Nuestra tierra
Muchachos, a bailar cumbia
Melodía inconfundible que pertenece al patrimonio inmaterial del Magdalena y del municipio de Ciénaga. Ha sonado en decenas de grabaciones durante más de medio siglo.
La famosa Cumbia cienaguera se ha interpretado en los acordeones de Alberto Pacheco y Aniceto Molina; en el sonido orquestal de Luis Carlos Meyer y La Billo’s Caracas; en los solemnes catálogos de Jaime Llano González y Los Corraleros de Majagual; en la lectura peruana de Juaneco y su Combo, y la panamericana de Los Wawancó; en el toqueagogó de Los Frenéticos y el imaginativo blues-rock de Génesis; en la voz llanera de Luis Ariel Rey, el aire salsero de la Sonora Carruseles y la actualización discotequera del Checo Acosta, entre otros.
Sus orígenes se pierden entre la informalidad y la espontaneidad que significaba hacer canciones en Colombia hasta la mitad del siglo pasado. La historia, según lo recoge la profesora Marina Quintero, comenzó en 1937 cuando el músico Andrés Paz Barros recorría la Región Caribe con su orquesta Armonía Ciénaga.
Allí tocaba su paisano Humberto Díaz Granados, quien compuso para su grupo la letra de La cama berronchona, la confesión de un pícaro que cada noche compartía su catre con una dama distinta. Con la melodía del director, el tema recorrió el Caribe durante una década.
El segundo episodio de esta historia llegó en 1949, cuando Luis Enrique Martínez, acordeonero guajiro y pupilo de Paz Barros, conoció La cama berronchona y la integró a su repertorio. Toño Fuentes, el empresario discográfico más importante del país, se interesó en grabarla para su sello con la condición de que su letra fuera modificada, ya que el público podría resistirse a aceptar las alusiones a la pródiga vida sexual de un cantante.
Para esa misión accedió Esteban Montaño, compositor del municipio de Pueblo Viejo, a quien le debemos sus conocidos versos: Muchachos: bailen la cumbia porque la cumbia emociona / la cumbia cienaguera que se baila suavesona.
La grabación de Martínez en 1951 para Discos Fuentes le permitió a La cumbia cienaguera ser reconocida en el país, al tiempo que se inició un pleito por su autoría entre Paz Barros, Montaño y el acordeonero. Doce años después, un juez determinó la repartición equitativa de las regalías entre los tres.
La cumbia cienaguera, incluso con su querella incorporada, es el reflejo de las singularidades sonoras de cada ángulo de la Sierra Nevada, las cuales jamás se desarrollaron aisladas sino que siempre se intercambiaron y enriquecieron. Al mediar el siglo XX, cuando se graba esta pieza, no solo Martínez va de Fonseca a Ciénaga a entrevistarse con Pacheco, otro cienaguero, Guillermo Buitrago, acababa de hacer historia con temas del guajiro Zuleta, los vallenatos de Escalona y Pumarejo y del propio Paz Barros, tarea que continuó el samario Julio Bovea. Mientras tanto, Abel Antonio Villa, de Tenerife, y Pacho Rada, de Plato, se consagran como legendarios acordeoneros y puentes de la música del otro extremo del departamento y después de la otra orilla del río Grande. Así, esta cumbia de tres padres es un resultado lógico de la esencia musical magdalenense y de sus gratas interconexiones.
El tema emprendió un viaje por el mundo, donde no podían faltar nuevas formas de interpretarse, emocionar y bailarse. Lo hicieron y aún lo hacen los coleccionistas de acetatos de cumbia en Monterrey; la barriada popular en Lima y Buenos Aires; las comunidades latinas en Europa, a donde puede llegar cada verano un conjunto tropical que la interprete; las emisoras de easy listening o chillout, que inevitablemente la hallan en su catálogo de instrumentales en cualquier ciudad de Asia o Norteamérica y, por supuesto, en la memoria histórica de una Ciénaga donde por más que se transforme, siempre será donde más se enaltezca suavesona.
A mediados de 2008 otra sierra nevada, muy distinta y alejada del Magdalena, fue el escenario para una curiosa resurrección de esta cumbia. Ese año, la Eurocopa de fútbol se organizó en Austria y Suiza, y la Uefa lanzó un himno. Lo interpretaba el jamaiquino Shaggy al lado de Trix y Flix, las mascotas del torneo en animación 3D, mientras la música la ponía un tal Samim Winiger, DJ de origen iraní que ‘sampleó’ una versión house de los arreglos de Luis Enrique Martínez, que incitaban en Colombia a evocar inevitablemente la letra de Esteban Montaño y a los más agradecidos, a escudriñar en el legado de Andrés Paz Barros y de toda la música de Ciénaga.
*Historiador y periodista musical.