HISTORIA

Así comenzaron las relaciones diplomáticas entre Japón y Colombia

El Tratado de Amistad, Comercio y Navegación que firmaron ambas naciones en la primera década del siglo pasado marcó el inicio de 110 años de unión. Sin embargo, esta historia ha tenido sus turbulencias.

Fernando Barbosa*
25 de octubre de 2018
El acuerdo garantizaba el acceso a puertos marítimos y la protección del paso de los ciudadanos de ambos países. | Foto: 123RF

Hace 110 años, el 25 de mayo de 1908, se firmó entre la República de Colombia y el Imperio del Japón el Tratado de amistad, comercio y navegación, con el cual se iniciaron las relaciones diplomáticas entre los dos países. La firma tuvo lugar en Washington y los firmantes fueron el Sr. Enrique Cortés por la parte colombiana y por la japonesa, el Barón Takahira Kogoro, Shosammi de la Orden de la Primera Clase del Sol Naciente.

En aquel entonces Japón era una potencia en ascenso. Después de haber estado cerrado al mundo desde 1639 bajo la política conocida como sakoku, por fin abrió sus puertas en 1853 forzado por los Estados Unidos. En 1868, con la subida del emperador Meiji, los japoneses dieron inicio a uno de los procesos de modernización más notorios y vertiginosos del mundo moderno. Fueron enormes los avances en la industrialización, la construcción de infraestructura, la conformación de grandes grupos económicos, el establecimiento de una marina mercante de talla mundial y en la creación de un gran ejército. La resonancia del nuevo protagonista no se limitó a lo material. La cultura sería otro campo que lo acercaría al mundo occidental en el que dejaría su huella.

El lema que inspiró este desarrollo fue el de fukoku kyohei, es decir, país rico - ejército fuerte. Su prueba de fuego llegó con las guerras contra China en 1895 y contra Rusia en 1905 en las que triunfó. La primera elevó a los japoneses al mismo nivel de las potencias coloniales de occidente en Asia; se convirtió en el líder de su región y se hizo al territorio de Taiwán. Pero la segunda tendría consecuencias aún mayores: jamás una potencia asiática había vencido a una europea. Y con ello hizo su entrada a las grandes ligas.

Colombia, por su parte, empezaba a superar las secuelas de la guerra de los mil días y la pérdida de Panamá. La participación de los Estados Unidos en esta última condujo al rompimiento de relaciones con Washington con las consiguientes secuelas económicas y políticas, más el desgaste de la imagen internacional. De tal manera, las circunstancias de los dos países sumaban particulares necesidades y mutuas conveniencias que hacían atractivo un acercamiento. Bajo tales motivaciones se firmó el Tratado en Washington ratificado por Colombia mediante la Ley 12 del 18 de agosto de 1908, expedida por la Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa.

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El grueso del texto del tratado se concentró en el comercio y la navegación. Se garantizaba un trato no discriminatorio en el comercio en materia de impuestos y gravámenes y con iguales intenciones se aseguraba el acceso a los puertos de los barcos de ambas naciones. De igual forma se protegía el paso de los ciudadanos, el derecho a residir en cada territorio y se garantizaba la libertad de cultos.

Dos décadas después, el 16 de noviembre de 1929, ocurrió un nuevo hecho de importancia en las relaciones bilaterales cuando arribó el primer grupo de inmigrantes japoneses que se estableció en el Valle del Cauca. A estos se sumaron en los años inmediatamente siguientes un total de 20 familias que constituyeron el núcleo de la comunidad japonesa que ha sido tan importante en la modernización de la agricultura en ese departamento. Más tarde, dos acontecimientos vendrían a interrumpir la evolución de las relaciones.

En efecto, el 30 de octubre de 1934 Colombia le anunció a Japón la terminación del Tratado de 1908. La razón aducida fue el extremo desequilibrio en la balanza comercial que solo favorecía a los japoneses. No obstante, los indicios conducen a pensar que hubo otras causas que motivaron la acción. El retiro de Alemania de la Liga de las Naciones y los acercamientos entre este gobierno y los de Italia y Japón que eran cercanos ideológicamente, habían levantado suspicacias en Estados Unidos y con ello una estrategia de Washington para aislarlos. No es coincidencia que tres días antes de la nota mencionada nuestra Cancillería denunciara de igual manera el Tratado que se tenía con Roma. Resulta fácil imaginar las presiones que Bogotá debió soportar por parte de los estadounidenses para actuar como lo hizo.

Igual sucedería después del ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Pocos días después, se reunieron los cancilleres de todo el hemisferio en lo que se conoce como la Conferencia de Río de Janeiro tras la cual se rompieron las relaciones diplomáticas del hemisferio con Tokio. En Colombia, ello fue seguido por la confiscación de los bienes de los ciudadanos originarios de los países del Eje y su reclusión en Fusagasugá. En el caso de los japoneses, Estados Unidos siempre se mostró temeroso de que su presencia en el Pacífico pudiera llevar al establecimiento de bases de ese país en nuestras costas que eventualmente se convirtieran en amenazas para el Canal de Panamá.

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El Tratado de 1908 se firmó en el gobierno del general Reyes y, curiosamente, el restablecimiento de las mismas ocurrió bajo el mandato de otro militar, el general Rojas Pinilla. Esto ocurrió el 28 de mayo de 1954, después de lo cual se ha mantenido un ambiente de cooperación y de cercanía estable y sano. Por el lado colombiano, son bien conocidos los esfuerzos del gobierno para hacer presencia en Japón. Los viajes presidenciales —Betancur, Barco, Gaviria, Pastrana, Uribe y Santos— dan cuenta de la importancia que tiene Japón para nosotros. Son también evidentes, así se muestre el crónico desbalance del comercio bilateral, los intereses de las empresas de lado y lado que han contribuido a darle piso a la relación: café, petróleo, flores, ferroníquel, carbón por el lado de Colombia y vehículos, acero y maquinaria por el lado japonés para hablar sólo de lo más sobresaliente.

Por el lado japonés, las visitas no han sido tan numerosas pero han revestido una gran altura, comenzando por la del primer ministro Shinzo Abe en 2014 y las de dos cancilleres: Shintaro Abe —padre del anterior— en 1985 y Tarô Kôno quien estuvo en Bogotá entre el 15 y 16 de este mes de agosto. A ellos se ha sumado en estos años un buen número de ministros, vice ministros, delegados, funcionarios y empresarios de alto nivel.

Una mirada objetiva a estos 110 años nos indica que las potencialidades para relacionarnos son inmensas. Nos falta encontrar un gran propósito común que quizás podríamos identificar si calibramos y sincronizamos nuestras identidades. Un ejercicio que puede extenderse a muchos campos, es el de analizar los dos discursos que pronunciaron Gabo y Ôe Kenzaburo al recibir cada uno el Nobel. Ambos nos revelan claves para entender lo que somos. El colombiano saca a flote nuestra soledad, esa soledad que no nos abandona, y Ôe nos incita a leer su cultura a partir de la reconocida ambigüedad nipona. Sería tanto como armonizar las flores nacionales de aquí y allá: el crisantemo y la orquídea, para descifrar las señales que habitan en las almas de nuestros pueblos.

*Experto en Asia Pacífico.