INTERNACIONAL
La pelea por el control de la energía mundial
Detrás de las ‘buenas’ intenciones de los países que luchan contra el cambio climático se esconden muchos intereses políticos. Los billones de dólares que producen las fuentes energéticas pueden más que los verdes ideales. Hasta el Acuerdo de París sufre por esta politización.
La geopolítica internacional está relacionada con la política energética más de lo que se piensa. De hecho, en muchos casos la segunda puede determinar la política exterior económica, de seguridad o ambiental.
Las guerras en Irak o Siria son solo dos ejemplos en los que potencias globales como Rusia y Estados Unidos se enfrentan en territorios ajenos alegando motivaciones políticas, o de seguridad, pero el interés subyacente es el control del mercado del petróleo.
Lo mismo pasa a la inversa: los espacios de diplomacia internacional directamente relacionados con asuntos de energía se encuentran profundamente politizados y reflejan la balanza de poder global. Tomemos el caso del Acuerdo de París y las dos agencias especializadas en energía: la Agencia Internacional para la Energía Renovable (Irena) y la Agencia Internacional de Energía (IEA).
El Acuerdo de París suele entenderse como un tratado sobre un tema ambiental: el cambio climático. Sin embargo, las motivaciones políticas de las naciones más influyentes, en este caso Estados Unidos y China, los mayores emisores de gases de efecto invernadero (seguidos por la Unión Europea, India y Rusia), se rigen por su situación energética más que por consideraciones estrictamente medioambientales.
Estados Unidos, cuyo presidente ha amenazado con salirse del acuerdo, es el segundo mayor productor de petróleo del mundo y ha buscado siempre un régimen climático débil, con compromisos blandos, sin restricciones a su independencia energética basada en combustibles fósiles. Algo similar ocurre con China, Japón, Rusia, Australia, y los países del Oriente Medio, grandes productores de carbón, gas o petróleo.
Cuando China y Estados Unidos se aliaron para apoyar la conclusión exitosa del acuerdo, lo hicieron bajo dos premisas: primero, que lo hacían para evitar una desventaja de competitividad económica entre ellos; y segundo, que el régimen estaría basado en la voluntad de los países para definir su propia contribución.
Por su lado, la Unión Europea lidera en materia de cambio climático y aboga por compromisos legales fuertes. Su situación doméstica es distinta: la mayoría de sus miembros y en particular los grandes carecen de reservas significativas de combustibles fósiles que les garanticen una independencia energética y una consecuente competitividad económica basada en esa fuente de energía (con excepción de Alemania y Polonia, que tienen reservas de carbón).
Algo similar ocurre con las agencias especializadas. La IEA nació en los setenta como respuesta a la crisis de los precios del petróleo, y como un mecanismo de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) para generar una coalición que les permitiera ganar ventaja económica y política frente a las fluctuaciones de poder y los precios del petróleo. Aún hoy la agencia solo recibe estados de la OCDE (hoy tiene 30 miembros), y el país que tiene el voto más influyente es Estados Unidos, su principal financiador.
Aunque la agencia lleva décadas trabajando sobre las energías renovables, tiene posiciones relativamente favorables a la expansión de los combustibles fósiles como fuente primaria de energía. Un ejemplo diciente: desde 2002, todas las proyecciones de la agencia sobre penetración de energía solar han sido muy inferiores a la realidad.
Lo sucedido con la IEA motivó la posterior creación de Irena, con Alemania y otros países de la UE como sus principales impulsores. La principal diferencia entre ellas es eminentemente política. Los protagonistas de la segunda son las naciones que apuestan por las renovables. En este panorama Colombia es un actor sui generis. Como país exportador de carbón y de petróleo se creería que sus posiciones de política exterior juegan del lado de los combustibles fósiles. No obstante, su enorme vulnerabilidad al cambio climático y su alta dependencia de la disponibilidad hídrica hacen que se incline por la expansión de las energías renovables, a pesar de su incipiente penetración en el país (a excepción de las hidroeléctricas). Colombia es miembro de Irena, y ha sido uno de los países defensores del Acuerdo de París y en general de un régimen ambicioso de cambio climático.
Hoy, la volatilidad en los precios del petróleo y la vertiginosa caída en los precios de las renovables no convencionales sugieren que estamos en pleno cambio de paradigma. Los productores de petróleo (incluyendo a Estados Unidos) querrán conservar su poder basado en el control de las fuentes tradicionales de energía. Pero, con el crecimiento de las renovables cambiará el ajedrez y la balanza del poder.
*Directora de Transforma y asesora sénior en Mission 2020.