no hemos salido a la calle, he vuelto a mirar la casa. Despacio. Cada cosa. No me di cuenta de cuánto crecieron los bambúes en la terraza, la palma de manila, los jazmines lavanda. Miro hacia el parque y sé que antes de todos estos edificios en derredor, solo hubo casas. El parque está en silencio. Ha pasado el tiempo. Las señales son ya inconfundibles.

Pero la casa no ha envejecido. La presencia de Carmen la ha salvado del tiempo. Tiene la luz del primer día, las voces del primer día cuando jóvenes amantes, entramos por primera vez en sus estancias.

La voz, los ojos de Carmen no han permitido que la sombra caiga sobre el piso de madera, o sobre el lienzo de las ventanas, o sobre los muebles y las almohadas, o sobre el marco de los cuadros y el borde delicado de los cristales. No lo ha permitido.

Durante 37 años la casa sigue siendo, aun en los días en que han caído las lágrimas, un lugar al que llega la luz del sol, renovadora, y donde el atardecer se posa trayéndonos consuelo y descanso.

Sí, cuántos días, cuántos años, estuve afuera. Y no supe que Carmen guardaba la savia de las cosas de la casa. No sabía cómo entraba a medio día la luz plena, los átomos plenos de la luz y del sol, que tocaban la casa, que tocaban las manos de ella. No supe que existían esas horas en el día. Esos fotogramas intocados en el arco del tiempo.

Ahora, estos días, yo he podido también mirar despacio la casa. De una yema que brota en la matera, a las alitas que son mil, del colibrí que llega a beber el aguamiel en la terraza. El tiempo de la casa. La respiración de la casa, que ahora pude sentir.

*Escritor.

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