INTELIGENCIA EMOCIONAL
Consejos prácticos para manejar las emociones de sus hijos
Estas son las recomendaciones que nos da la experta Gigliola Nuñez para cada etapa de crecimiento. Por cierto, lo que más necesitan sus chicos, antes que una nueva videoconsola, es su presencia y comprensión.
Las emociones son respuestas que brinda el cuerpo para entender diferentes experiencias. Cada una tiene una función. La tristeza, por ejemplo, sirve para buscar ayuda o compañía; la rabia propicia que una persona se defienda o ponga límites. Si se vio el filme Intensamente, ganador del Óscar en 2016, sabrá de qué le hablamos. En la película queda descrito, de forma creativa y clara, el universo emocional que habita en cada ser humano. Las emociones no son ni buenas ni malas. Esos calificativos los ponemos nosotros. Lo único que se puede juzgar es el comportamiento que se adopta para enfrentarlas.
El acompañamiento de los adultos es fundamental para interpretar qué están tratando de decir los niños a través de sus emociones –¿por qué tuvo esa reacción explosiva? ¿Por qué no sale de su cuarto?– y para ayudarlos a aceptarlas y comprenderlas. Por supuesto, esto también requiere que los mayores hayan tenido un trabajo adecuado con su propio universo emocional; así podrán ser una mejor guía para sus hijos o para los pequeños que tienen a su cargo.
En general, es útil que los chicos identifiquen cómo se manifiesta cada emoción en el cuerpo: si la rabia consiste en ponerse rojo o apretar los puños o los dientes, o si el miedo implica dolor en el pecho o un vacío en el estómago. Así pueden tomar conciencia de algo que parece impuesto y fortuito, pero que en realidad sigue patrones.
Si bien todas las emociones se pueden experimentar en cualquier momento de la vida, cada etapa de crecimiento está marcada por retos emocionales distintivos.
La rabia
En la primera infancia es común que los niños tengan dificultades para procesar este sentimiento. Se frustran porque no obtienen algo que quieren o se incomodan con un comportamiento externo y rápidamente el enojo se apodera de ellos. El manejo de la rabia puede ser problemático si se traduce en comportamientos violentos o si no es superada en un tiempo proporcional al tipo de disgusto.
Cada chico debe aprender que puede tomarse un tiempo para calmarse –para que su cerebro se reajuste y deje de creer que está amenazado– y sería ideal que él mismo propusiera cómo le gustaría hacerlo. Después de un episodio de rabia tiene que haber un momento de retroalimentación: hablar de lo que pasó y revisar qué se podría hacer la próxima vez. Si el niño aún no tiene la capacidad para comprender ese proceso se recomienda distraerlo para reducir la intensidad emocional.
Algunos menores se frustran con más frecuencia que otros, por lo que es importante revisar exactamente qué los irrita y qué es evitable. Como la rabia suele venir acompañada de mucha energía hay que ayudarlos a descargarla. El ejercicio es una buena alternativa. Pero los padres, ante estas situaciones, lo primero que deberían hacer es revisar sus propios comportamientos; los hijos suelen replicar lo que han aprendido de sus principales modelos de conducta, su mamá y su papá.
El miedo
Esta es una emoción que predomina en la infancia porque está ligada al inicio de la escolaridad y al consecuente proceso de adquirir independencia. Lo que le genera sentimientos de vulnerabilidad y desprotección.
Es bueno preguntarles a los hijos qué les produce esta sensación. Tratar de entenderlos y ofrecerles un abrazo u otra muestra de cariño que los haga sentir queridos y a salvo. Hay que permitirles que expliquen por qué sienten ese temor y no sellar el episodio con un “no hay razón para estar asustado”. Es útil resignificar la imagen que da miedo haciéndola graciosa o adjudicándole características que la familiaricen. Así, si un niño teme que aparezcan monstruos en su cuarto, se le puede pedir que los describa a partir de partes del cuerpo de animales domésticos o de dibujos animados conocidos.
No se recomienda evitar la situación que produce miedo, pero tampoco empujar al niño a que la enfrente de golpe. Es mejor exponerlo paulatinamente para que gane confianza en sí mismo. Trabajar con los chicos sobre esos episodios que les dan temor, incluso con la guía de un psicólogo o un psicoterapeuta, les servirá mucho para afrontar los periodos de estrés o de crisis ansiosas que seguramente tendrán en su vida adulta.
La envidia
En la adolescencia, los chicos conviven en ambientes donde son comparados con otras personas. Los adultos suelen cargarlos con expectativas sobre cómo deben asumir cada nueva responsabilidad y ellos, por su parte, quieren parecerse a sus pares y encajar.
El adulto debe guiar al adolescente para que identifique los mensajes negativos que se da a sí mismo a través de la envidia y para que redireccione la autocrítica. Tal vez eso que envidie –la belleza, la popularidad, un auto, mejor ropa– es algo que podría conseguir con esfuerzo. O tal vez le falta reconocer sus propias fortalezas y capacidades. Por eso podría usar más tiempo y energía en perfeccionar una habilidad que lo haga sentir seguro.
El exceso de envidia puede ser el resultado de una baja autoestima. Es importante que el adolescente se sienta amado de manera incondicional y reconocido tal y como es. Se deben evitar las comparaciones. Si la madre compara su propio cuerpo constantemente con el de otras mujeres es probable que sus hijos normalicen y repliquen este hábito. Además, es bueno enseñarles que los errores son normales y permitirles experimentar y equivocarse.