PAZ
Ni la guerrilla, ni los ‘paras’, nadie puede acabar con Sacramento
En esta población del Magdalena creció Raúl. Sufrió la violencia. Fue desplazado. Pero regresó en 2006 para sembrar café y empezar su nueva vida.
A inicios de la década del cincuenta una tragedia aérea propició la insólita expedición de un grupo de colonizadores por las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Buscaban un lugar que, además del sustento con su tierra fértil, les devolviera la tranquilidad desaparecida desde los días del ‘Bogotazo’. Así nació Sacramento, con el arrojo de varias familias que, provenientes de Santander, Tolima y Antioquia, dejaron atrás sus diferencias para buscar entre los restos de aquella siniestrada aeronave una guaca millonaria. Nunca la encontraron, pero sí, al menos, hallaron un lugar donde quedarse para siempre.
A 1.000 metros sobre el nivel del mar y a tres horas del casco urbano de Fundación, sus habitantes (que compartían su creencia en los siete sacramentos, y en honor a ellos bautizaron el nuevo asentamiento) creyeron dejar a un lado los episodios de violencia bipartidista. Pero, como recuerda Raúl Naranjo Mandón, campesino y líder comunitario del sector y probablemente uno de los que mejor conoce la historia de la población, todo fue una especie de sucesión de conflictos.
Primero fue el de la bonanza marimbera, en la década del setenta. Luego, en el auge del narcotráfico, las guerrillas del ELN y las Farc, que ejercían poder y mando en la Sierra Nevada, se convirtieron en la única autoridad desde 1982. Al finalizar el siglo XX, las autodefensas empezaron a ganar terreno sembrando el terror en la zona que, hasta poco después de 2006, vivió el éxodo de casi todos sus habitantes.
Naranjo, desde su infancia, vivió con el temor a ser víctima de esta confrontación en la que no tenía participación alguna. Pero nunca dimensionó la magnitud que tendría después, durante los años en que Hernán Giraldo Serna fue el terror de campesinos, comerciantes, funcionarios y de todo aquel que se opusiera a su voluntad en el Magdalena.
“Nosotros quedamos en medio de una guerra entre la guerrilla y los paramilitares. Algunos, como mi papá o un hermano mío, se atrevían a pedirles a los paras que permitieran la subida de alimentos o víveres. Por abogar, mi papá se quedó allí (asesinado). A mi hermano lo desaparecieron. Hasta ahora no sabemos qué fue de él”, cuenta Naranjo.
En el fuego cruzado murieron cerca de 45 personas. Entre el 10 y 18 de febrero de 2001 los poco más de 700 habitantes de Sacramento huyeron en medio de la toma paramilitar al corregimiento. “No quedó ningún civil. Incluso cuando nos íbamos mataron a varios campesinos. En el camino quedó gente tirada. Nos tocó seguir y dejarlos allí”.
Raúl no volvería a Sacramento hasta el 13 de octubre de 2006 cuando inició el retorno voluntario a la localidad. Aunque recuerda que reinaba la desolación, se dio cuenta de que allí podría surgir una oportunidad. “No había pueblo, mi finca era una sola montaña. Lo bueno es que volvimos a ver naturaleza y animales salvajes. Y lloramos, de la misma forma que lo hicimos el día de nuestro desplazamiento, porque nos dimos cuenta de que vivimos para contarlo. Empezamos a abrazarnos porque habíamos sobrevivido”.
Al reponerse y al pasar la oscura página con sus victimarios, los hijos de Sacramento se encontraron a sí mismos a fuerza de sembrar café, el producto que los identifica. “¿Por qué lo cultivamos? Es como preguntarles a los rusos por qué producen vodka. Hace parte de nuestra forma de ser”, comenta.
Con el apoyo del Comité Departamental de Cafeteros del Magdalena y del gobierno nacional, organizaron de nuevo las parcelas, se limpió la maleza, se retiraron los árboles acumulados por años, y comenzó el trabajo. “Recibimos apoyos en insumos, en créditos. Con nuestra fuerza y los entes privados, seguimos adelante poniendo en marcha la producción que con el pasar de los años hemos diversificado con maíz, cilantro, fríjol rojo y plátano. Antes, por ejemplo, sembrábamos seis hectáreas de café y ahora solo lo hacemos con tres, pero de muy alta calidad, certificado y con altos estándares agroambientales”.
La parcela de Raúl produce 4.000 kilos al año, con estándares de exportación. Es tal la necesidad de mano de obra que, de Fundación, de la Sierra Nevada y de otras ciudades de la región, llegan labriegos a ponerle el hombro durante la temporada, que duplica la capacidad del pueblo.
Al evidenciar lo logrado, Raúl Naranjo solo espera que el retorno a la tierra de los aventureros que buscaban la guaca millonaria del avión bananero, no sea un mero paréntesis en su historia. “Aquí estoy y aquí me quedo”, sentencia, al tiempo que reconoce que, el perdón y el olvido, han sido el principal abono para que Sacramento renazca en forma de cafetales.
*Periodista.