PERFIL

Andrea Fuentes, una líder transgénero que fue víctima de las autodefensas

Esta es la historia, en cinco capítulos, de una mujer perseguida y maltratada, que sufrió la soledad en Europa, que tuvo que abandonar a quienes amó, pero que ahora es una defensora de los derechos humanos.

Vanessa Cortés
11 de diciembre de 2018
En su peluquería y casa de Girardot, Andrea exhibe sus diplomas en derechos humanos y trabajo social. | Foto: ESTEBAN TORO MARTÍNEZ

“Me llamo Andrea y soy una leyenda viviente. ¿No me cree? Ahora trabajo como coordinadora de la mesa municipal de Girardot y también hago parte de la departamental. En ellas libramos una lucha constante para que no se vulneren los derechos humanos. Trabajamos con víctimas del conflicto armado, con la comunidad LGBTI y hacemos una sana oposición a las administraciones municipales para que cumplan lo que nos prometen. Esa es nuestra tarea como lideresas, representantes, defensoras”.

Así comienza el prólogo de este ‘libro’. De esta vida. Antes de hablar mucho de sí misma, Andrea Alexandra Fuentes Meza (1957), prefiere denunciar. Mueve las manos en el aire, luego las pone con fuerza sobre la silla. “En Girardot hay más de 450 familias víctimas del conflicto armado, aquí no tenemos empresas, aquí la gente sobrevive, unos gracias a la caridad y otros vendiendo rifas; esa es la situación del municipio”, explica la Bella; así le dicen y así se llama su peluquería ubicada en el occidente de la ciudad turística.

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Entre peines, esmaltes y una pila de papeles por radicar, transcurren hoy los días de esta mujer que dice no apegarse a nada, ni a nadie. Tuvo que madurar muy joven, a la fuerza. Su vida está recopilada en su memoria como un libro gordo, de pasta dura dispuesto sobre la mesa para ser leído. De hojas manchadas y de otras muy pulcras. Son 61 años estampados, fraccionados en capítulos, que ella recita muy bien. Esta es su historia.

Capítulo 1: “Yo vengo de una comunidad muy unida, fraternal, con liderazgo, soy indígena wayúu. Servir al semejante fue la enseñanza de mis padres”. Andrea Alexandra, la Bella o Wilber Rafael como la llamaron de nacimiento, creció en la ranchería Puturama I de Albania, La Guajira. Ahí echó profundas raíces, pero no fueron tan fuertes como para retenerla allí.

A los 16 años Wilber se marcha, toma las riendas de su vida y se las entrega a Andrea (o eso creyó). Ahí empieza su transición. Así cierra ese capítulo de una época que la definió, pues el sentido de liderazgo nace de su cultura. En medio de su niñez, jugando en la ranchería con sus cinco hermanos y los chivos, supo de la existencia del Ejército, de aquellos hombres camuflados que deambulaban por ahí con aparente libertad, esa que él (ella) buscaba.

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Capítulo 2: “A discreción… atención... ¡firmes!”, era la instrucción de cada mañana. El mismo año en que Wilber salió de su comunidad, ingresó a las filas del Ejército. “Fue una locura de juventud, un escape. Lo hice porque veía a las Fuerzas Militares muy bonitas”. Fueron ocho años de combate, y no solo con la guerrilla, Wilber y Andrea también vivían en disputa. ¿Quién está al mando?, se preguntaba. A las cinco de la tarde salía el suboficial Fuentes, pero a las ocho de la noche Andrea le quitaba el uniforme e irónicamente se camuflaba entre tacones, faldas y pelucas que lucía gustosa en los bares cercanos al batallón, ahí, junto con sus compañeros.

“Entonces decido dejar el Ejército y me dedico a mi vida personal como mujer transgénero, a vivir como yo quería, y paso la página”. En Barrancabermeja comenzó un nuevo episodio, de una trama que no se puede definir, que da giros inesperados, como una novela de ficción. Era 1985 y sin muchas alternativas, se convierte en prostituta. Sufre su primer desplazamiento, los paramilitares le advirtieron que no querían ver más personas como ella en el municipio. “A unas las mataron y otras salimos en bomba”.

