MEDIOAMBIENTE
Montería y el Sinú: cartas cruzadas de una ciudad, un río y sus habitantes
En Montería, el Sinú se hace río al caminar. Así es la relación de una ciudad sostenible con uno de sus cuerpos naturales.
Las perlas se forman cuando un elemento extraño llega al interior del cuerpo de un molusco. Este reacciona cubriendo lentamente la partícula con nácar, sustancia que resulta de la mezcla entre materia orgánica y carbonato cálcico. Si Montería es la perla, entonces el río Sinú la ha estado recubriendo con nácar desde su fundación, hace 241 años, que cumplirá el próximo primero de mayo.
Las mejores piedras solo necesitan diez años dentro de un molusco para ser apetecidas por las joyerías del mundo. Los cerca de dos siglos y medio que lleva Montería guardada en el Sinú hacen pensar en la ciudad como esa perla que atrae todas las miradas.
En tiempos recientes, quienes llegan a Montería se sorprenden al ver su crecimiento urbano, evidente por los modernos edificios y nuevos barrios que desde hace una década se suman al paisaje de la ciudad. Para entender ese desarrollo hay que ir a buscar las respuestas al río, ese que nace en el Parque Nacional Natural Paramillo.
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Puerto Platanito se llama así porque anteriormente los indígenas llegaban hasta allí a vender racimos de plátano. Hoy, aunque mantiene el nombre, es el lugar de la arena y de los areneros. Cada día, unos 80 de ellos se dan cita desde las cuatro de la madrugada para comenzar a trabajar por un jornal que no supera los 40.000 pesos. Es una labor ocasional, sin sueldo fijo y, ante todo, de gran esfuerzo físico.
Domitilio Ávila tiene 53 años y desde hace 22 extrae la arena que les da forma a las edificaciones de la ciudad. “De aquí podemos sacar tres clases de arena: la gruesa, utilizada para concreto; la menuda o fina, para pañete, y la mediana, que tiene piedra, para piso”, explica. Las constructoras y los ingenieros locales codician ese material por su resistencia y, una vez sale del puerto, va a barrios, corregimientos, veredas y municipios cordobeses.
Esta labor, esencial para la infraestructura y la renovación urbana por la que es noticia Montería, es parte de una actividad artesanal que muchos ejercen desde niños. Adalberto Ortega es uno de ellos. Una vez termina su jornada a las dos de la tarde se embarca en uno de los 27 planchones que hay y cruza al otro lado del río, a la margen izquierda u occidente. “Lo bueno es que en estos lugares siempre hay alguien con sombrilla que ayuda a escapar del sol”, dice.
Foto: David Amado
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En Montería, Joaquín Berrocal es conocido por un estudio que hizo sobre la migración antioqueña en Córdoba. Nació en 1927 y, a punto de cumplir 91 años, aún tiene fresco en la memoria el momento en que recorrió el Sinú en balsa desde Guapo hasta Tierralta.
“Hubo una época, tendría yo 10 o 15 años, en la que se podían ver caimanes descansando en las playas que se formaban. Aquí vivió Manuel Ballesta, un famoso cazador que comerciaba las pieles de los animales que cazaba en el río”, asegura.
Hoy ya no se ven los caimanes, pero uno que otro pescador aprovecha algunas partes del río para sacar el sustento del día. Miguel Yepes camina con su bicicleta hasta un punto donde la atarraya y su carnada le garanticen una buena redada. Después de sacar dos bagres, amarra la red al manubrio de su vehículo: “A veces no tengo nada que hacer y vengo a buscar la comida en el Sinú”.
Sobre el nombre del río, el historiador colombo-francés Jaime Exbrayat, en su libro Reminiscencias monterianas, expone dos teorías. Una indica que los pobladores lo llamaron así por su sinuosidad, es decir, por sus muchos recodos, curvas y ondulaciones irregulares. La otra, más simple, dice que es una derivación de Zenú, el pueblo indígena que habitaba estas tierras.
De cualquier forma, desde su nacimiento en el Nudo de Paramillo, el río se sigue haciendo camino por Montería hasta su desembocadura en Boca de Tinajones (San Bernardo del Viento), en el mar Caribe, no sin antes pasar por el Monumento al Porro, en la Plazoleta Cultural del Sinú, donde muy cerca, parejas y amigos se reúnen a ver el atardecer.
Las últimas luces del sol que se oculta traspasan las aguas de un río que parece acelerar su curso entre más cerca está la noche. Mientras baja el sol, el concierto de los micos y los pájaros se combina con los sacudones de los arbustos de la Ronda del Sinú, prueba de que la brisa ha llegado. Las iguanas se esconden para darles paso a quienes van y vienen en bicicletas, o simplemente trotan o caminan. Es entonces cuando Montería permite pensar en una variación al famoso verso de Antonio Machado: caminante no hay camino, se hace río al caminar.
*Periodista de SEMANA.