Historia

Así fue la primera visita de Vargas Llosa a Colombia

Una falla mecánica en el avión en que viajaba hizo que Mario Vargas Llosa aterrizara por primera vez en Colombia en 1956. En ese entonces Bogotá lo asustó. A través de la obra de Gabo siguió descubriendo este país que hoy conoce muy bien.

Carlos Granés*
14 de julio de 2017
Cuando un saboteador lo increpó en la Feria del Libro de Bogotá de 2014, Vargas Llosa atinó a decir: "en Colombia la gente se exalta...aquí la gente está viva". | Foto: AFP / Anne-Christine Poujoulat

Mario Vargas Llosa llegó por primera vez a Colombia debido a un imprevisto. Había cumplido su sueño de viajar a París gracias a la Revue Française, que había premiado uno de sus primeros cuentos, El desafío, pero al regresar de Europa el avión de Avianca se averió y tuvo que aterrizar en Bogotá. Haciendo del vicio virtud, y aprovechando que lo habían instalado en el Hotel Tequendama, el joven escritor salió a caminar por la carrera Séptima. Como la capital colombiana no decepciona a sus huéspedes ilustres, a las pocas cuadras lo sorprendió una enorme manifestación que era dispersada por la Policía. La horda despavorida emprendió carrera justo hacia él, obligándolo a deshacer sus pasos y volver al hotel. “Carajo”, pensó, “recién llego y ya me quieren matar”.

Cincuenta y seis años después, cuando Perú fue el país invitado a la Feria Internacional del Libro de Bogotá de 2014 y aquel enorme desembarco cultural estuvo encabezado por Vargas Llosa, para entonces premio Nobel de Literatura, la ciudad le reservaba una escena no menos estrepitosa. Conversaba en público con uno de sus mejores lectores colombianos, el escritor Juan Gabriel Vásquez, cuando un energúmeno se levantó gritando entre el público. Con grandes aspavientos rompió un libro del autor, acusándolo de ser amigo de Uribe Vélez y de… ¿Ricardo Montaner? El saboteador convertía su arrebato en una cómica autoparodia, confundiendo al cantante venezolano con el intelectual cubano Carlos Alberto Montaner.

El público estaba tenso. Vargas Llosa, en cambio, acostumbrado a este tipo de escenas (en 2006, en Estocolmo, tuvo que fajarse ante un sabotaje mucho peor, orquestado por partidarios de Sendero Luminoso), mantuvo la calma. “¡Ah, qué maravilla!”, recuerdo que dijo, “ustedes no saben lo aburridos que son los congresos literarios en Inglaterra. En cambio en Colombia la gente se exalta, se enfurece. Eso es síntoma de vitalidad. ¡Aquí la gente está viva!”.

Era inevitable que la relación del escritor con Colombia fuera turbulenta y apasionada, porque casi todo en su vida es turbulento y apasionado. No es exagerado afirmar que, después del Perú y otros países en los que ha vivido, de Colombia es de los lugares que más sabe. De hecho, fue el tema de estudio con el que se graduó de doctor en la Universidad Complutense de Madrid en 1971.

En efecto, cuatro años antes, cuando viajó a Venezuela a recibir el premio Rómulo Gallegos por La casa verde, conoció personalmente a García Márquez. Antes de esa fecha ya se habían escrito varias cartas, movidos por la mutua admiración, pero al reconocerse en el aeropuerto de Maiquetía sellaron una amistad fraterna. Vargas Llosa emprendió al poco tiempo uno de los estudios más ambiciosos de la obra de García Márquez: Historia de un deicidio, para el cual se empapó de la historia de Colombia, de su literatura, de su cultura y de sus traumas sociales. La amistad entre los dos pesos pesados de la novela latinoamericana, lo sabemos, acabó de forma igualmente turbulenta y apasionada, con el famoso puñetazo que noqueó a García Márquez en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México en 1976.

Ya habían nacido, o estaban naciendo, los autores colombianos que al llegar a la madurez tendrían que lidiar con la influencia de estos dos clásicos vivos de nuestra literatura. Varios de ellos encontraron más cercanías con la obra del peruano. Pienso sobre todo en Santiago Gamboa, deudor reconocido de Vargas Llosa y cuyo entusiasmo sembró cierta fascinación por él en muchos autores de su generación y de la siguiente.

La gran enseñanza que recibió Gamboa –también Juan Gabriel Vásquez y quizás otro autor, Antonio García, quien fue pupilo de Vargas Llosa gracias a la beca Rolex ‘Mentor y discípulo’– fue la manera de afrontar la vocación literaria. En libros como La tía Julia y el escribidor y El pez en el agua, Vargas Llosa contaba las dificultades a las que debía enfrentarse un joven de clase media urbana que había encontrado en la literatura la razón de su existencia. Más que enseñar a escribir, estos dos libros enseñaban a enfrentar la vida una vez se tomaba la decisión de ser escritor, algo que fue fundamental para los nuevos cruzados de la literatura latinoamericana.

Pero Vargas Llosa no solo ha influido a muchos colombianos con sus ideas y su literatura. También ha sido persuadido por los argumentos de nuestros paisanos. Pienso específicamente en el artículo que escribió Héctor Abad Faciolince en El País de España para apoyar la negociación con las Farc. Sus argumentos fueron determinantes para que el peruano sumara su voz a la defensa de los acuerdos de paz.

Ojalá en su próxima visita encuentre eso, paz, y no hordas frenéticas ni ‘quemalibros’ enfebrecidos. Sé que corremos el grave riesgo de que por primera vez se aburra en Colombia, pero quizás valga la pena.

*Escritor y ensayista.

Noticias Destacadas