La vía del progreso
Ciénaga de resistencia
De la bonanza a la violencia, del olvido al renacer. Este municipio, que forma parte de la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia, conserva intactas sus fachadas, alberga monumentos y riqueza natural.
Cuenta el escritor Guillermo Henríquez, más cienaguero que el Festival del Caimán y el Festival Nacional de Música con Guitarra Guillermo Buitrago, que antiguamente a Ciénaga le llamaban ‘cienagua’, un nombre bastante apropiado para un municipio bañado por el mar y el río. Los tayronas lo bautizaron Pocigüeica en la época precolombina y hoy, sus más de 100.000 habitantes le dicen orgullosos la salitrosa, la ciudad mágica o la inspiración de Macondo.
Con razón, ese famoso dicho de que el cienaguero tarda, pero siempre vuelve. Y es que esa es justamente la consigna de quienes nacieron en esta tierra cargada de historia y emociones. En el año 1500 llegó a la que era en ese entonces una privilegiada aldea indígena Rodrigo de Bastidas. Y como todos los conquistadores, trajo consigo su idiosincrasia.
Esta no les molestó a los aborígenes, quienes convivieron en moderada abundancia con los colonos hasta noviembre de 1820, cuando Bolívar logró, por medio de quemas, la independencia de la Provincia de Santa Marta, conformada por La Guajira, Cesar y Magdalena.
“Los indios querían seguir siendo parte de la Colonia, vivían bien”, relata Henríquez, quien también es historiador. De repente, cuenta emocionado, que la siguiente fecha crucial fue 1850, cuando los habitantes de Ciénaga se recuperaron a punta del cultivo del cacao, la caña y el tabaco. “Aunque el momento determinante, como todos lo saben, asegura, fue 1899”. Ese año apareció la United Fruit Company.
Junto con esta empresa dedicada a la producción de frutas, especialmente de banano, se disparó en Ciénaga el desarrollo económico. Se levantaron grandes casonas, mansiones con ese toque del art nouveau europeo. Las costumbres del viejo continente se hicieron propias. Los cienagueros disfrutaban del cine y del teatro.
La realidad, sin embargo, superó a la más aterradora ficción en diciembre de 1928 cuando más de 25.000 trabajadores de la United se manifestaron para exigir sus derechos laborales. El Ejército colombiano, al frente del general Cortés, arremetió contra ellos. En medio de gritos y disparos, este episodio pasó a la historia como la Masacre de las Bananeras.
En los años sesenta, la United migró y se llevó consigo la bonanza que había convertido a Ciénaga en la tercera ciudad más importante de la Región Caribe, después de Barranquilla y Cartagena. Pero su arquitectura sigue siendo vestigio de esa particular riqueza, que a diario les recuerda a los cienagueros la resistencia que permitió su renacer.
Una población por descubrir
Ciénaga también fue testigo de la llegada del narcotráfico en 1970. Todas esas fechas que tiñeron de rojo la ciudad, sin embargo, empezaron a ser un recuerdo a finales del siglo XX, cuando este municipio, el segundo más importante del Magdalena, empezó a cobrar nuevamente su importancia. Y, finalmente, llegaron tiempos mejores gracias al turismo.
Bajo la resolución 016 de 1994, el Consejo de Monumentos declaró Monumento Nacional a su centro histórico. En 2013 este municipio, ubicado a 35 kilómetros de Santa Marta, fue integrado a la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia para exaltar sus riquezas y diversidad cultural.
Y es que su pasado la ha hecho acreedora de 19 Bienes de Interés Cultural Nacional, que se pueden apreciar en las 75 manzanas que conforman su sobrio centro histórico y a través de los cuales se cuenta la historia del municipio. Por ejemplo, el imponente Palacio Municipal, construido entre 1924 y 1934, en pleno periodo de la bonanza bananera, es considerado una obra exquisita del estilo republicano, además, su restauración marca el renacer de Ciénaga.
El territorio cienaguero es tan amplio para el turismo que no solo se hace alarde de la imponencia de su arquitectura muy bien conservada; sus paisajes resultan extraordinarios. Es probable que Ciénaga sea el único lugar en Colombia donde el amanecer y el atardecer se contemplan con asombrosa claridad desde una dirección. Parece que hubiera sido construido a propósito para que desde sus calles se aprecie la Sierra Nevada y desde las carreras se contemple el mar.
Para los cienagueros no hay nada mejor que ver al sol salir a espaldas de la sierra desde una esquina de la calle 13, y pararse en la carrera novena para mirarlo ocultarse entre el mar. Recientemente obtuvo la Certificación Turística Sostenible, que permitirá implementar de manera idónea el turismo urbano, incluyendo el recorrido por los bienes de interés cultural, las playas, la Ciénaga Grande con sus paseos por el río y las aventuras por la sierra, que posibilita apreciar la cultura y riqueza natural de una población que ha sobrevivido a la violencia, al tiempo y al olvido, pero que hoy se siente próspera.