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“El hombre es libre en el momento en que desea serlo”.

Voltaire

Capítulo 3: ¿Qué es libertad? Se preguntaba. Aunque sentía la necesidad de expresarse y creía ser libre, ignoraba que solo se dedicaba a aquello que “las personas como ella” debían hacer. Sin respuestas y con rabia, decide obedecer, abandona Barranca y se asienta en Guamo (Tolima). “Allí comencé a madurar, a sentar la cabeza”. En esta ciudad se le ocurre montar una peluquería. Se enamora de un hombre alto, pero nuevamente la obligan a marcharse.

“Yo empecé una labor de liderazgo, ya me conocían, pero me convertí en una piedra en el zapato”. Era 1999 y el Bloque Tolima de las Autodefensas Unidas de Colombia se apoderaba de la soberanía de Guamo. Una noche, ese grupo paramilitar le envió un panfleto en el que le daban 48 horas para irse, si no, la mataban. “Hice caso omiso, en mi tierra somos testarudos y no nos dejamos. Yo no había hecho nada, ¿por qué me tenía que ir?”.

Tres meses después, cuatro paramilitares allanaron su negocio, la torturaron, la dejaron en el suelo inconsciente, con la nariz rota y el cuello marcado. Horas más tarde, despertó en un hospital y no contó nada. Prefirió inventar que se cayó mientras tomaba agua. Entonces se fue, se fue para siempre. Miró por última vez el paisaje con el sol de la mañana y se marchó con determinación, a pesar del profundo dolor que le causaba en sus entrañas tener que dejar a su pareja, así, sin decirle adiós.

Capítulo 4: “Ya he curado esa etapa, me he desahogado y a veces me quiebro. Me quiebro. No es fácil. El dolor no nos lo quita nadie, a nosotros no nos repara nada sino la muerte”. Con un coctel de sentimiento a punto de estallar en su cabeza (miedo, ira, fastidio) Andrea se mudó a Bogotá. En el barrio Diana Turbay, donde encontró trabajo como peluquera, las autodefensas la volvieron a encontrar. “¿Pero qué le he hecho a usted?”, le preguntó al agresor. Él solo se levantó la camisa y le enseñó la pistola que cargaba en la pretina de su pantalón. No faltaron palabras para entender. Entonces ella tomó su bolso, salió del lugar y caminó sin rumbo fijo. “Yo solo resistía”.

En diciembre de 1999 Andrea Alexandra decidió marcharse a Europa. Durante ocho años se prostituyó en Roma. “Sufrí mucho, ese viaje me marcó”. No cuenta mucho más. Volvió a Colombia por la fe de una promesa que le hizo a Dios y hoy desde el sillón rojo de su peluquería-casa en Girardot, cuenta que vive feliz porque tiene la conciencia en paz, consigo misma y con el “Padre”.

Sus amigos y conocidos le piden que regrese: a la ranchería, a Europa, al Guamo. “Tú perteneces aquí, te extrañamos”, le dicen los vecinos de los lugares donde ha estado. Sin importar lo vivido, la Bella no camina con odio, todo lo contrario, se hace querer de todos aquellos que la conocen. Es compasiva y frentera ante las injusticias. “La vida de las personas se debe respetar”, Andrea lanza esa frase como una dedicatoria para el final. Se sacude las manos y la falda. “Esta es la historia, pasé ocho inviernos para poder contarla desde aquí, desde mi casa”.

Capítulo 5: Desde 2005 reside en ese municipio y es una de las líderes sociales más fuertes de Cundinamarca. En 2017 fue elegida coordinadora de la mesa municipal e ingresó a la departamental. Es representante legal de la comunidad LGBTI de Girardot, hace parte del Consejo Consultivo de la Mujer, es consejera de paz del departamento, y los demás capítulos de su historia apenas ha empezado a escribirlos.

*Periodista de Especiales Regionales SEMANA