Márquez Tizano nació en Ciudad de México en 1984. Foto: Rocío Bertolina Fornes.

Reseña

El universo de ‘Yakarta’

El escritor Rodrigo Márquez Tizano, editor de Vice México y quien ha participado en varias mesas de la FILBo, presentará su primera novela el 6 de mayo en la libreria Wilborada.

Daniella Sánchez Russo
3 de mayo de 2017

Yakarta (Sexto Piso, 2016), la primera novela del escritor mexicano Rodrigo Márquez Tizano, se desenvuelve (la mayor parte del tiempo) en una ciudad sin nombre, a pesar de que constantemente se le confieran características determinadas. Por ejemplo, la ciudad es costera, en ella cohabitan tres tipos de poblaciones (los nativos, los albinos, los invasores) y cada tanto es sitiada por plagas. El “bicho”, que es como se le conoce a esa cosa casi espectral y virulenta que ocasiona las catástrofes, reaparece “cada dos o tres décadas”, invadiendo cuerpos, haciendo morir a otros tantos, obligando a que ciudad y ciudadanos estén permanentemente entre la destrucción y la reconstrucción.

Quizá por eso, por la cualidad de llevarse a cabo en un lugar que vuelve a armarse cada vez que se destruye, la novela está hecha a partir de fragmentos que bajo ningún punto constituyen un todo –porque no sigue una trama lineal ni erige personajes orgánicos, porque la narración no se ancla en un tiempo específico–, y que invitan al lector a desprenderse, si es que está prendido, de la idea de novela total que establecieron corrientes literarias que ahora son canónicas -como el boom latinoamericano- para así acercarse a otros movimientos que también han sido parte de la historia narrativa del continente. Por ejemplo, el uso, en novelas como Nadie nada nunca de Juan José Saer, de descripciones obsesivas que se imponen sobre la trama e incluso la obstaculizan; o la escritura experimental y hasta cierto punto anticlimática que el escritor contemporáneo Sergio Chejfec elabora en libros como Los planetas; o el recurso de preguntarse, desde la interioridad de la novela, por la estructura misma del género, tal como lo hizo Macedonio Fernández en Museo de la eterna novela.

Como en este hilo de escrituras que Márquez visita de manera constante, en Yakarta existe una trama a la que se recurre pero que no es lo sustancial. En dicha trama, el personaje principal describe constantemente su “estar” dentro de una habitación enrarecida en la que se encuentra con su pareja, Clara, quien parece estar conectada física y espiritualmente con una piedra “opaca y lisa” que tiene la capacidad de proyectar recuerdos de la infancia del narrador. Recuerdos que refieren a un grupo de muchachos que crecieron dentro de un colegio de monjas, que más tarde se encontrarían durante una de las plagas de la ciudad, mientras hacían las veces de exterminadores.

“Me acuerdo –dice el narrador para el fragmento número 9 de la novela– de un comienzo de fin de año. La piedra también se acuerda. Aquel verano, durante las vacaciones, una novicia se había quitado la vida en la capilla de la secundaria. Nos enteramos por Zermeño, que se robaba ejemplares de La voz del Puerto, abandonados por los clientes en la peluquería de su padre y al día siguiente, durante el descanso, revendía los posters donde figuraban, remosqueadas y a doble página, las encueradas del diario. Era su negocio. Todos teníamos uno. El mío consistía en pasar desapercibido igual que una grieta en la pared. Zermeño, en cambio, traficaba con pornografía de voceador y a veces tenía el detalle de filtrar, sin enterarse, información de un mundo insólito a través de aquellas páginas de un papel tan corriente que a trasluz confundían letras, clasificados y puchas”.

Pero esta trama, la de los niños que crecen hasta volverse centro de aquello que va destruyéndolos, no es amplia o profunda. La especificidad de la escritura de Márquez Tizano está ubicada en otra parte: en la exactitud de la escogencia de las palabras, en el seguimiento de un ritmo que, a fuerza de curaduría, erige una música que es difícil de dejar ir: “Morgan estuvo callado mucho tiempo, mes y medio o dos. La tristeza lo traía aturdido. Y no me refiero a la expresión cotidiana con la que enfrentaba el mundo, de por sí abatidísima. Los dientes chuecos, amarillentos, aquel sonido tan particular que hacía al lamerse el paladar, como de ventosa, esa lengua parida en dos enlosándole el spleen: no me refiero a eso, naturalmente, sino al otro silencio, proveniente de un situó muy lejano, contaminado de futuro, casi adulto”.

Sobre este trabajo de escritura en el que la materialidad de las palabras prima sobre su significado, Márquez, actual editor de la revista Vice México y del sello La dulce ciencia, dedicado a publicar libros sobre boxeo, dice: “Las palabras deben tener un ritmo distinto cuando van cayendo y cuando caen. Evidentemente se pueden hacer muchas lecturas de la forma en la que está escrita Yakarta, y una de esas lecturas es la mía. Quise hacer una novela con espacio para el lector, con pocas referencias que lo condicionaran, con personajes sencillos, que el lector tuviera que rellenar. Me parece más cerrada la escritura en donde prima la trama y el autor se convierte en una especie de Mago de Oz que intenta manipular al lector para hacerle sentir miedo, compasión, etcétera”.  

Aunque Tizano mencione una apertura que parece atar a Yakarta a la experimentación e innovación literaria, la novela no busca postularse por fuera de su tiempo, sino que parece desarrollarse muy particularmente en el presente en el que existimos: al menos en su ideología. Se ancla en las narrativas fragmentadas que vinieron con la modernidad literaria; en el intento social y estético por dilucidar las identidades que antes se concebían estáticas, y que se presentan en los personajes que son cada vez nuevos, cada vez viejos, cada vez los mismos; en la supraespecialización que pareciera necesitar el siglo XXI, y que en la escritura del mexicano se ubica en la minuciosidad de las descripciones que utiliza para crear atmósferas, acumulaciones, ralentizaciones. También en la manera en que la novela se plantea como tabula rasa sobre la que convergen distintos géneros. De hecho, hay partes de Yakarta que están creadas a partir de reproducciones de textos de otros autores.

“En Yakarta, cada uno de los muchachos tiene un cuaderno sobre el que van haciendo anotaciones y copiando las de los demás. Asimismo, en la novela hay cosas que están tomadas directamente de apuntes que fui haciendo al escribir el libro, de un manual de Le Corbusier, de un libro sobre aventuras en el Tíbet… Y por ahí también hay dos textos insertados como capítulos, de Barthelme. Lo interesante es que los apartados de Barthelme no son originalmente de este autor. Él también los tomó prestados y, en ese juego que quiso instaurar, yo lo sigo, porque pienso que el proceso creativo debe ser uno comunal”. Comunal, como las plagas, como la destrucción y construcción de una ciudad, como Márquez demuestra que puede ser el proceso mismo de la escritura.