SOSTENIBILIDAD
Las razas criollas, el gran tesoro de la ganadería colombiana
Representan menos del 1 por ciento de las cabezas de ganado del país. Pero aportan variedad genética y son claves tanto para la soberanía alimentaria, como para enfrentar al cambio climático.
Los bovinos no son nativos del continente americano. Fueron traídos por los españoles en el segundo viaje de Colón, entre 1493 y 1496, con el objetivo de tener disponibilidad de cuero. Pero las vacas europeas eran muy diferentes a las que hoy conocemos: tenían pelajes espesos y no estaban adaptadas a las condiciones climáticas del Nuevo Continente. Por eso, como muchos españoles, murieron rápidamente.
Sin embargo, como explica Germán Martínez Correal, doctor en crianza animal y presidente de Asocriollanos: “Los hijos de los animales españoles sobrevivientes, gracias a la selección natural, empezaron a constituir razas con rasgos adaptativos para nuestro medio. Sobrevivieron y se reprodujeron en medio de las inclemencias climáticas, empezaron a alimentarse con forrajes nativos y a soportar plagas y enfermedades”.
Estos ejemplares fueron llamados razas criollas. Además, durante el siglo XX fueron desarrolladas dos nuevas razas en el país: Lucerna, creada en 1937 por el ingeniero agrónomo vallecaucano Carlos Durán Castro, y Velásquez, desarrollada durante la segunda mitad del siglo, en La Dorada, Caldas, por el médico veterinario José Velásquez.
"Mi papá decía que en Colombia debía existir una vaca que fuera capaz de producir leche en el solar de una casa. Pasaba gran parte de su tiempo en la finca, que era como su laboratorio. En esa época no había computadores, entonces hacía los cálculos de eficiencia de sus vacas a punta de calculadora”, recuerda José Antonio Velásquez, hijo del creador de esta última raza y director ejecutivo de la Asociación Nacional de Criadores de Razas Criollas y Colombianas (Asocriollo). Las razas criollas imperaron en las tierras cálidas del país hasta principios del siglo XX. Pero con la llegada del ganado cebú empezaron a desaparecer. Como explica Shawn Van Ausdal, doctor en geografía y profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, “para los ganaderos, el cebú era más productivo, y con el paso del tiempo se convirtió en un símbolo de la finca ganadera y de la modernidad. Entonces los propietarios decían ‘¿Por qué vamos a preocuparnos de tener ganado criollo, cuando podemos tener este ganado tan grande?’”.
Para Van Ausdal, la ‘cebuización’ del ganado aportó mayor productividad al sector pecuario del país. Pero otros expertos opinan que su popularidad redujo significativamente la presencia de las razas criollas y colombianas, que según Martínez hoy representan menos del 0,05 por ciento de las más de 27 millones de cabezas de ganado en Colombia.
Para varios investigadores esto constituye un problema. Por una parte, explica Martínez, si se extinguieran se perdería la variedad genética que poeseen y que puede usarse para mejorar otras razas de orígenes distantes. Por la otra, debido a su resistencia a difíciles condiciones climáticas, son fundamentales para asegurar la soberanía alimentaria del país y enfrentar al cambio climático. Además, como requieren menos insumos y medicamentos para producir, son más amigables con el ambiente.
Finalmente, concluye Alan Bojanic, representante de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), si estas razas se conservan, “se pueden convertir en alternativas de producción a bajo costo, donde las familias no tienen que invertir tanto en el sistema para obtener alimento e ingresos”.
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