PERFIL
“Quisiera ser Dios, sacar la mano y detener esa aeronave para que no le pase nada”
La controladora aérea Yaneth Molina, la última persona que tuvo contacto con el avión donde viajaba el equipo Chapecoense, reflexiona sobre su oficio y su vida después de aquel accidente.
La primera vez que Yaneth vio un avión de cerca fue un día domingo. A mediados de los años setenta, Pedro Molina y Teofilde Valle solían llevar a sus hijos a pasar la tarde cerca de la pista del aeropuerto. Desde su casa se acercaban a las mallas de El Dorado para sentir el estruendo de los aviones.
‘La pequeña Lulú’, como le decían los hermanos a Yaneth, jamás imaginó que se convertiría en la controladora de tránsito aéreo más mencionada en la historia reciente de la aeronáutica en Colombia. El 28 de noviembre de 2016, en la torre de control del Aeropuerto José María Córdova, fue la última persona que tuvo contacto con el vuelo 2933 de LaMia, donde viajaban los jugadores y el cuerpo técnico del Chapecoense, el equipo de fútbol brasileño que debía disputar la final de la Copa Sudamericana frente al Atlético Nacional. La nave se estrelló contra el cerro Gordo –hoy llamado Chapecó–. El accidente dejó 71 muertos y seis sobrevivientes.
En Colombia trabajan 670 controladores, de los cuales 190 son mujeres. La experiencia de Yaneth Molina Valle, la controladora de aquel vuelo, demuestra que su labor requiere un conocimiento profundo de la condición humana. Amor de familia. Control emocional.
Cada vez que cruza el umbral de la torre de control, sabe que bajo su responsabilidad (compartida) estarán las vidas a bordo de 15 o 20 aviones, cada uno con un promedio de 200 pasajeros. Más de 3.000 almas en un solo turno.
ANA CRISTINA RESTREPO: El acceso a la torre de control es muy restringido, entremos a la suya…
YANETH MOLINA VALLE: La cabina es totalmente transparente para poder ver las aeronaves que están en un circuito. Allí encuentras unos equipos de radio, radar, computadores, binóculos, micrófonos. La torre de control requiere tener a la vista todo lo que esté pasando alrededor: en la pista, en la plataforma, en el aire. Hay otra parte que es la sala radar, un sitio más cerrado, sin la visual, lleno de equipos. Encontramos también las pantallas radar. Los controladores somos los ojos de los pilotos en tierra. Todos tenemos un papel claro, hay controlador de aeródromo, de torre, de superficie, planificador, supervisor. Trabajamos seis horas diarias, pero a veces, por cuestiones de personal, nos extendemos hasta las doce; sin embargo, siempre tenemos nuestros tiempos de receso.
A.C.R.:¿Los pilotos siempre le obedecen?
Y.M.V.: Hay una normatividad. Además, es un trabajo en equipo, ellos confían mucho en nosotros. De todas maneras, un piloto está a cargo de una sola aeronave, nosotros tenemos bajo control 10 o 20. Sabemos las posiciones de todas, el piloto tiene que seguir nuestras instrucciones, lo cual no quiere decir que en determinado momento no pueda preguntar. Es posible que a alguna tripulación se le pase información y haga lo que no es. Entonces entramos a pedirle que confirme sus intenciones. Con la experiencia uno empieza a conocer las reacciones de los pilotos.
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Es sencillo hablar de protocolos hasta el instante en que enmudece el contacto con un vuelo cercano. Cuando Yaneth le preguntó por última vez la altitud al capitán Miguel Quiroga, el piloto del vuelo 2933 de LaMia, le respondió “9.000 pies”. En una barrida del radar logró determinar que en la zona desde la que se comunicaba el piloto la altitud mínima era de 10.000: “Le hice el llamado, no me contestó. Le dije a mi compañero: ‘¡Esta aeronave se cayó!‘”.
Mientras conversa, Yaneth acaricia una imagen que lleva en el pecho: “Soy católica, creo en la Virgen de Chiquinquirá”.
A.C.R.: ¿Cuál fue el papel de la fe ante la tragedia?
Y.M.V.: Antes de que pasara lancé una expresión: ‘Yo quisiera ser Dios, sacar la mano y detener esa aeronave para que no le pase nada’. Con el transcurso de los días me di cuenta de que si yo no hubiera tomado las decisiones que tomé la tragedia habría sido peor.
A.C.R.: Usted es madre de dos hijos, uno es piloto, ¿qué consejo le daría?
Y.M.V.: Que siempre debe tener mucha ética y ser muy profesional. Que siempre, siempre, siga la norma.
La controladora del Chapecoense vive con su familia en Medellín. Cuando no está en la torre de control dedica su tiempo libre al gimnasio, a “perfeccionar el inglés” (ya tiene el nivel exigido por la Organización de Aviación Civil Internacional), a viajar y dictar conferencias de motivación. En la Fiscalía permanece abierta en su contra una investigación penal por homicidio culposo de 71 personas en accidente aéreo. Todavía espera la respuesta a las denuncias que ella interpuso por las amenazas que contra su vida fueron publicadas en redes sociales.
*M.A. en Estudios Humanísticos. Panelista Blu Radio. Columnista de ‘El Espectador’ y ‘El Colombiano’.
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