CRÓNICA

El nuevo rebusque de los vendedores ambulantes

Vivir del día a día y sobrevivir en el aislamiento es una dura prueba de paciencia y creatividad. Esta es la historia de dos vendedores colombianos que lograron reinventarse.

Juan Miguel Álvarez*
26 de abril de 2020
Vivir del día a día y sobrevivir en el aislamiento es una dura prueba de paciencia y creatividad. Esta es la historia de dos vendedores colombianos que lograron reinventarse. | Foto: @pizza_hawaiiana

Antes de la cuarentena, Arled Agudelo se ganaba la vida ven Adiendo paquetes de pasabocas como papas fritas, rosquillas y maní en calles del centro de Pereira. Su rutina empezaba a las ocho de la mañana caminando unas 50 cuadras desde su residencia –una habitación en un inquilinato– hasta los puntos en donde se surtía de los productos. Cargaba dos canastos de mimbre, uno en cada brazo, y se internaba en bares, almacenes y billares.

Su promedio de ventas era de 80 paquetes diarios que le dejaban unos 40.000 pesos de utilidad. Un tercio de ese dinero se le iba pagando la habitación y con el resto compraba comida para él y su mascota, una perra criolla de aspecto tierno y pelaje blanco. Arled tiene 59 años y llevaba 20 trabajando de esta manera hasta que el Gobierno ordenó el encierro de la gente, desde el pasado 25 de marzo, para contrarrestar la expansión de la pandemia causada por el virus covid-19. “Los billares cerraron por decisión voluntaria una semana antes de la medida”, dice Arled. “Así que cuando salió el decreto yo ya estaba mirando en qué iba a trabajar. No me puedo quedar quieto porque si no trabajo no tengo para comer ni puedo pagar mi techo”.

Por esos mismos días, Carlos Fajardo notó una disminución de clientes en su venta de tortas y supo que en menos de nada el negocio se le iba a reducir a cero. En principio, no se preocupó. Contaba con ahorros y junto con su esposa pensaba que como esta situación iba a ser momentánea lo mejor era quedarse quieto, parar el trabajo, descansar. Sobre todo, porque sus rutinas eran de 12 horas diarias. Antes del aislamiento social, Fajardo aprovisionaba unos 35 cafés de la ciudad con tortas de sabores diversos como manzana con arándanos, chocolate con arequipe y, su combinación más apetecida, zanahoria con nueces. De esas ventas también se ha mantenido su mamá, la dueña de las recetas y la pastelera. Pero cuando Fajardo vio que el Gobierno prolongó el aislamiento por dos semanas más –hasta el 27 de abril–, se fijó retomar el negocio. A modo de prueba, envió un mensaje al chat del grupo de vecinos ofreciendo las tortas. De 50, diez le compraron. Y Fajardo, un hombre de 45 años con más de 20 dedicados a las ventas personalizadas, se dio cuenta de que podría haber una oportunidad. Si lograba resolver el detalle de los despachos a domicilio, tenía la posibilidad de ofrecerle las tortas a una lista de clientes que ha cultivado desde que vendía ropa.

Consultó con otros vendedores, preguntó en varias partes y terminó encontrando a un vecino que había articulado una red de jóvenes con moto, precisamente, para suplir esta carencia del mercado en medio de la cuarentena. Acordaron un precio y comenzaron. “Llevo unos diez días vendiendo mis tortas a domicilio y me estoy logrando mantener”, dice Fajardo. Aunque no vende igual a como lo hacía antes del aislamiento –un promedio de 80 tortas semanales–, ha logrado despegar y está despachando mínimo ocho tortas al día. “Le tenía prevención al trabajo de esta manera, pero está funcionando”, admite.

Arled, por su parte, resolvió su manutención cambiando los pasabocas por huevos. Un sobrino tiene una pequeña finca cerca de la ciudad, en la que produce huevos de gallinas que no están hacinadas en galpones sino que corren tranquilas por los corrales. Arled comenzó a llamar a los clientes que lo conocían –de los billares o almacenes– para decirles que no se preocuparan por comprar huevos, que en la cuarentena él se los llevaba hasta la puerta de la casa. “Un poquito más caros, eso sí, porque las gallinas están mejor alimentadas; además mi trabajo de domicilio vale”.

Los clientes más pudientes le copiaron la idea y desde entonces viene distribuyendo de puerta en puerta unos 15 panales por semana. Cada panal es de 30 huevos. Además, los clientes que le guardan mayor confianza le han comenzado a encargar diligencias bancarias y de farmacia. Arled les deja los huevos y toma nota de los mandados: ir a la droguería por tal medicamento, entrar al banco y consignar tanta plata. Por cada mandado le pagan una mínima comisión. “Ahí voy. Me gano lo de la habitación, y mi perra y yo no aguantamos hambre. Esto es el rebusque en el encierro”

*Periodista

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