INDUSTRIA CON MEMORIA
Víctor Carranza, el mito que ni las balas ni la justicia pudieron acabar
Esta es la historia de un campesino que solo cursó hasta quinto de primaria y terminó convertido en un hombre rico y poderoso.
Víctor Carranza, quien por más de cinco décadas estuvo detrás del negocio de las esmeraldas y obtuvo el título de ‘zar’, murió el 4 de abril de 2013 en Bogotá. No había nadie que conociera tanto de las piedras verdes como él, ni otro que hubiese arriesgado tanto por consolidar esa actividad que por años le generó una fortuna incalculable y también grandes enemigos que intentaron eliminarlo sin éxito. Fue más fuerte el cáncer que las balas.
Nació en Guateque, Boyacá, el 8 de octubre de 1935. Su vida infantil no fue distinta a la de cualquiera de sus vecinos en la vereda Gaunza Arriba, donde vivió junto con sus tres hermanos, Luis, Julio y Vidal, y su hermana Ana Delia. No se destacó en su paso por la escuela, solo hasta quinto de primaria, pero se esforzó en ayudar a su madre en las faenas agrícolas y, sobre todo, en acompañarla al mercado a vender los productos que generosamente les daba la tierra.
Hay quienes lo recuerdan, de niño, recorriendo las calles con un cartel en su pecho para promocionar las películas que se proyectaban en el teatro del pueblo; otros dicen que desde muy pequeño hurgaba la tierra en busca de las piedras verdes de las que tanto hablaban a su alrededor. Su intensidad era tanta que a los 11 años comenzó a laborar en una mina en Chivor. Desde aquel momento quedó ligado a los socavones.
Su precoz búsqueda tuvo sus frutos dos años después, cuando encontró en minas de Gachalá tres grandes rocas que contenían esmeraldas. Así se hizo a su primer capital, que fue aumentando con una gran habilidad para los negocios. Lo que vino después fue un golpe de suerte tras otro. A comienzos de la década del sesenta se encontró su primera mina, Peñas Blancas, una de las vetas que arrojaba a cada golpe de martillo esmeraldas de la más alta calidad. “He sido de buenas, las esmeraldas me buscan”, dijo alguna vez.
Construyó su imagen de ‘patrón’ recorriendo, armado, los socavones. Hay quienes dicen que no era un hombre violento, pero la realidad demostró que defendía lo suyo a toda costa y supo capotear las dificultades que rodeaban la actividad esmeraldífera. Su riqueza era un imán para políticos, sacerdotes, funcionarios de Estado y sectores de la fuerza pública, a los que les compraba lealtad y protección. Y le funcionó. Sobrevivió a tres duros momentos de la llamada ‘guerra verde’ –1965, 1973 y 1986–, y a los embates del cartel de Medellín.
Su blindaje, fortalecido por el dinero que irrigaba a su paso, también lo protegió de las acciones de la justicia en su contra. Salió incólume de los señalamientos de secuestro y asesinato, y de financiar grupos paramilitares. Si bien estuvo detenido entre 1991 y 2001, un juez cerró el proceso en 2003, por vencimiento de términos. Sus abogados recurrieron a todo tipo de estrategias jurídicas para dilatar el proceso. Y lo lograron.
Así como sus lealtades le funcionaban a la perfección, los socavones también seguían siendo generosos. En la mina Puerto Arturo, en Muzo, aparecieron dos grandes esmeraldas, una de 11.000 quilates, bautizada Fura, y otra de 2.000 quilates, llamada Tena. Sus nombres fueron tomados de dos príncipes muiscas. Su leyenda se extendió por todo el mundo.
Y también sus tierras. Se calcula que, a su muerte, tenía por lo menos 1 millón de hectáreas en los Llanos Orientales, donde pasaba largos periodos en medio de la espesa sabana. Su poder de esmeraldero y terrateniente le granjeó en aquella región dos poderosos enemigos: la guerrilla de las Farc y los narcotraficantes Pedro Oliverio Guerrero, alias Cuchillo, y Daniel Barrera, alias el Loco Barrera.
Hipótesis de las autoridades en su momento le atribuyen a Cuchillo y al Loco Barrera dos cruentos atentados en contra de Carranza perpetrados en las vías del Meta. El primero de ellos el 4 de julio de 2009, y el segundo, el 29 de marzo de 2010. A ambos sobrevivió, protegido por su séquito de guardaespaldas. Sus enemigos acabaron muertos o presos.
La justicia tampoco lo alcanzó cuando exparamilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) lo señalaron de ser uno de ellos ante los tribunales de Justicia y Paz. Iván Roberto Duque, conocido con el alias de Ernesto Báez, dijo irónicamente: “A mí me sorprende que, en el caso de don Víctor Carranza, se hable solamente del zar de las esmeraldas, yo pienso que se tendría que hablar del zar del paramilitarismo”.
Pero ni sus enemigos, ni la justicia, lo pudieron someter. El único que pudo lograrlo fue un cáncer de próstata que lo obligó a postrarse en una cama de la Clínica Santa Fe, de Bogotá, donde murió a sus 77 años.
Director de VerdadAbierta.com.