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HUMOR

‘Compañero-compañero’

Muchos de ellos no conocen la elocuencia del silencio. Gritan, repiten, aman sus opiniones, y apelan con obviedad al doble sentido. Esa es la escuela de algunos narradores y relatores de deportes en el país.

Carlos Vallejo*
6 de junio de 2019

El fútbol no es solo un deporte en el que juegan 11 contra 11 y gana el que más goles anote. También es aquel en el que “los partidos se acaban cuando se acaban” y un sinfín de obviedades que los narradores y comentaristas están prestos a recordarnos. “Colombia se llevó el encuentro porque metió el gol y su oponente no marcó”.

Normalmente actúan en dupla, como solían hacerlo Adolfo Pérez o William Vinasco Ch, quienes, para que no hubiera dudas, se llamaban “compañero–compañero”. A veces uno (o varios) de los miembros del equipo de transmisión es un “exfutbolista–exfutbolista”, pero casos como los de Faryd Mondragón o el excampeón del mundo argentino Mario Kempes demuestran que haber triunfado en el fútbol no necesariamente mejora las habilidades comunicativas (“gracias, Faryd”).

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Lo cierto–lo cierto es que, sin ellos–sin ellos, los partidos–partidos serían casi lo mismo: en la mayoría de los casos lo único que hacen es enunciar lo que estamos viendo, como si la televisión fuera para ciegos. “La escuadra verdiblanca ataca”, dicen mientras vemos que, en efecto, la escuadra verdiblanca ataca. Aunque lo que quieren no es enunciar sino emocionar, y por eso incurren en lo que se ha establecido como regla en los medios de comunicación–comunicación, vender información con títulos exagerados. Por eso todos los goles son golazos, todos los futbolistas son cracks, todos los partidos son clásicos o derbis; y cada dos fechas pasa algo histórico. Y también es por eso que, con pasión impostada, relatan a los gritos hasta un saque de banda. Y si así es con un saque de banda, ¿qué puede pasar con un gol?

Ahí está Javier Fernández, el ‘cantante del gol’, que cuando narra una anotación más que emoción produce angustia, su grito es taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaan prolongado que muchos televidentes ya no disfrutan de los tantos porque creen que sus cuerdas vocales estallarán en plena transmisión, o porque “¡se va ahogar el pobre hombre!”.

El espectáculo es bochornoso cuando no se informan sobre cómo se pronuncian los nombres y apellidos de los jugadores rivales, o cuando buscan el doble sentido con algunos de ellos: “Desborda Elano, ahí va Elano, dispara y… el tiro le salió como su nombre”. En lo que sí se esfuerzan es en tener siempre la razón. Si las cosas no salen como las predicen usan todos los recursos narrativos a su disposición para no reconocerlo y tratar de convencernos de que ocurrió lo que pensaban, normalmente con un “como venía diciendo”; si aciertan, el resto de la trasmisión estarán autoelogiándose y recibiendo la aprobación de sus “compañeros–compañeros”.

Pero lo peor es cuando son de la escuela del retirado Iván Mejía y descalifican a los jugadores con apelativos como “mentira” o “caremuñeco” o “exjugador” como dijo hace algunos años de Falcao, quien después de eso llegó a una semifinal de Champions League, jugó un Mundial y se convirtió en el máximo anotador de la historia de la Selección Colombia. Y eso por no hablar de que, como las barras que entonan sus cánticos con acento argentino, nuestros comentaristas también se argentinizaron y ya le llaman “caño” al “túnel” o “bancan” lo que deberían “apoyar”. Y ahora, con la Copa América compartida, seguramente empezarán a hablar de “quilombos” y “chamuyos”.

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Sin embargo, su falta más recurrente sucede cuando, embargados por la emoción, con sus alaridos a una velocidad de trabalenguas que solo permite decir frases de cajón, y más interesados en parecer sabios que en cumplir con su labor, nuestros comentaristas y narradores terminan cayendo en el mayor contrasentido: no dejar oír lo que están transmitiendo.

*Periodista y guionista