CULTURA

La 13: salud, dinero y amor

Esta congestionada y tradicional vía ha impulsado el comercio del norte de Bogotá por más de medio siglo. Lo invitamos a recorrerla.

Daniel Páez*
17 de noviembre de 2017
En la carrera 13 converge todo el comercio de Bogotá. En sus calles, los capitalinos encuentran desde ropa hasta mariachis. | Foto: Juan Zarama Perini

Una puerta pequeña conduce a una escalera oscura de la que proviene el estruendo de un reguetón lento, de esos que se siguen bailando en la rumba universitaria. Son las tres de la tarde y la discoteca Kulture Klub ya está prendida; en la acera, cinco jóvenes cuentan su dinero para subir la escalera. En el local vecino, las vitrinas atiborradas de empanadas en Pilonchis expelen un aroma a frito que se mezcla con el humo que expulsan las busetas. Porque en Bogotá a los buses pequeños se les sigue llamando busetas, aunque sean provisionales. Así les dice una señora de 70 años que le pregunta a un transeúnte cuál ruta la lleva al barrio Modelia.

Prácticamente, la carrera 13 es el centro comercial más grande de Bogotá. Entre las calles 39 y 69 se encuentra casi todo lo negociable en una ciudad: desde teléfonos celulares, botones y variedades inimaginables de cables hasta carros, serenatas y cejas perfectas. Sin proponérselo, esta avenida resume las muchas caras de una ciudad gigantesca. Y de sus transformaciones, porque en el último siglo, Chapinero ha sido testigo y ejemplo de la evolución de Bogotá. De ser la fortaleza casi impenetrable de los cachacos de chaleco, paraguas y sombrero, hoy reúne buena parte de la movida gay, del comercio formal e informal e incluso de la fe de los capitalinos.

Si se trata de arquitectura, en la 39 está el icónico edificio UGI, construido de arriba hacia abajo. Diez cuadras al norte, un burdel que, paradójicamente, queda junto a un canal de televisión católico que le puso columnas grecodoradas a la puerta de una casa republicana. De tener tranvía y andenes pasó a llenarse de busetas y a albergar una ciclorruta que funciona más como vitrina para los vendedores ambulantes que para rodar en bicicleta.

De las mansiones y edificios residenciales que le daban glamur a Bogotá hace 80 años, queda el recuerdo escondido en institutos de educación superior y apartamentos convertidos en oficinas. Y justo ahí ha surgido el encanto de esta zona, que puede parecer caótica y dispareja para los puristas pero representa los elementos que confluyen en la 13. La de Nuestra Señora de Lourdes y las brujas que atan a su ser amado. La de la Clínica Marly y Theatron.

La 13 también es la avenida de la moda bogotana. Entre galerías artesanales, zapaterías, pequeñas sastrerías, agencias de pantuflas, cosméticos y pelucas, ropa de segunda mano, tiendas de marcas nacionales (probablemente made in China) y unos cuantos outlets internacionales (seguramente made in China) se podría vestir toda la capital. Hay trajes para oficinistas, para jóvenes, para quienes se siguen sintiendo jóvenes, para quienes no le temen al qué dirán, para quienes se siguen sintiendo cachacos… mejor dicho: “para la dama y el caballero”. Arturo Calle, Santana, Tania, Tía (que vende desde monedas de chocolate hasta disfraces de policía sexy), Garvi y Only llevan décadas en esta avenida y podrían ser declarados patrimonio cultural de la ciudad. Calzado Bucaramanga, Totto, Feria del Brassier y solo Kuko’s ya son casi documentos de identidad de los colombianos. Mientras que Djabu, Strictis y Ugly Chic apenas empiezan a posicionarse.

Las compras dan hambre. Y en la 13 cada 50 metros (o menos) hay una opción para comer. Las pastas de San Marcos y las empanadas de La Romana conservan el aire bogotano que se resiste a morir y se confunden entre ‘corrientazos’, comidas rápidas para universitarios, cadenas multinacionales, las innumerables pollerías y el paquete de chontaduro a 1.000 pesos.

Por supuesto, la noche ofrece una 13 diferente. Se apaga en algunos puntos laborales o estudiantiles y se enciende mucho más en los antiguos teatros y cinemas, hoy convertidos en discotecas y auditorios. Punto 59, Boogaloop, Dynasty, Abott & Costello y Royal Center (que antes fue el cine Royal Plaza, como cuenta Ricardo Silva en la página 20) se suman a decenas de videorockolas anónimas y puestos ambulantes de chorizo y arepa para que el guayabo no sea tan duro.

Los burócratas hablarán de renovación urbana. Los nostálgicos dirán que antes era preciosa y ahora es pura contaminación. Los que la recorren a diario entenderán tarde o temprano que forma parte de su vida. Bogotá tiene millones de defectos, como cualquier ciudad grande, pero también ofrece universos tan sorprendentes como la 13, donde las grecas (esas cafeteras gigantes) se venden junto a las coronas fúnebres.

*Periodista.