LITERATURA
La literatura japonesa revela el alma de las cosas
Conocemos la comida de Japón: hay sushi –bueno y malo–, en todas partes. Sus series animadas, su cine, su moda, un poco de su música y su selección de fútbol. Pero sabemos menos de sus letras. ¿Por qué?
La literatura japonesa no ha encontrado mucho eco en nuestro país, a diferencia de otras expresiones culturales de ese archipiélago del Pacífico, como la música, la cocina, la moda, las artes marciales, y sobre todo el manga y el anime. Quienes conocen algo han leído la fáustica obra de Haruki Murakami, haciéndose miembros de esa vasta cohorte de seguidores que tiene en su país y en el mundo entero. Los interesados en esta literatura quizá conocerán a Yukio Mishima, más por su muerte espectacular en noviembre de 1970 bajo el ritual del seppuku (conocido en Occidente como hara-kiri) que por otra cosa; a Yasunari Kawabata, también suicida y premio Nobel en 1968, el primero de su país; a Kenzaburo Oé, el maravilloso creador de Agüí, el monstruo del cielo, también premio Nobel en 1994; y por estirar la cuerda a Hiromi Kawakami, una autora que ha sabido conmover y cautivar con sus historias a un público enorme. Los más extremos y quizá más cercanos al manga o al anime habrán leído a Yasutaka Tsutsui, famoso en España, y creador de los Hombre salmonella en el planeta porno. Hasta aquí.
A diferencia de las otras expresiones culturales que mencioné atrás y que se han vuelto parte también de nuestra cultura (hay sushi, malo, en los cines), la literatura no ha logrado encontrar un hogar en Colombia. No es problema de las letras japonesas, es la enfermedad misma que sufre la literatura y que hace que muy poca gente se interese o se acerque a ella.
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Una de las razones para esto, aparte de un cambio de percepción en el mundo, ha sido la dificultad para traducir autores japoneses. El japonés es probablemente uno de los idiomas más complejos por varias razones, entre ellas su carácter aglutinante, que proviene de una visión del mundo totalmente diferente de las demás culturas. Su historia se remonta a la religión Shinto, de corte animista y por tanto más cercana al chamanismo, para la que todas las cosas del universo tienen espíritu. Alma, si se prefiere. Y del sincretismo que tuvo esta religión con el budismo. Además de haber sido un país que vivió una suerte de dictadura militar por más de siete siglos. Estas razones, sumadas a una geografía y una topografía difíciles, siempre a merced de terremotos, tifones y tsunamis, y de un área cultivable mínima, hicieron de este país un territorio de personas que creen en la volubilidad de las cosas, en esa impermanencia de la que habla el budismo.
Varios pensadores japoneses, entre los que encontramos al magnífico escritor Kobo Abe, y algunos expertos extranjeros en literatura japonesa coinciden en la hipótesis de que el cerebro japonés funciona de manera diferente. A esta complejidad se suma el hecho de que para un adecuado conocimiento de la lengua escrita se requiere de la memorización y puesta en el corazón de miles de ideogramas, lo que supone esfuerzos considerables para los nativos japoneses, que para los extranjeros se pueden convertir en barreras infranqueables.
De aquí que, y haciendo abstracción de los problemas de derechos de autor, costos de edición, distribución y comercialización, la difusión de la literatura japonesa en al ámbito de la lengua española tropieza con grandes dificultades que hace un par de décadas han empezado a poner de lado algunas editoriales como Atalanta, Satori, Impedimenta, Alianza, Tusquets y Seix Barral.
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La literatura japonesa cuenta con joyas universales, como La historia de Genji, escrita por una mujer, la dama Murasaki Shikibu, en el siglo XII. De esta obra dirían Marguerite Yourcenar y Yasunari Kawabata que es el epítome de la novela, superior a El Quijote y muy anterior a la historia de Cervantes.
La literatura japonesa es compleja, en particular para los lectores que solo buscan argumentos clásicos en sus historias. Muchos de sus libros se centran en estudiar un estado de ánimo, una atmósfera, una forma de estar en el mundo, más que seguir una trama lineal de introducción, nudo y desenlace. Nos hace pensar sobre nuestro lugar en este planeta desde el lugar de las emociones, de nuestro entendimiento del espacio en el que habitamos, más que en el tiempo y su inexorable paso. Muestra los claroscuros de la existencia, ejemplificados en el in yo (la pronunciación fonética japonesa del ying yang) y con frecuencia nos deja con la sensación de algo incompleto que siempre encuentra su sentido días después en el alma del lector.
A mí me ha dejado mucho esta literatura: me ha ayudado a vivir de muchas maneras, no solo económicas. Me ha ayudado a entender que el reflejo de la luna en un estanque no es la luna misma, pero es allí donde podemos contemplar otra expresión de su belleza. Me ha mostrado a un sapo que salta en un estanque y que ahí es donde se acaba la vida. En últimas me ha hecho sentir menos solo, acompañado por el espíritu de las cosas y me ha ayudado a comprender mi suerte, que hay quienes llaman destino.
*Editor de El Peregrino ediciones.