Soratama nació hace casi 90 años. Sus primeros habitantes eran de Pacho (Cundinamarca) y de Santander. | Foto: Erick Morales

CRÓNICA

Así es la vida en Soratama, un barrio hecho a mano

Levantaron una comunidad, se repusieron a una tragedia y aunque algunos llegaron desplazados por la violencia, aquí reina la tranquilidad. Así se vive en este sector de los cerros del norte de Bogotá.

Fredy Nieto*
17 de noviembre de 2017

La imagen satelital de internet muestra un camino serpenteado. Comienza en la carrera Séptima a la altura de la calle 166 y termina dos kilómetros arriba en la montaña, en un parque ecológico donde se puede divisar la ciudad a 2.900 metros de altura. A lado y lado de esa ‘serpiente’ están las 600 casas que albergan a 2.400 personas.

“Esto no existía, era un solo pedrero, por eso yo iba a lo que hoy es Suba y como sabía ordeñar me hacía lo de la leche para ir pagando el lote donde ahora vivo”. Guillermo Antolínez se refiere a la parcela que le vendieron en 1960 por 160.000 pesos dentro de un gran terreno conocido como Soratama, el cual pertenecía a la hacendada Clara López. El sector tomó su nombre de una princesa muisca que fue desterrada a la laguna de Guatavita por sus amoríos con un guerrero español.

Ubicado entre El Codito y Santa Cecilia, el barrio Soratama nació hace casi 90 años, cuando sus primeros habitantes se animaron a construir en la falda de los cerros orientales de Bogotá. Esos pobladores llegaron a principios del siglo XX, con las migraciones que, en su mayoría, tenían origen en Pacho (Cundinamarca) y Santander, durante la época de la violencia partidista.

Desde 1994, Tomás López ha estado al frente del barrio en el que nació. En ese año inició su primer periodo como presidente de la Junta de Acción Comunal. Recuerda que en los años setenta Soratama estaba sumido en un grave atraso; no había accesos para quienes vivían en la parte más alta de la montaña, la red eléctrica apenas llegaba a unas pocas casas y el agua era canalizada por tuberías artesanales que las personas fabricaban.

Para cambiar esa realidad fue necesaria la unión de aquellos que como López querían hacer de su barrio un lugar mejor: “Me preparé y a mediados de los noventa, en la primera alcaldía de Antanas Mockus, logramos promover lo que en ese momento se llamaban obras con saldo pedagógico”. Bajo esa iniciativa, ocho tramos de escaleras, cuatro vías peatonales, una alcaldía local y centros comunitarios comenzaron a tomar forma.

En algunas de las periferias de Bogotá aún hoy existen canteras de las que se extrae arena y gravilla para satisfacer la demanda de las construcciones. Cerca de Soratama siempre hubo una amplia explotación de areneras, incluso se dice que de allí extrajeron parte de las materias primas con las que se edificó el primer Palacio de Justicia de la ciudad.

Faltaban pocos minutos para las cinco de la mañana del Jueves Santo de 1995 cuando un impactante sonido sorprendió a la familia Velásquez, habitantes de las primeras calles del barrio. Sobre su casa habían caído piedras y arena producto de un derrumbe proveniente de una de las canteras cercanas. Los cuatro integrantes de la familia murieron.

“Después de la tragedia explotaron las areneras y cuando ya no había más que explotar, modificaron el uso de suelo para comenzar a urbanizar”, asegura Édgar González, habitante del barrio desde 1979 y uno de los primeros que bajó a ayudar a los damnificados. Aunque el derrumbe ocurrió hace 22 años, el área del desastre sigue acordonada porque solo hasta hace poco comenzaron los trabajos de protección: remover los escombros más grandes y vestir el cerro con una malla metálica para evitar futuros accidentes.

Los días en Soratama son apacibles. Aunque está a escasos metros de una vía principal, basta subir un poco para alejarse del ruido. En las mañanas, algunas familias comparten el desayuno sentadas en los escalones frente a su casa. Mientras unos sumergen el pan en el café o en el chocolate, otros hacen caso a las siluetas de personas que están dibujadas en los postes de luz, indicando el camino a un aula ambiental en la que se puede aprender sobre la historia de los muiscas.

Según el ingeniero Luis Mosquera, en ese parque ecológico ocurrió un proceso de recuperación interesante porque antes era una cantera: “Allí se evidencian diversos tratamientos para inducir el retorno de la vegetación nativa como especies trepadoras y de porte herbáceo para detener biológicamente procesos erosivos”.

A Soratama han llegado migrantes de todo el país. Los más viejos salieron de sus casas buscando echar raíces en un barrio donde la economía y la tranquilidad primaban. Cada año sus habitantes esperan la llegada de la Semana Santa para homenajear a las víctimas del derrumbe y para celebrar con la que llaman “la mejor chicha de Bogotá”. Como dice María Teresa Monsalve, ibaguereña que llegó a Soratama hace 45 años, "nosotros nos reunimos, nos encontramos en misa. Acá todo es muy sano porque nos hemos cuidado los unos a los otros".

*Periodista de Especiales Regionales SEMANA.