SOSTENIBILIDAD

La exministra Cecilia López analiza el futuro de la ganadería en Colombia

La actividad ganadera enfrenta grandes retos para avanzar hacia una impostergable y profunda transformación.

Cecilia López Montaño*
26 de abril de 2020
La producción ganadera representa aproximadamente el 1,4 por ciento del PIB y el 19 por ciento del PIB agrícola. | Foto: Cortesía

De acuerdo con la historiadora Adelaida Sourdis, desde el siglo XVI cuando llegaron las primeras reses a Colombia, la ganadería ha sido una de las actividades más importantes de la economía nacional. Actualmente predomina en el Caribe colombiano –donde Córdoba tiene el 10 por ciento del hato nacional y una tercera parte del hato regional– y en el Área Andina, aunque también se realice en muchas zonas del país, como lo sostiene el investigador Joaquín Viloria.

La producción ganadera genera 19 por ciento del empleo agropecuario rural, cerca de 6 por ciento del empleo total nacional, y representa aproximadamente 1,4 por ciento del PIB y 19 por ciento del PIB agrícola. El hato ganadero en 2016 se estimaba en 22,8 millones de cabezas, con el predominio de la pequeña ganadería, según un estudio publicado por Andrés Zuluaga y Andrés Etter. El 45 por ciento de las fincas tienen menos de diez animales, y 81 por ciento del 25 por ciento del hato nacional tiene menos de 50 animales por finca. Sin embargo, la percepción de que es un sector con altos niveles de concentración es válida, porque 19 por ciento de los ganaderos maneja el 75 por ciento de la producción derivada de la ganadería.

Este sector se ha enfrentado a inmensos retos, algunos comunes a la vida rural y otros derivados de sus características productivas. Los más significativos: enfrentarse al cambio en la demanda de productos cárnicos; asumir la permanente crítica sobre el impacto negativo de acaparar tierras con vocación agrícola; y el más reciente, la dimensión de su huella ecológica y su impacto negativo sobre los bosques tropicales, humedales y páramos.

Se suma la compleja situación durante el conflicto armado con un doble rol: protagonista por su vínculo con el paramilitarismo, y víctima de la guerrilla por los secuestros y ataques a muchos propietarios y predios. Como lo anota el Centro de Memoria Histórica: “El mayor impacto de laviolencia armada fue el desplazamiento, abandono y despojo de tierras a pequeños agricultores, que concentró la tenencia de la tierra, redujo la producción de alimentos y cambió el uso de la tierra hacia la ganadería y las plantaciones de palma y forestales”. Y agrega que para repeler la extorsión de la guerrilla estuvieron dispuestos a financiar grupos paramilitares. Este debate continúa entre los ganaderos que se declaran víctimas y
las evidencias sobre sus relaciones con el desplazamiento forzado y el paramilitarismo, como lo cuenta Mauricio Romero en su investigación publicada en Razón Pública.

Necesaria modernización

A la ganadería colombiana le está pasando cuenta de cobro su incapacidad de modernizar los sistemas productivos e introducir cambios tecnológicos que otros países y sectores sí realizaron. Esto es válido para el sector de carnes y para la producción láctea. Luis Armando Galvis, en el texto ‘La Demanda de Carnes en Colombia: un Análisis Econométrico’, dice que desde la década de los setenta, la demanda de carnes rojas ha perdido participación en el mercado y debido a la gran dinámica y modernización de la avicultura, no logra competir con este sector y con el de la carne de cerdo que ha mostrado una gran habilidad para conquistar el mercado.

La situación del sector lechero se considera crítica, enfrentado a la competencia internacional por los Tratados de Libre Comercio. La explicación es similar: gran parte de su producción es informal sin llegar a cumplir con los nuevos requisitos de la demanda tanto interna como internacional, como lo expone el investigador de la Universidad de los Andes, Andrés Pinto. De acuerdo con el analista, Colombia ha desaprovechado su potencial y por ello su futuro es incierto.

Ganadería en el campo

“El sector ganadero es el mayor consumidor mundial de tierras agrícolas a través del pastoreo y del uso”, según la FAO. Las cifras del Censo Agropecuario de 2014 justifican este debate. El estudio ‘Radiografía de la desigualdad’ de la Oxfam, que analiza dicho censo, dice que de los 111,5
millones de hectáreas censadas, 38,6 por ciento, es decir 43 millones, tienen uso agropecuario. De estas, 34,4 millones están dedicadas a la ganadería, frente a 8,5 millones dedicadas a la producción agrícola. Lo grave: solo 15 millones de esas 43 millones de hectáreas se reconocen con
actitud para la actividad ganadera, pero se utilizan más del doble. Por el contrario, 22 millones deberían estar dedicadas a la agricultura y se utilizan menos del 40 por ciento. Oxfam afirma que: “Un millón de hogares campesinos tiene en promedio menos tierra, 1,6 hectáreas, que la que dispone en promedio una vaca en Colombia”.

Al comparar los dos últimos censos, 1970 y 2014, se ratifica esta expansión. En la mayoría de los departamentos la actividad más importante es la ganadera. Predomina en el campo una actividad con pocos avances tecnológicos en sus sistemas productivos y sin la mejor utilización de la frontera agrícola. Esto se asocia con el lento avance social del campo. Hay excepciones, pero estos datos corroboran la urgente necesidad de una verdadera transformación productiva de la ganadería colombiana.

La huella ecológica

No solo sus emisiones de metano, su exceso de consumo de agua, 15.000 litros por kilo de carne, la utilización de nitrógeno como fertilizante y la expansión de los pastizales de forraje en detrimento de los bosques son parte de ese negativo impacto que genera la ganadería. Más que insistir en esta realidad, lo importante es tomar el cambio climático como la oportunidad para mejorar su productividad y reparar su imagen. “La ganadería está sometida a un examen de conciencia completo”, como bien apunta la investigadora Belén Delgado.

Es impostergable avanzar de inmediato en la rápida y profunda transformación de la ganadería en Colombia, que genere, además, cambios en la forma de manejarla por las serias implicaciones económicas, sociales y ambientales que tiene en la ruralidad del país.

*Economista.

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