CULTURA

Los secretos de la Casablanca de la pintora Débora Arango

En esta residencia vivió Débora Arango. Su hombre de confianza, quien trabajó para ella desde los 15 años, nos contó las historias poco conocidas de la artista en su refugio envigadeño. Pronto será una casa museo.

21 de diciembre de 2018
Todas las habitaciones de Casablanca son monocromáticas. La de Débora Arango es verde y en ella a la pintora le gustaba dormir hasta 'tardecido'. | Foto: Mateo Rueda M

"Mi ángel en tierra”, así describe Óscar de Jesús Hernández a Débora Arango mientras se le escapan unas lágrimas. Tiene 58 años y trabajó para la artista desde los 15. Al principio lo hacía una vez al mes, lavaba los baños y limpiaba Casablanca, el hogar de la pintora. Luego iba tres días a la semana para organizar los cuartos y cuidar de esos jardines llenos de agapantos azules que tanto le gustaban a la dueña.

Óscar le leía a la “señorita Débora” –así le decía–, las notas de los periódicos en las que la mencionaban. Ella lo escuchaba y le decía: “Mijo, es que no se dice así, vuelva y lea, vuelva y repita”. Por eso este jardinero la recuerda con tanto cariño, como una mujer comprensiva que lo corregía con paciencia. La cuidaba, la tinturaba y hasta le ponía las inyecciones. Hoy nos cuenta los secretos de esta casa construida en adobe y tapia.

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El lugar favorito de la artista era la sala de recibo, un espacio acogedor donde desayunaba, almorzaba –a veces mondongo, a veces fríjoles– y comía lo que Carmelita, la señora del servicio, preparaba. Cuenta el jardinero que en todos los años que trabajó para la artista nunca la vio utilizar el comedor; ni cuando estaba joven, ni cuando la edad la había debilitado. En la sala también veía televisión, sobre todo las novelas de la tarde que tanto la entretenían y que disfrutaba con Óscar en pleno horario laboral, a eso de las cuatro.

Débora también frecuentaba el patio central, donde se sentaba en una esquina después de almorzar a rezar un Padre Nuestro, un Jesús Amigo de Betania y una oración de ‘la Palabra Diaria’. Ella le decía a Óscar que tenía que orar bastante para que Dios le ayudara con su casa, incluso cuando ya tenía pensado regalarle 5 millones de pesos para que pudiera comprar los terrenos.

En la habitación de las hermanas de la artista dormían Lucila y Elvira. En ese cuarto casi todo solía ser azul a excepción de los muebles y del edredón. Cuando Lucila murió, Débora se trasladó a este espacio para hacerle compañía a Elvira y, por eso, en un mueble de vidrio esquinero, se encuentran objetos personales de la artista: un sombrero negro, unos guantes blancos, un collar, una radio, una caja con pasaportes franceses y estadounidenses, y un manto con el que iba a misa para rezarle a María Auxiliadora en la iglesia Santa Gertrudis (de la que hablamos en la página 68).

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Todas las habitaciones de la casa son monocromáticas: la de Lucila y Elvira es azul, la del padre de Débora, roja; y la de la artista verde con varios objetos decorativos traídos de Argentina. La pintora no pasaba mucho tiempo en su cuarto. Solo dormía ahí y en una de las puertas ponía las facturas que tenía que pagar. Eso sí, Óscar cuenta que le gustaba levantarse “tardecito” y que por eso le decía que llegara a trabajar a las diez de la mañana.

Cuando saltó a la fama, Débora atendía reuniones con altas personalidades en la sala principal de su residencia. “Ella no pasaba por aquí antes de volverse tan famosa. Empezó a hacerlo cuando toda esa energía que hay en sus cuadros se dio a conocer”. Para las condecoraciones, la artista siempre se sentaba en la silla que está frente a la puerta y se tomaba una o dos copas de vino blanco y contrataba meseros para que repartieran los pasabocas, que podían ser empanadas o pastelitos.

La entrada principal de la residencia da contra la calle 43, por la que hoy pasan los buses que van y vienen de Medellín. En sus últimos años de vida, la pintora disfrutó de sentarse allí afuera y saludar a los niños y a la gente que pasaba por ahí.

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Este espacio, donde se encuentran tres acuarelas y dos óleos originales de la artista, pronto se transformará en una casa museo gracias al Área Metropolitana, al municipio de Envigado y a la Gobernación de Antioquia. La meta, como asegura Esteban Salazar, director del Departamento Administrativo de Planeación, es que “Casablanca sea un referente cultural no solo en el departamento, sino también en el país, y ojalá en el mundo. ¿Por qué? Porque es la artista plástica más importante que ha tenido Colombia en toda su historia”.