TRANSPORTE

El tren ligero que les permitirá a los viajeros recuperar el tiempo perdido

No es una máquina salida de ‘Volver al futuro’, es el Regiotram, que comenzará a construirse en 2019 y facilitará las vidas de miles de pasajeros cundinamarqueses. Así lo explica el escritor Fernando Quiroz.

Fernando Quiroz*
27 de agosto de 2018
El Regiotram de Occidente unirá a Facatativá con el centro de Bogotá en 48 minutos. Se espera que las obras comiencen este año y culminen en 2022. | Foto: Cortesía Regiotram

No le faltan planes para llenar las dos horas y media que podría ganarse cada día. Alcanza a ver los 90 minutos de un partido de Santa Fe, su equipo del alma, y le sobra tiempo para celebrar. Alcanza a ver una película de estreno y a comentarla con su mujer a la salida, al amparo de una cerveza fría como las noches de la sabana. Alcanza a limpiar el saxofón con la paciencia que requiere este trabajo –¡casi un ritual!–, a oír con atención dos o tres melodías de Lucho Bermúdez, a escoger cuál quiere practicar ese día y a repetir una y otra vez las notas, hasta que el instrumento suene tan bien como quiere hacerlo sonar en la próxima serenata.

A Marco Javier Ramos le sobran ideas para ocupar las dos horas y media que podría ganarse cada día, aunque tiene muy claro que lo que más le gustaría sería dedicarles ese tiempo a Mariana y a Javier Jacobo. Leerles un cuento, ayudarles con las tareas, ponerse los tenis y salir al parque a patear el balón. O jugar a los superhéroes, como le piden a veces sus hijos de 8 y de 3 años.

Dos horas y media para compartir con los niños serían una fantasía. Pero no pide tanto: se conformaría con tener un rato para abrazarlos, para preguntarles cómo les fue ese día, para cantarles una canción. Pero muchas veces solo tiene tiempo para darles un beso antes de ir a la cama. Y hay días en los que no logra verlos con los ojos abiertos ni en la mañana ni en la noche: no se han despertado aún cuando madruga a esas reuniones a las que no puede faltar y ya se han dormido cuando regresa a casa a eso de las 9:30 de la noche, después de una larga travesía desde la Avenida Caracas con calle 54, en donde trabaja como ingeniero químico.

Marco Javier vive en Facatativá. Allí nació. Allí se graduó de bachiller. Este municipio del occidente de la sabana de Bogotá es el epicentro familiar. Allí tuvieron lugar buena parte de esas historias que le contaba su abuela y allí están creciendo sus hijos, sumando recuerdos, heredando tradiciones.

Adora Facatativá, y por su cabeza no pasa la idea de mudarse a otro lugar. Aunque deba pasar cada día al menos cuatro horas subido en buses y flotas soportando pisotones, aguantando empujones, poniendo a prueba su paciencia en medio de trancones que por momentos le hacen pensar que el mundo se detuvo para siempre. Cuatro horas que a veces son cinco (o seis).

Había menos congestiones cuando estudiaba Ingeniería Química en la Universidad de América, en los años noventa, pero en esa época aún no existían las variantes que evitan el paso obligatorio por otros municipios de la región. Unas por otras. En todo caso, ya se hablaba del tren ligero en aquel tiempo. Un tren que iba a utilizar el corredor férreo existente: ese por el que alguna vez rodaron vagones de pasajeros y vagones de carga que iban de Bogotá a Santa Marta, ese que dejaron morir por razones tristes que es mejor no recordar ahora. Un tren que les iba a hacer la vida más fácil a tantas decenas de miles de personas que viven al occidente de la capital de la República pero que estudian o trabajan en la ciudad y deben viajar a diario desde Facatativá, desde Madrid, desde Mosquera, desde Funza. O viven en Bogotá y deben trasladarse hasta estos municipios en donde hay tantas industrias y tantas plantaciones de flores. Ir y volver. Repetir en las tardes la pesadilla de las mañanas.

Hablaban del tren desde ese entonces. Y muchos, como Marco Javier Ramos, se ilusionaron. Hicieron planes para las horas que se ganarían, que no eran pocas: entre dos y tres cada día. Antes de casarse con Neyla y de tener esos dos hijos por los que quisiera llegar a casa más temprano, pensaba en el tiempo de más que podría dedicarle a la música, que es su gran pasión. Al clarinete y al saxofón. A ensayar con esa orquesta de paisanos con los que a veces dan serenatas y ofrecen presentaciones. Hasta que él y muchos de los habitantes de Facatativá y de los pueblos vecinos se cansaron de esperar en vano, de hacer planes para esas horas libres que nunca llegaban.

Recientemente, sin embargo, Marco Javier y muchos de sus vecinos se han vuelto a ilusionar, el tren ligero que les han prometido durante más de dos décadas parece, ahora sí, una realidad, pues en noviembre del año pasado se concretó la financiación del proyecto, el trazado está establecido, los estudios técnicos fueron aprobados previamente y se espera que las obras comiencen en 2019 y culminen en 2022.

El Regiotram de Occidente unirá a Facatativá y el centro de Bogotá, con estaciones cada cinco kilómetros en la sabana, y cada kilómetro luego de entrar a la capital. Contará inicialmente con 21 trenes eléctricos que se moverán a una velocidad de 70 kilómetros por hora fuera de Bogotá y a 28 kilómetros por hora en la capital, de manera que podrá hacer el recorrido completo en 48 minutos. Además de comunicar por vía férrea al Distrito con Funza, Madrid, Mosquera y Faca, este tren contará con estaciones en el aeropuerto Eldorado 1 y en la nueva terminal aérea que será construida en Madrid, Cundinamarca (Eldorado 2).

En la estación terminal en Bogotá, a la altura de la Avenida Caracas, está contemplada la interconexión del tren ligero con TransMilenio y la red de buses azules del SITP. Aunque inicialmente se había calculado que el tren movería unas 125.000 personas cada día, actualmente se está revisando la demanda potencial del proyecto, si se tienen en cuenta los nuevos desarrollos industriales y residenciales de municipios como el de Mosquera y entendiendo que muchos bogotanos podrán utilizarlo para llegar al aeropuerto o para moverse más rápidamente entre las 12 estaciones (del total de 18) que están contempladas dentro de la capital. Quizá pueda hablarse, entonces, de unos 230.000 pasajeros por día.

Marco Javier se ha vuelto a ilusionar porque siente que esta vez el sueño de moverse en tren se hará realidad. Y recuerda con ilusión los viejos vagones en los que viajaba de niño hasta Útica desde su natal Facatativá, cuando sus padres, que eran maestros, fueron trasladados a ese municipio (de Útica hablamos en la página 22). Recuerda con emoción el pito del tren, el humo de una locomotora que entonces era movida a carbón, el chillido de los rieles, pero recuerda, sobre todo, de qué manera se iba revelando el paisaje ante sus ojos, como una sucesión de postales, y sueña con que sus hijos puedan vivir esa misma experiencia que a él le alegró tantas horas de su infancia… esos hijos, Mariana y Javier Jacobo, a los que ahora espera poderles dedicar más tiempo.

*Periodista.