La propuesta de enseñanza de la Universidad de McGill se está implementando en varias universidades colombianas. | Foto: Istock

Educación

McGill: cambios sutiles pero radicales

Con el apoyo de la prestigiosa Universidad de McGill, varias instituciones de educación superior colombianas están adoptando novedosas estrategias educativas.

Camilo Sánchez*.
2 de julio de 2017

Cambios en la distribución del aula clásica de universidad, el uso de controles remoto para responder en tiempo real las preguntas del profesor, hasta modificaciones en la dinámica de las tareas para solucionarlas en clase y no en la casa. Estas son algunas de las propuestas de la unidad de enseñanza y aprendizaje (TLS por su sigla en inglés) de la Universidad de McGill, en Montreal, para darle una vuelta de tuerca sutil pero radical a los paradigmas que han regido durante largo tiempo los métodos de enseñanza.

En Colombia ya hay algunas instituciones implementando aspectos del modelo. La Universidad del Norte tiene el Cedu (Centro para la Excelencia Docente), que todo el tiempo está fomentando el debate en torno a la enseñanza y apoyando a sus docentes en estrategias innovadoras. Así mismo, la Universidad del Minuto de Dios, la más grande del país en número de estudiantes, cuenta con el Centro de Excelencia Docente AEIOU, donde se han implementado experiencias de formación y buenas prácticas docentes traídas de Canadá. También está la alianza con el Icesi para la creación de un centro de enseñanza en ingeniería y la Universidad Autónoma de Cali ha sostenido reuniones con los encargados de McGill para fortalecer alianzas y analizar qué se puede adaptar al contexto colombiano. Se está trabajando, con la ayuda de la embajada canadiense, en futuros proyectos de intercambios de profesores entre las facultades de ingenierías colombianas y canadienses.

Todo comenzó en 2013. Dentro de una nueva corriente pedagógica bautizada Active Learning (Aprendizaje Activo), la Universidad de McGill impulsó la creación de estrategias para mejorar la enseñanza y el aprendizaje. El formato tradicional del profesor que llega con unos libros bajo el brazo, se para frente a un tablero y decenas o cientos de estudiantes durante una hora, o dos, abre espacio para alguna pregunta y se marcha hasta la próxima sesión, estaba en proceso de revaluación. El rendimiento de muchos alumnos fluctuaba, la participación en clase era escasa, los niveles de atención bastante bajos y los resultados en los exámenes, debido entre otros factores a los altos niveles de ansiedad, no eran los mejores. ¿Qué se podía hacer?

El departamento de Teaching and Learning Services (Servicios de Enseñanza y Aprendizaje), una unidad poco común en las universidades latinoamericanas, se dio a la tarea de trazar un mapa de ruta para enriquecer la experiencia de clase, empoderar a los estudiantes y hacer más eficaz y consciente la labor de los docentes. El objetivo: centrar la atención en el desarrollo de competencias de aprendizaje en ellos, y no en el profesor. La razón, como cuentan desde la universidad canadiense, es que de nada sirve si el maestro es brillante y muy preparado en su especialidad, si no tiene una metodología adecuada para facilitar el aprendizaje e inspirar a sus estudiantes.

Con la Facultad de Ingeniería como laboratorio de todos estos cambios, comenzaron a aparecer nuevas estrategias, herramientas y conceptos. En los salones se trasladó el lugar del profesor de la tarima de toda la vida, a un espacio en el centro del aula. Nadie le da la espalda a nadie. Los estudiantes tienen mejor acceso al profesor, y viceversa. Todo el mundo está comprometido con el aprendizaje, porque las viejas mesas separadas dan paso a mesas redondas o grupales.


Las paredes se convierten en tableros, donde el alumnado también escribe por todo el espacio. Porque, como apunta un académico estadounidense, lo que había antes era una transferencia de información de las notas del profesor a las notas del alumno, sin que ninguno de los dos procesara en realidad el material.

También vinieron pequeños cambios en el desarrollo de las clases. Un ejemplo: la utilización de los clickers, una tecnología interactiva que consiste en controles remotos que permiten a los estudiantes responder en tiempo real de forma anónima a preguntas de opción múltiple proyectadas por el profesor. Se cambia, así, la tradición de levantar la mano.

Esto, en palabras de María Claudia Orjuela-Laverde, colombiana, doctora en psicología educativa y miembro del TLS de McGill, permite al profesor tener un diagnóstico global del proceso de aprendizaje. “Se pueden sacar diagramas con los porcentajes de respuestas correctas e incorrectas. Y después se suelen proponer ejercicios en pareja. Generalmente, se centran en discutir con la persona de al lado sobre cuál fue la respuesta correcta y por qué. Después se repite la pregunta y al comparar el porcentaje de respuestas correctas en el ejercicio, los resultados mejoran notablemente. Esto permite resolver vacíos que no se llenan cuando el maestro formula la típica pregunta: ‘¿Quién no entendió?’”.

Las tareas también tienden a desaparecer. O, al menos, se invierte la lógica. La idea es trabajar con materiales nuevos, como videos muy cortos enviados por el profesor para analizar antes de clase, o lecturas para la casa que a lo mejor antes formaban parte del programa. Luego, la parte más complicada se trabaja en equipo, en el aula, donde el profesor es un facilitador del aprendizaje y no un emisor de conocimientos. Los ejercicios, laboratorios o dudas se resuelven en grupo. “En esta forma de clase invertida tanto estudiantes como profesores están mucho más activos”, advierte María Claudia Orjuela. “Exige más al estudiante. Más atención. Más participación y más colaboración. En el formato tradicional de clase llegaban al salón y a los 15 minutos lo más seguro es que estuvieran distraídos viendo Facebook mientras el profesor hablaba y hablaba pensando que el silencio significaba que habían entendido”.

*Periodista.