BUENAS OBRAS
Extrema Humildad, una fundación que acoge a los migrantes de Venezuela
La creó la santandereana Angélica Lamos, quien hace 15 años tuvo que marcharse al país vecino para evitar que las Farc reclutaran a sus hijos. Ahora ella ayuda a los venezolanos.
Los 33 migrantes y refugiados venezolanos que viven en una casa del barrio La Ermita de Cúcuta tienen tres cosas en común: un techo que los protege, un alma caritativa que los recibe y la fe intacta de que las cosas en su país van a cambiar algún día.
Al frente de este hogar se encuentra Angélica Lamos, una santandereana que les abrió las puertas a estos inesperados visitantes porque comprende muy bien su situación. Ella también buscó asilo en otro país.
Angélica tuvo que irse a Venezuela en 2003. Allí encontró la forma de salvar la vida de sus hijos, quienes iban a ser reclutados por actores armados ilegales en Puerto Wilches (Santander). Llena de miedos y sin dinero arribó a Socopó, una ciudad del estado Barinas. Empezó a trabajar en el colegio Orlando García haciendo la limpieza. Luego pasó a la Clínica San José, donde aseaba los pasillos del centro de salud y con el tiempo la ascendieron a archivista.
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Después de más de una década en tierras bolivarianas tuvo que regresar, de manera forzosa, a nuestro país. Ella fue una de las 2.500 personas que fueron deportadas de Venezuela en 2015, cuando se cerró la frontera con Colombia desencadenando el retorno de 22.000 connacionales.
“Es difícil volver a empezar, lo sé muy bien, por eso quiero ayudar a los venezolanos. Tengo dolor de pueblo. Estoy agradecida con los que me tendieron la mano en esa época”, asegura Angélica, quien orgullosa muestra las diez habitaciones que tiene la casa, a la que denomina la Fundación Extrema Humildad.
Las instalaciones hacen honor a su nombre. Las camas son escasas, los niños y adultos duermen en colchonetas o en el piso, pero tranquilos por tener al menos un techo que los cobija. Esta vivienda es arrendada, por eso Angélica pide a sus inquilinos que le colaboren con 5.000 pesos diarios para pagar el alquiler, la energía y el agua.
Como ella dice: “No se trata de darles el pescado, sino de enseñarles a pescar”, por eso consiguió una fileteadora y una máquina de coser para que los venezolanos confeccionen prendas y las vendan. También logró que los panaderos del barrio les presten sus instalaciones para hornear bollos y comercializarlos en las calles, así consiguen algunos pesos para su sustento.
En la Fundación Extrema Humildad, los hombres trabajan y las mujeres cuidan a los niños y aunque queda poco espacio, cada día llegan más personas en busca de un techo.
*Periodista