Usaquén en 1980. | Foto: El Espectador

PORTADA

Haciendas sin hache

El escritor de la novela ‘Un tal Moya’, reconstruye el crecimiento del norte de Bogotá entre finales del siglo XIX y principios del XX. Aquí están, entre otros, el Parque Centenario, el Polo Club y el ilustre Pepe Sierra.

Nicolás Rocha Tamayo*
17 de noviembre de 2017

En medio del caos y los trancones cotidianos en el norte de Bogotá, es difícil creer que hasta hace un tiempo no muy remoto ese sector de la capital era una pradera verde y apacible. En las grandes haciendas pastaba el ganado y se cultivaban trigo, papa y cebada. Hasta finales del siglo XIX se podían ver carretas tiradas por bueyes y uno que otro jinete por los campos donde hoy se encuentran el Parque de la Independencia y el barrio Bosque Izquierdo. En ese entonces el límite norte de Bogotá era la iglesia de San Diego (calle 26 con carrera Séptima), pero el aumento de la población y el crecimiento de la industria en el decenio de 1880 impulsaron el desarrollo de la ciudad.

En los terrenos de la recoleta de San Diego partían el Camino Alto (carrera Séptima) y el Camino Bajo o Nuevo (carrera 13). Este último llevaba a Chapinero, un caserío donde los cachacos iban “a respirar aire puro” en las casas de recreo que se estaban construyendo. En esa época la zona también atraía a muchas personas devotas de la Virgen de Lourdes que iban de peregrinación al templo de Nuestra Señora de Lourdes que inició su construcción en 1875. Pero entre Chapinero y la recoleta había pocas construcciones.

Los alrededores de San Diego comenzaron a urbanizarse en las décadas finales del siglo XIX y varias obras se construyeron: el Parque del Centenario (1873), la Penitenciaría de Cundinamarca (1874), donde hoy funciona el Museo Nacional, y un Asilo de Indigentes y Locos (1883). En ese mismo sector, Bavaria inauguró la primera fábrica de cerveza (1890) y desarrolló el barrio La Perseverancia para los empleados de la compañía. Un poco más al norte, entre las calles 34 y 39, se hallaban el Polo Club, el Colegio del Sagrado Corazón y el Hipódromo de la Magdalena. En la actual calle 45 las Fuerzas Armadas tenían unas tierras conocidas como el Polígono de Tiro, donde más tarde se construyó el Hospital Militar. Por último, el doctor Carlos Esguerra y otros médicos fundaron en 1904 una clínica campestre que se llamó Casas de Salud y Sanatorios de Marly (calle 50 con carrera novena).

Para satisfacer las necesidades de transporte de la creciente población, en 1884 se inauguró la primera línea del tranvía. Iba desde el puente sobre el río San Francisco (carrera Séptima con Avenida Jiménez), y más tarde desde la Plaza de Bolívar, hasta San Diego. Allí el tranvía tomaba el Camino Bajo hasta la calle 57 en Chapinero. El moderno sistema de transporte público iba sobre rieles de madera recubiertos de metal y constaba de un carro para 20 pasajeros tirado por un par de mulas.

Para 1900 la sabana tenía pocos dueños. Aparte de unas 30 o 40 familias, algunas de las cuales eran propietarias de miles de fanegadas, los principales terratenientes eran el Estado y la Iglesia. Las tierras eran baratas y pronto aparecieron los primeros especuladores de los que se tenga noticia en Bogotá. Uno de ellos fue Julio Daniel Mallarino Cabal. El hijo del expresidente Manuel María Mallarino compró la hacienda El Retiro (entre las calles 80 y 85, y las carreras Séptima y 15) a principios del siglo pasado, pensando en la valorización futura. No se sabe cuánto pagó, pero sus amigos opinaron que era una tierra de poco valor, demasiado lejos de la ciudad y, además, con poca agua.

Otro nombre que perdura en la memoria de los bogotanos gracias a la avenida en su nombre es Pepe Sierra, un paisa que hizo mucho dinero en Antioquia en la cría de ganado, la siembra de caña y la fabricación de panela. Don José María llegó por primera vez a Bogotá en 1888 y pronto se convirtió en el mayor propietario de tierras de la sabana, convencido de que lo único que no perdía valor era el suelo y el ganado. Compró, entre otras, la hacienda Santa Bárbara (1899) y Chicó-Saiz y Chicó-Manrique (1911), que sus herederos urbanizaron en los años cincuenta. Pero tuvo muchas más, tanto en la sabana como en el Valle de Aburrá y en el Valle del Cauca. Se cuenta que su educación formal fue algo precaria y que en una oportunidad un joven le quiso corregir la ortografía de la palabra ‘hacienda’, que él escribía sin hache. Dicen que Pepe Sierra respondió: “Mire muchacho, yo tengo 70 haciendas sin h, ¿usted cuántas tiene con h?”.

*Escritor y periodista.